Diario de León

Autores

«Todavía vivimos en la cultura del silencio»

Enrique Llamas triunfa con su novela ‘Todos estábamos vivos’ después de su deslumbrante irrupción con ‘Los Caín’

León

Creado:

Actualizado:

Con Los Caín (AdN) dio un certero golpe en el tablero literario español. Una novela rural que se sale del tópico desde los temas casi atávicos de los pueblos. El odio, elevado a categoría moral, es el motor insalvable que a veces mueve a las comunidades. Grandes o pequeñas. Pero Enrique Llamas (Zamora, 1989) no es un asunto fugaz. Se dedica a la comunicación en el centro de Madrid y hablar con él lo demuestra. Tiene una conexión leonesa total en forma de tres de sus abuelos: de La Robla, de Saludes de Castroponce y de Grajal de la Ribera. De hecho, afirma: «Me siento totalmente zamorano, pero si me quitaran el carné de Zamora, me pediría el de León», dice. Y lo suyo con la literatura no es episódico. Principalmente, porque tiene una amplia base cultural y lectora y de gran conversador. Pero, por si se necesitaran pruebas, ahora deslumbra de igual manera con Todos estábamos vivos . Aquí se sumerge en el trepidante Madrid de los años 80. Y como ve las cosas con luces largas, rápidamente aporta una reflexión definitiva: «Son dos novelas distintas, pero yo digo que solo están separadas por menos de diez años y menos de doscientos kilómetros».

Y las dos puede decirse que están unidas también por el silencio, por el no hablar las cosas. «En Los Caín está ese silencio de no hablar del franquismo, de la guerra. Todavía vivimos en parte en esa cultura del silencio. Los 80 fueron unos años maravillosos, pero se prefiere no hablar de todos los muertos que hubo por la droga o el Sida. O de los problemas por la ausencia de una educación sexual», relata.

Lo que sí ocurre es que la forma de escribir de Enrique Llamas, así como las historias que cuenta, despiertan la atención del lector y la crítica. Podría decirse que estaríamos si quisiera ante un escritor estrella. Pero resulta que Llamas, que vive en un mundo moderno, por edad, actividad y demás entornos, cumple parámetros de clásico. Lo demuestra su raíz literaria: «Leyendo El camino , de Miguel Delibes, pensé en que me hubiera gustado escribir algo así», relata acerca de cómo se produjo ese chispazo literario que hace que alguien decida pasar al papel sus pensamientos. «En mi casa había muchos libros y a mi me gustaba leer. Y mis padres son muy buenos lectores. Mi padre es maestro y mi madre, enfermera», añade acerca de ese entorno en el que, entonces, era probable que le rondaran libros de Aldecoa, Matute, Benet, Martín Gaite...

Interpelación
«¿Yo sería capaz de hablar bien de mi juventud si mis amigos estuvieran muertos?», cuestiona

Buena base para que luego, el ya escritor Enrique Llamas desarrolle historias en las que sabe conjugar con destreza los grandes temas de la literatura, que son los de la vida.

«Siempre digo que Los Caín lo escribí desde la insensatez», comenta. Y bendita insensatez fue, puesto que la crítica se ha rendido ante su oficio de escritor. También cuenta la anécdota de que cuando la editorial le dio el visto bueno le dijeron que estaba muy bien, un thriller. «Yo pensaba: ¿Cómo que un thriller en Castilla y León?», añade con humor. Pero esta es la buena prueba de que el libro surgió porque había una historia dentro sin importar el envoltorio comercial. «Estaba haciendo prácticas en la Ser de Zamora, en 2012, y hubo una epidemia y los ciervos se morían. Lo mezclé con historias que me contaba mi padre y surgió Los Caín », relata.

Dos aciertos
Con dos novelas, Llamas se consolida como uno de los valores destacados de la literatura española

En cambio, el detonante de Todos estábamos vivos (AdN) tiene la actualidad de las calles de Malasaña, en Madrid. «Iba con mis amigos fantaseando que hubiera estado bien vivir en los años 80. Y que hubiéramos montado un grupo y tocado en todos los sitios. A mi la música me gusta mucho. Y, de repente, un amigo me dijo: ‘Pues yo me habría muerto. Esa frase se me quedó grabada. Empecé a pensar en que falta exploración o conocimiento de esa época. Porque, ¿yo sería capaz de hablar bien de mi juventud si mis amigos estuvieran muertos?», interpela Llamas.

Esa pregunta insalvable puede ser la mejor introducción hacia este último libro, Todos estábamos vivos . Mezcla ficción y realidad, personajes protagonistas inventados con los que protagonizaron aquella década tan prodigiosa como devastadora. En sus manos, además hay un sentido común del que no escapa porque le surge de manera natural. Como cuando dice que la ciudad ha mirado por encima del hombro a los pueblos. O que en los pueblos, el paleto era el que venía de fuera, aplicándosele la misma crueldad. Así, en dos libros le sale el silencio de la España post franquista o el de los 80. La paradoja que marca la existencia. En definitiva, temas totales.

tracking