Diario de León

Recomponer la historia

El rosetón de la Catedral sí viajó a Barcelona y volvió cambiado

La reciente restauración del rosetón principal de la Catedral de León reveló que en el siglo XIX fue alterado. El Cabildo prometió una investigación. El resultado: Rigalt se lo llevó a su taller de Barcelona y no lo devolvió igual.

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Ha sido un trabajo detectivesco. Recomponer la historia de cómo y dónde se hizo la polémica restauración del rosetón occidental de la Catedral de León a finales del siglo XIX. Desmontado hace dos años para una nueva rehabilitación, los expertos detectaron graves anomalías. El vidriero catalán Antoni Rigalt i Blanch añadió seis ángeles que no existían, sustituyó vidrios medievales por cristales modernos y colocó un emplomado frágil que apenas sujetaba los 94 paneles del rosetón.

El Cabildo prometió en noviembre que abriría una investigación para averiguar por qué el gran ‘ojo’ del templo gótico leonés fue adulterado y si había sido un ‘cambiazo’ fraudulento. El arquitecto leonés Jorge Díez García-Olalla, autor de una tesis doctoral en la que detalla los ensayos previos y los encargos a varios maestros antes de acometer la rehabilitación del rosetón occidental en 1893, ha formado parte del equipo que ha resuelto el caso, junto a las restauradoras y expertas en vidrieras Begoña Morán y Cristina Rebollo. En el informe que han elaborado para el Cabildo zanjan la polémica desatada por algunos historiadores, que negaron que el rosetón hubiera salido de León y viajado a Barcelona para ser reparado en el taller que Rigalt tenía en el número 72 de la calle Bailén de la capital catalana.

La conclusión

Cuando se monta el taller de vidrieras en León el rosetón ya había sido restaurado en Barcelona

Los tres investigadores han encontrado pruebas irrefutables. Facturas, portes y resguardos originales de envíos dejan claro que el rosetón se trasladó a la ciudad condal y que meses después de que hubiera sido recolocado en la fachada principal se puso en marcha en León un taller de vidrieras, encargado de la rehabilitación de todos los demás vitrales del templo gótico, desmontados a mediados del siglo XIX y almacenados en una de las torres de la Pulchra.

Cuando en 1892 el arquitecto Juan Bautista Lázaro se hace cargo de la restauración de la Catedral, sus predecesores Matías Laviña y Demetrio de los Ríos no habían podido resolver a quién encomendar la compleja rehabilitación de las vidrieras, que llevaban ya por entonces varios años cogiendo polvo en la torre. Demetrio de los Ríos había contactado con talleres extranjeros y pensó que podía ser factible restaurarlas en León. Pero la muerte le sorprendió prematuramente.

Una locura de presupuesto

El problema parecía irresoluble. Las casas extranjeras contactadas pedían la desorbitada suma de 300.000 pesetas y que las vidrieras se trasladaran a sus talleres. Pero Lázaro no estaba dispuesto a que las joyas de la Catedral dieran tumbos por Europa, se rompieran, perdieran, fueran robadas o sustituidas. Entonces se le ocurrió poner a prueba a varios talleres —documentación que se preserva en el Archivo de la Catedral y en el Archivo Histórico Municipal de León—. Envió copias del dibujo del rosetón norte realizado en acuarela por Alfredo Ozaeta en 1883 al menos a dos talleres, los de Rigalt y la Casa Mayer de Alemania.

El catalán hizo cuatro paneles circulares, réplicas de los que existían en el rosetón norte, y los presentó en la Exposición Nacional de Artes Decorativas de Barcelona en 1892, donde recibió buenas críticas y un premio. Terminada la muestra, los paneles son enviados a la Catedral leonesa.

No se sabe con seguridad qué panel realizó la firma Mayer, aunque García-Olalla, Morán y Rebollo apuntan en su informe que podría tratarse del que se encuentra en el ventanal izquierdo de la capilla del Nacimiento, por el tipo de plomo y grisalla empleados.

Todos los paneles —los de Rigalt y los de Mayer— son examinados por la Junta Inspectora de obras de la Catedral, formada por Juan López Castrillón y Ramón Álvarez de la Braña, quienes los comparan con los originales. Las réplicas no pasan la prueba. Así que encargan a ambos talleres un nuevo ensayo, pero esta vez con un panel original de la Catedral. Lázaro deja claras las condiciones: al panel antiguo añadirán vidrios nuevos únicamente donde falten y lo reemplomarán en su totalidad. Sin embargo, deja al criterio de los artistas mejorarlo si lo creen conveniente.

El rosetón ‘cobaya’

En esta segunda prueba, Rigalt restaura un panel con uno de los personajes del Árbol de Jessé, una de las mejores vidrieras de la Catedral de León. A Meyer le toca un panel con un escudo nobiliario. Finalmente, Lázaro, a la luz de los resultados y valorando que las vidrieras se podían restaurar en España, encarga la rehabilitación del rosetón oeste a Rigalt. Esta pieza será la ‘cobaya’, el gran campo de pruebas que marcará las pautas para el resto de los vitrales.

Y es que, como destaca el informe de García-Olalla, Morán y Rebollo, «con esta vidriera el arquitecto pretende ensayar todos los casos posibles: replomar paneles antiguos bien conservados, reponer vidrios y plomos en paneles medianamente conservados, rehacer paneles antiguos deshechos y con muchas faltas y, por último, hacer paneles nuevos».

Hay varios autores que hablan del traslado del gran vitral. Uno de ellos es Cipriano Fernández Robledo, canónigo y administrador de la Catedral entre 1897 y 1903. En su libro Guía para visitar la Catedral de León, de 1901, dice: «El rosetón oeste es el único que, con sus correspondientes triforios, ha sido restaurado en Barcelona por el señor ‘Rigolt’ (sic)». Manuel Gómez-Moreno, en su Catálogo Monumental afirma: «el rosetón occidental, con ángeles músicos y la Virgen María con el Niño fue restaurado en Barcelona y aparece sin carácter».

Inocencio Redondo, que había trabajado en la Catedral con Juan Madrazo, con motivo de la reapertura de la Catedral en 1901 asegura en un artículo: «No pudiendo trasladarse a León el señor Rigal (sic) por asuntos de familia, el arquitecto nombró al señor Bolinaga, un joven pintor leonés, para que al lado de aquel maestro aprendiese tan difícil arte». En los libros de cuentas que se conservan en el archivo catedralicio hay varias anotaciones de portes a Barcelona. Una de ellas, de febrero de 1894, detalla el pago de 105,75 pesetas por el porte de vidriera enviada a Barcelona. En junio de ese año hay un pago de transporte de vidriera por ferrocarril.

En mayo de 1895 —cuando se sabe que el rosetón ya estaba colocado— hay facturas de los primeros pagos para compras de material y herramientas para crear el taller leonés, como el ‘piro-fijador’, que forma parte del horno para los vidrios, adquirido en París por 46,25 francos. Hasta ese año tampoco hay compras de carbón vegetal para el horno.

Otra prueba más de que el rosetón no se restauró en León es la variedad y calidad de los materiales empleados, muy diferentes los del rosetón oeste de los que se utilizaron en el resto de los ventanales. «El plomo del rosetón es muy dúctil, las alas son muy finas y la composición mu pura. Este plomo solo se ha detectado en un panel del Árbol de Jessé, que también restauró Rigalt durante los ensayos», explica el informe.

 

Fueron 6 ángeles y volvieron 12

Otra cuestión crucial es por qué el vidriero catalán cambió el rosetón. «Los seis ángeles que estaban perdidos se realizaron completamente nuevos; y los otros seis se rehicieron de nuevo conservándose vidrio medieval únicamente en tres caras y las manos de dos. El resto de los paneles conservan la mayor parte de los vidrios originales».

No se sabe si Rigalt siguió los criterios restauradores de la época, pensando que una intervención debe durar en el tiempo y reemplazó los elementos rotos por otros. Afortunadamente, este criterio no se siguió en la restauración de las restantes vidrieras de la Catedral, ya que «conservaron la mayor parte de los vidrios que existían».

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