Diario de León

El sonado fracaso de la bohemia leonesa

Brillaron más por su estrafalaria vida que por su literaratura, como Mario Arnold, al que la alopecia impidió ser galán de cine

León

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Victoriano Crémer les llamó la Bohemia heroica; y Juan Manuel de Prada, desgarrados excéntricos. Ambos escritores contribuyeron en buena medida a que la obra de Mario Arnold, Justo Estrada, Vergara, José Suárez Carreño y Pedro Barrantes no se perdiera definitivamente en el olvido. Alguien añadió un sexto nombre a la singular bohemia leonesa, el de Pérez Herrero, el poeta que convirtió en ‘santo’ al borrachín Genaro Blanco, el pellejero que fue atropellado el Viernes Santo de 1929 por el primer camión de la basura de León. Y es que Paco Pérez Herrero fue el mejor y más fiel amigo de unos personajes desubicados que tuvieron sueños de grandeza literaria. Les sobró el alcohol y les faltó talento, aunque jamás desistieron de su empeño por entrar en el templo de los inmortales de las letras. «Jinetes del más apasionante apocalipsis que vieran los siglos», como les definió Crémer.

Pedro Barrantes nació en León en 1860, pero a los 10 años huyó de la ciudad junto a sus padres, para poner tierra de por medio con los acreedores. Sus primeros poemas, toscos e incendiarios, le ganaron una nutrida corte de enemigos. Sus artículos periodísticos, en los que se proclama ‘el emperador de los zarrapastrosos’ y ‘el rey de las ratas’, darán con sus huesos en un sinfín de cárceles. En 1899 fue torturado en La Modelo por haber publicado artículos difamatorios contra dos generales, que se vengaron haciéndole ingerir matarratas. El escritor sedicioso quedó en tal estado que le dieron por muerto y lo arrojaron a la fosa común de los ajusticiados, desde donde regresó maltrecho a la vida.

El desconocido

Suárez Carreño, premio Adonais y Nadal, es más desconocido que otros miembros de la bohemia

La de Barrantes, que falleció a los 52 años, es la historia de un fracaso literario. Su poemario más famoso resume magistralmente su vida en el título: Delirium Tremens.

Mario Arnold, cuyo nombre real era José García, pertenecía a esa ‘tropa’ denominada ‘Golfemia’, título de la zarzuela con la que Salvador María Granés parodió La bohème de Puccini.

El galán calvo

Mario Arnold, nacido en 1904 en el seno de una familia de comerciantes originarios de Palanquinos, es, sin duda, el más genial de los bohemios leoneses. Quizá porque su vanidad pretenciosa le arrojó a una vida de película. Su padre se suicidó pocos años después de haber sido estafado al vender su tienda de ultramarinos con la intención de emigrar a Argentina. Es difícil discernir en la biografía de este escritor de poco monta la realidad de la leyenda —que él mismo construyó—.

La prematura alopecia le impidió ser galán de cine, aunque se codeó con algunas de las estrellas más rutilantes del momento, como Conchita Montenegro, la primera española que triunfó en Hollywood y el gran amor del actor Leslie Howard.

Sus primeros novelones fueron un absoluto fracaso. Harto de sudar Gotas de hiel —título de una de sus primeras obras en prosa— y tras un noviazgo fallido con la deportista y poeta Ana María Martínez Sagi, puso rumbo a Venezuela. Volverían a encontrarse, curiosamente, como corresponsales de guerra; él en la división de Líster; ella, en la columna de Durruti. Entre 1931 y 1937 Arnold escribió crónicas desde el frente de batalla para El Liberal y El Heraldo.

Como el resto de sus compañeros de bohemia, «poetas del éxodo y del llanto», como les llamó Crémer, Arnold vivió al margen o por encima de una sociedad que no le hizo el menor caso. Si la muerte de Barrantes fue digna de uno de los folletines de Arnold, no fue mejor la de Justo Estrada, que pasó a la posteridad como «el poeta de las tres lamidas», por sus versos: «El Esla lame los chopos, / el Esla lame los pinos, el Esla lame el convento de los padres agustinos...».

En Madrid, a finales de los años 20, Mario Arnold, autor del poemario Cazador de luceros, retoma su amistad con el poeta Andrés Carranque, que será quien le adentre en los círculos cinematográficos de la época. El leonés consiguió algunos papeles secundarios en películas como Zalacaín el aventurero o Niebla. Ambos hicieron también una gira por España de escaso éxito recitando sus versos. Deciden entonces viajar a París en un fallido intento por hacer carrera en el cine francés. La experiencia la relata el escritor leonés en El notario de Chatillon (1930). Mientras tanto, Carranque publica tres novelas, con Arnold como asiduo personaje. Al acabar la Guerra Civil, el reportero leonés fue detenido y recluido en la prisión de Porlier, hasta que finalmente consiguió la amnistía. En la España maltrecha tras la Guerra Civil Arnold comprendió que no había sitio para él, así que volvió a embarcarse rumbo a Venezuela.

Los poetas de la nómina más dispersa y extraviada de las letras leonesas se apagaron uno a uno, bajo un aguacero de silencio, como el que cayó en el entierro de Vergara, un albañil de inflamado verso.

Suárez Carreño fue el único que tuvo reconocimiento., aunque igualmente olvidado Nació en Guadalupe (México), donde sus padres, oriundos de Villamañán, hicieron una fortuna que invirtieron en el Café cantante Iris, situado en la calle Ancha, uno de los mejores que tuvo León. Carreño cursó sus primeros estudios y el bachillerato en León, donde pronto descubrió su vocación literaria. Ganó el Adonais de Poesía (Edad del hombre), el Nadal de Novela (Las últimas horas) y el Lope de Vega de Teatro (Condenados) y fue guionista de películas como Condenados, dirigida por Mur Oti, Llovido del cielo o Fulano y Mengano. Curiosamente, Carreño es hoy menos conocido que Arnold. Pese a su notable obra, si por algo es recordado Carreño es únicamente por formar parte de las tertulias del Café Gijón,

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