Diario de León

Un viaje a la Gran Guerra de la mano de un fantasma

El escritor y periodista berciano Carlos Fidalgo publica ‘La sombra blanca’.

Imagen del célebre cuadro de John Singer Sargent sobre los soldados gaseados en la I Guerra Mundial, portada del libro de Carlos Fidalgo.

Imagen del célebre cuadro de John Singer Sargent sobre los soldados gaseados en la I Guerra Mundial, portada del libro de Carlos Fidalgo.

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El teniente coronel John McCrae Alexander, médico y poeta canadiense, escribió el célebre poema In Flander’s Field, donde relata que hubo tantas bajas en la I Guerra Mundial que crecieron campos de amapolas donde habían caído los combatientes. Los campos de amapolas eran campos de muertos... El poema, entre otras historias, ha inspirado al escritor y periodista berciano Carlos Fidalgo su segunda novela, La sombra blanca (Reino de Cordelia), que llega este mes a las librerías.

Tras adentrarse en las trincheras de Afganistán en El agujero de Helmand, Fidalgo se zambulle ahora en la Gran Guerra.

El periodista del DIARIO DE LEÓN, que dice sentirse muy cómodo en un género como la novela corta, porque a él no le gusta estirar las historias y, en su opinión, «a la mayoría de las novelas les sobran páginas», relata una historia de fantasmas, un juego de voces con varios narradores que se pasan el testigo unos a otros. El relato transcurre en las tierras altas de Escocia, que, como reza una vieja leyenda: Escocia, por sus fantasmas la reconocerás. El autor tenía guardado en la memoria este paisaje agreste y, de igual manera, le había marcado una escena de La dama del sudario, la fallida novela del autor de Drácula, Bram Stoker, sobre una aparición espectral en el mar. La sombra blanca arranca en 1917 en medio del Canal de la Mancha, donde se percibe una figura extraña. La novela es «un viaje de alguien que va a la guerra y vuelve», la peripecia del soldado Elgin Gairloch, que es enviado a otro país a combatir y cómo volvió a casa tras la última batalla del Somme. El título de la novela es un juego en el que el autor alude a esa presencia espectral y, al mismo tiempo, es una metáfora sobre la ceguera que provocaba el gas mostaza sobre los combatientes. Por el libro desfilan personajes que pierden la voz, soldados ciegos que nunca recuperan la vista, un hospital de puertas cerradas, y un destello fugaz que cruza la ventana de una casa, en una ciudad devorada por el fuego.

Gairloch, hijo de granjeros escoceses, es reclutado para luchar en Francia en el momento en que Gran Bretaña, que hasta entonces sólo enviaba voluntarios, decretó la movilización general de todos los jóvenes en edad de combatir debido al aumento de bajas en su cuerpo expedicionario. «La novela está contada en primera persona por un fantasma que no sabe que lo es». En realidad —explica el autor sin desvelar detalles que arruinen la sorpresa al lector—, «se solapan dos voces, como una especie de posesión». El relato sigue los pasos de Gairloch y de sus compañeros de armas durante la última gran ofensiva alemana y concluye un año después, cuando los aliados negocian la paz en el Tratado de Versalles. El teniente Kilbride recopila testimonios sobre los crímenes de guerra cometidos por las tropas del Kaiser Guillermo. Sus pesquisas le conducen hasta su hermano Lennox, desaparecido durante la ofensiva del Somme.

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