Diario de León
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Del Cabo de Gata a Finisterre, España es un adefesio urbanístico. La corrupción, la industria del ladrillo y una voraz especulación han sido el caldo de cultivo para que el país se adentre en un torbellino que ha desembocado en una de las mayores catástrofes culturales de la historia. La destrucción del paisaje comenzó en los años 50, cuando a la autarquía le sucedió un desarrollismo desbocado al que no se supieron poner coto ni el fin de la dictadura ni el Estado autonómico. El libro España fea. El mayor fracaso de la democracia (Debate), del periodista y galerista Andrés Rubio, da cuenta de los atentados contra la estética de un país rico en patrimonio cultural pero que ha apostado por el feísmo. «Los arquitectos, que por definición son servidores públicos, han sido marginados en este proceso. La vorágine de los promotores, compinchados con alcaldes y presidentes de comunidades autónomas y políticos en general, lo ha aplastado todo», asegura Andrés Rubio. Desde el hotel ilegal de El Algarrobico, en pleno parque natural del Cabo de Gata-Níjar, que el Tribunal Supremo rechaza demoler, hasta la ‘La Pagoda’ diseñada por Miguel Fisac, echada abajo por la piqueta pese a estar inscrita a fuego en el imaginario madrileño, los desafueros contra la armonía paisajística son constantes. Para el autor, el papel de la socialdemocracia y de Felipe González fue «decepcionante». La inacción de los gobiernos socialistas contra la especulación galopante en Lanzarote empujó al artista César Manrique a empuñar el megáfono, secundado en alguna ocasión por el tenor Alfredo Kraus. «González tuvo la oportunidad de crear un superministerio de Ordenación Territorial, como defendía el político liberal Joaquín Garrigues Walker, y no lo hizo». Manrique, hastiado de la clase dirigente, pronunció una frase lapidaria que retrata su repugnancia por las monstruosidades que se levantaban en la isla. «Menuda herencia para las generaciones futuras con esta panda de burros». Felipe González, que quiso mirarse en el espejo del socialismo francés, no copió el mimo que los vecinos del norte dispensan al territorio ni trató de emular el Conservatorio del Litoral, un organismo público que adquiere y expropia tierras para salvaguardar la costa. «El Conservatorio de Litoral fue creado por el presidente conservador Giscard d’Estaing, que hizo un llamamiento para luchar contra el afeamiento de Francia. Cuando le preguntaron qué iba a hacer con los terrenos sustraídos a la especulación, dijo: nada; iban destinados a la protección ecológica del paisaje». Sarkozy, por su parte, lanzó el proyecto del Grand Paris y creó diez equipos de especialistas, luego ampliados a quince, para que le asesoraran.

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