Diario de León

José Luis Perales, cantante y compositor

«Siempre estoy escondido, pero no soy un muermo»

El cantautor publica ‘Al otro lado del mundo’, su novela «más autobiográfica»

Publicado por
Luis Gómez
León

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En Al otro lado del mundo, su novela «más autobiográfica», el rey del karaoke desnuda su niñez, se ríe de sí mismo, rechaza ser «un muermo» y confiesa su pasión por la alfarería.

—¿Escribe mejor que canta?

—Yo canto también muy bien. Ja, ja. Siempre preferí ser escritor. Tenía vocación de músico, pero músico de escribir en silencio.

—Vaya.

—Y sin dar la cara. Yo no quería ser cantante, pero se empeñó un señor importante. Cuando empecé, soñaba con hacer un disco sin carátula y que la gente se preguntase ‘¿quién es este tipo?’.

—¿El hombre invisible?

—Exactamente. Que sonaran y tuvieran éxito mis canciones, pero que nadie supiese de mí. Claro, era imposible porque siendo tan guapo la gente se iba a perder una belleza...

—¿Se ha retirado de la música?

—No, no. Antes escribía demasiado para mucha gente y no me quedaba tiempo para mí. De hecho, debo tener unas 40 o 50 canciones... No sé si me dará tiempo a grabarlas.

—¿Y cómo es Perales?

—Siempre estoy escondido, aunque no soy un muermo. ¡Qué va, qué va! La gente no conoce mis chistes. Los amigos suelen decirme «no sé por qué la gente no te conoce por esas tonterías que nos cuentas y con las que nos reímos tanto contigo».

—¿Por qué será?

—Pues porque me da mucha vergüenza. Me da pánico cada vez que tengo que salir al escenario.

—¿Cómo es posible?

—Me aterra fracasar, hacer el ridículo o que de repente se me olvide una letra. Era tan tímido al principio que deseaba que no fuese nadie a mis conciertos.

—¿Entiendes eso en un artista?

—Pues no. Ahora quiero llenar y si veo un huequecito, me agarro un cabreo que no lo aguanto.

—¿Es lo que fueron sus abuelos José y Valentina?

—Un poco sí, aunque nunca he sido el típico viejo de pueblo. Tampoco me siento un anciano. No me creo que tenga 76 años.

—Ahora ejerce de abuelo de Manuela, Guillermo, Noa y Zoe.

—Mis abuelos me permitieron mucho más de que lo que yo les consiento a mis nietos. En un pueblo te consentían casi todo. Nuestras escapadas de la escuela a robar peras o ciruelas eran frecuentes. A mis nietos les recuerdo que no tienen alguno de los privilegios que disfruté yo, como ir a bañarme con mis amigos, cuando éramos unos renacuajos, en las charcas que dejaba la lluvia en los campos arados. ¡Un lodazal!

—¡Qué bonito!.

—Y que me refugiaba a escribir a la sombra de una higuera blanca. Yo era como Heidi.

—¿Es un hombre de pueblo?

—Soy un hombre de La Alcarria de Cuenca y me encanta Nueva York. Me crié llevando un ceporrillo de leña a la estufa de la escuela. Cada niño llegaba con su tronquito.

—Autor de más de 500 melodías, ¿al componer piensa en clave de hombre o de mujer?

—Soy muy flexible. Puedo hacer una canción muy de hombres y conozco mucho a las mujeres. Me crié con ellas. Mi madre, mis tres hermanas, la abuela... Me inspiraron siempre un gran respeto. Ellas son agradecidas y me recuerdan ‘¡qué bien nos tratas!’.

—¿Inventa las historias?

—Muchas tienen algo de verdad. Siempre digo que no soy un cantante, sino un contante de historias de lo más cotidianas. Analizo mucho a los personajes a los que escribo y los imito para ver cómo sonaría en la voz de ellos. Pero a esta entrevista venía a hablar de mi libro.

—¿Las canciones siguen saliéndole solamente en otoño?

—Lo mío con el otoño es un vicio. Nunca he escrito en primavera y verano. Cuando llegaban las primeras lluvias del otoño; y en ese tiempo gris, iba al campo. Era el momento de escribir junto a la chimenea, con el café y el cigarro.

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