Diario de León

Balonmano

20 años del ademarazo

El conjunto leonés rozó la gloria aquella 2000-2001 levantando, por primera y hasta la fecha única vez en su historia, el título de campeón de Liga frente al Portland San Antonio en el Palacio

El banquillo, con Cadenas al frente, y la afición estallan de júbilo en pleno partido frente al Portland. NORBERTO

El banquillo, con Cadenas al frente, y la afición estallan de júbilo en pleno partido frente al Portland. NORBERTO

León

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‘Qué poco rato dura la vida eterna.. .’ que diría Sabina, pero lo cierto es que aquellos diez segundos finales aún hoy se antojan interminables. Una cuenta atrás coreada al unísono por miles de atónitas gargantas acostumbradas a celebrar títulos ajenos como si León fuese —una vez al año— otro barrio más de Madrid o Barcelona. Algunos habían desengrasado ya con ‘recopas’ y ‘asobales’ no mucho tiempo atrás pero esto supuso rozar el cielo con sus propias manos. Sí, era su Ademar. Sí, acababa de proclamarse campeón de Liga por primera vez en su historia y sí, el ya entonces todopoderoso Barça terminó por hacerles el pasillo en el Palau solo unos días después.

Una historia difícil de entender —incluso dos décadas después— para quienes la vivieron en primera persona ya sea fuera o dentro de un vestuario que no daba crédito a lo conseguido. El triunfo ante el desaparecido Portland San Antonio (34-23) tan solo supuso la piedra final a un proyecto que se había gestado meses atrás con Cadenas —bendito Cadenas— a los mandos de una generación que los niños se aprendieron de carrerilla como el Padre Nuestro. «Me hace gracia porque si repasas algunos nombres de ese equipo te salen Iker Romero, Alberto Entrerríos, Kasper Hudit, Héctor Castresana o Denis Krivoshlykov, entre muchos otros, pero lo cierto es que no teníamos la mejor plantilla de la competición. La gente ahora recuerda los jugadores y alucina al escuchar eso pero ahí todavía no habíamos explotado como sí ocurriría años después», aclara Juanín García. Una 2000-2001 atípica, cargada de lesiones inoportunas y algún que otro repescado de última hora que terminó por convertirse en pieza clave dentro de un Ademar que presidía el desaparecido Juan Arias. 

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«Yo venía de estar retirado pese a tener 24 años. Se dieron una serie de bajas y Cadenas pensó en mí. Como te puedes imaginar no estaba para muchos trotes pero las cosas se fueron dando poco a poco y al final terminé por jugar los últimos cuatro o cinco meses de titular», rememora un Héctor Castresana al que el balonmano le regaló una segunda oportunidad de oro. Esos trenes no suelen pasar dos veces. «Supongo que ganar así la Liga fue impensable. Un premio al esfuerzo y carisma que nos infundió Manolo».

Los resultados no acompañaron en las jornadas iniciales. Pasaron varias semanas hasta que la maquinaria —contratiempos al margen— comenzó a engrasarse. El equipo encadenaría numerosos triunfos seguidos y, milagros del destino, a los blaugrana —que venían de dominar el campeonato nacional los cinco años anteriores— se les gripó el motor. Obviamente, mientras las matemáticas no autorizaron la cuadratura del círculo nadie se atrevió siquiera a insinuar que el ‘ademarazo’ era posible. Quizá todos lo habían interiorizado en silencio alguna vez, pero nada más. 

Y entonces el 16 de junio se hizo un hueco a golpes en el calendario. Y en la pista el Portland San Antonio. Ellos no se jugaban nada, cierto, pero tampoco vinieron a la capital como meras comparsas. Sabían lo que era reinar en la Champions. «Había nervios en los pasillos pero entendíamos lo que estaba en juego. Nunca iba a darse otra oportunidad así. Salimos concentrados desde el primer minuto demostrando la intensidad y el trabajo hecho a lo largo de tantos meses», subraya el máximo goleador de la historia de la Asobal.

La afición marista dejó claro de principio a fin por qué es la mejor de España. Llevó a los suyos en volandas todo el encuentro y aunque la balanza enseguida se inclinaría del lado leonés lo cierto es que los nervios no desaparecieron ni con el bocinazo final. ¡10, 9, 8, 7... y así en una secuencia infinita. Después... sin más... la gloria. Campeones. El parqué del Palacio desapareció por momentos y en la fiesta se colaron (nos colamos) tantos y tantos anónimos que por primera vez podíamos mirar a nuestros héroes a la cara. 

Lo que vino después tampoco es sencillo de resumir. La ciudad se inundó literalmente de paisanos entre incrédulos y emocionados. Con esa media sonrisa del que sabe que este tipo de cosas no suelen abundar por estos lares. Y es que... ‘ qué poco rato dura la vida eterna ’. 

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