Diario de León

Toda la memoria de Sabero subido al ferrocarril

Jesús Silva publica un libro que recorre lo local con la histórica infraestructura

Jesús Silva García. DL

Jesús Silva García. DL

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El precursor, o si prefiere el anticipador de la llegada del ferrocarril a tierras leonesas fue un antiguo director de la histórica Ferrería de San Blas de Sabero, cuyos remozados vestigios albergan hoy el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León. Se trataba de Ignacio Gómez de Salazar. Fue aquella una apuesta firme y sostenida en pro de la modernización del Viejo Reino, alentada mediáticamente desde el periódico El Esla . Fundado ex profeso para defender dicha reivindicación, el medio dejó de editarse el mismo día en que el primer tren arribó a nuestra capital.

Una novedad editorial viene a salvar del olvido y de la desatención historiográfica del ferrocarril. Hablamos del ensayo o crónica integral titulado Ferrocarril Minero de Hulleras de Sabero (autoedición impresa en Madrid: jesus.silva.g@gmail.com), un volumen de 322 páginas en folio profusamente ilustrado con fotos y gráficos de todo tipo y documentáción de primera mano que su autor, el ingeniero madrileño -con vínculos familares en Sabero- Jesús Silva García, ha rastreado por doquier en archivos, protocolos notariales y bibliotecas. En suma, una exhaustiva exploración de aquel ferrocarril de escala menor, cierto, pero de rendimiento y actividad febriles de 1896 a 1968, con un desarrollo de unos cuatro kilómetros entre los pozos de hulla en Olleros de Sabero y la terminal de Cistierna, donde transbordaba sus cargas a los trenes del Ferrocarril de La Robla. Una vía férrea que discurría paralela al arrroyo Orcado -el Riachín en el lenguaje local- y que luego quedó solapada por la carretera denominada Eje Subcantábrico. Jesús Silva García publicó (2016) también por su cuenta y con idéntico espíritu que el que aparece ahora, una muy completa y documentadísima investigación sobre en torno al origen y el funcionamiento de la Ferrería de San Blas (1847), cuyos hornos altos se encendieron, por primera vez en España, con carbón coquizado; o dicho al modo de entonces, fundición de hierro a la inglesa.

En fin, una tan audaz, por quimérica, cuanto malograda empresa en la que se implicaron personajes como Santiago Alonso Cordero -el mítico multimillonario Maragato Cordero- o los Allende, familia originarios del Valle de Burón, que se codeaban con la crema de la burguesía industrial vizcaina, podríamos decir los starts-up de la época.

un parque móvil irrepetible

Un aspecto llamativo al que el autor presta una mayor atención es el parque motor de HSA, conformado por una serie de máquinas excepcionales, ejemplares únicos en su especie empleadas en ferrocarriles de igual género en Europa, no pocos de los cuales han sobrevivido al cierre de la línea saberense, consumado entre 1968 y 1969. Hablamos de material tras su forzosa paralización. Una parte de aquellas piezas las compró a precio de saldo un celoso coleccionista inglés, y la imagen de su embarque el puerto de Bilbao se viralizó en toda la prensa nacional. Otra de las máquinas se la llevaron a Cataluña, donde se exhibe en un parque temático en la localidad de Guardiola. Y otras, una media docena, una vez restauradas, se muestran al público al descubierto en distintos puntos del término municipal de Valdesabero. Y a la cabeza de ese imponderable muestrario de la locomoción ferroviaria del vapor, locomotor, la máquina Nº 10, bautizada en su día El Esla , que a finales del siglo XX ya figuraba como la única locomotora de semejante porte con cien años de servicio ininterrumpido en diversas explotaciones de toda España.

Es el personaje que rueda, entre la estación de la Ercina y el apeadero de Yugueros, al final de la película Luna de lobos que dirigió el leonés Julio Sánchez Valdés basada en la novela homónima de Julio Llamazares.

nostalgias ante el espejo

Se preguntará el lector cómo y cuánto material saca a la luz el autor, en su entera dimensión, de esta modesta infraestructura ferroviaria en un repliegue del Alto Esla que no logró sobrevivir a la profunda -nunca mejor dicho- crisis del carbón en la minería leonesa.

La respuesta es fácil: con la perspicacia indagatoria del autor y su noble afán de recuperar, corregida y aumentada, la memoria de aquellos trenecillos que circularon in illo tempore gracias a la pericia, el esfuerzo y el sudor, arriba y abajo, de muchos hombres, a lo largo de siete decenios. Con el trasfondo inmaterial de un sinfín de sueños nunca revelados; de nostalgias y recuerdos que Jesús Silva García nos pone ante el espejo.

Y además, en pleno proceso de descarbonización -no sólo en el ámbito leonés- de la sociedad y sus industrias. Porque, como dice -al modo de Machado- el prologuista de su probablemente insuperable libro, se canta a lo que se pierde.

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