Diario de León

OPINIÓN

Cúpula Curueño Extrem

En el puente de Valdepiélago. RUBÉN SIERRA

En el puente de Valdepiélago. RUBÉN SIERRA

Publicado por
ANA BELÉN LÓPEZ FERNÁNDEZ
León

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Cúpula. Según la RAE, conjunto de dirigentes de un organismo, administración o empresa. 

Que proliferen carretas tipo Maratón, Triatlón, Marcha nórdica, BTT, MTB (antes comúnmente denominadas carrera de bicis y corriendo), nocturnas, diurnas, a la pata coja, marcha atrás o combinadas, ya no es de sorprender. Sin embargo, a mí sí me sorprende (quizás me fijo demasiado en los pequeños detalles), que un «conjunto de dirigentes» de esas carreras de bicis, concretamente la de mi pueblo, la Curueño Xtrem, que peinan canas y que ya hace años que un niño les llamó señor por primera vez, lo hagan de forma altruista y totalmente desinteresada. Se pasan horas y horas en el monte, casi tantas como cumplimentando los cada vez más engorrosos e irritantes trámites on line exigidos por organismos oficiales, utilizan sus propias herramientas para limpiar caminos, reparar vallados e incluso llenan el depósito de sus vehículos 4x4 con cartera propia al no contar con coche de empresa. 

Y digo que me sorprende, porque como en este país, ahora más que nunca, nadie da duros a cuatro pesetas y por el interés te quiere Andrés, resulta que estos refranes quiebran ante ese «conjunto de dirigentes». Ellos son trabajadores por cuenta ajena y la vez autónomos, fijos discontinuos y a la vez indefinidos, que después de cumplir con su jornada laboral oficial, esa que les permite pagar puntualmente la hipoteca o el colegio de sus hijos, cumplen con otra jornada laboral más dura si cabe, que ni siquiera concluye cuando se pone en sol por Peña de Valdorria o por Peña Galicia, sino que se alarga, entre otras cosas, con reuniones, realización de planos, distribución de tareas e interminables llamadas telefónicas atendiendo a patrocinadores o a medios de comunicación. Porque su interés se identifica con el compromiso e inmenso cariño a su tierra y a sus paisanos. Su dedicación a la carrera da comienzo meses antes de que el «speaker» dé la salida. Desde luego, no tienen en cuenta la tan aplicada «Ley del mínimo esfuerzo». 

No importa que duela el espinazo después de señalizar kilómetros de caminos, es efímero el sudor que cae al llevar horas desbrozando senderos de cuento, como en El bosque de las Hadas o la subida a la Portilla en Montuerto, o reparando pequeños puentes en arroyos de agua cristalina, como en Valcesal, origen de la cascada de Nocedo. Los brazos se tornan pesados al subir cargados de aperos a las Trincheras de La Mata o al Alto de Otero, espectador aéreo de la unión de los dos municipios por donde transcurre la carrera: La Vecilla y Valdepiélago. 

Uno de los momentos que ha dejado esta cita. RUBÉN SIERRA

Uno de los momentos que ha dejado esta cita. RUBÉN SIERRA

La Cúpula pronto se olvida de los nervios, que no son de última hora como tal, porque su última hora se corresponde con la llegada del último corredor y con la confirmación (seguido del inevitable suspiro de alivio) de que todos están bien, en un sentimiento que recuerda al del padre que llama al campamento de verano para confirmar precisamente que todo está bien. 

Sorprende también porque, aunque en estos tiempos nadie quiere mojarse y se prefiere ver los toros desde la barrera, ellos se calan hasta los huesos y les falta poco para recibir «a porta gayola».

Cuando todo acaba, alguno de esos dirigentes rompe a llorar como un niño ante un parco abrazo

Reciben a sus seiscientos participantes con insuficientes ayudas públicas. Reciben en un municipio con apenas trescientos habitantes repartidos en pequeñas localidades, algunas de ellas sin cobertura y la mayoría con menos de treinta paisanos con madreñas a la puerta cada invierno. Reciben después de haber soportado más obstáculos burocráticos que una prueba del Gran Prix o de Humor Amarillo. Expuestos a críticas que sólo pueden venir de ignorantes o del tonto del pueblo (en todos los pueblos hay un tonto). Aún reconociendo que todo es susceptible de mejorar, nadie con sentido común puede echar barro sobre semejante iniciativa, y ellos en una búsqueda imposible de la perfección, incluso rozando la rabia, no cesan de analizar los errores cometidos que se antojan mínimos. 

En una región menguante de sentimientos de pertenencia, ellos provocan crecientes sentimientos de orgullo a la tierra, a las raíces y de privilegio. En una sociedad en la que desconocemos el nombre de nuestro vecino, la envidia está en el top de los pecados capitales, y lo común es lo individual, ellos simbolizan lo atípico: la unión, la ausencia de malos rollos, la suma de todos, el hacer piña, sin fracción, todos a una: el Curueño. 

El evento gana en reputación año tras año. DL

El evento gana en reputación año tras año. DL

Pero mi mayor sorpresa llega cuando al caer la tarde, ríen a mi alrededor decenas de imprescindibles voluntarios, que realmente son voluntariosos, ya que no sólo se entregan sin esperar nada a cambio, sino que actúan con evidente buena voluntad. Se muestran relajados, satisfechos y dichosos de haber colaborado con su Cúpula, compartiendo unas exquisitas sopas de trucha y una bota de vino, en increíble sintonía lograda sin querer, camaradería sincera que estoy segura muchos anhelan, creadores espontáneos de un vínculo casi mágico. 

Cuando todo acaba, alguno de esos dirigentes rompe a llorar como un niño ante un parco abrazo, una mano en la espalda con pretensión reconfortante o un simple «enhorabuena».

Un año más lo habéis conseguido. Vuestros corredores, (porque ya son vuestros), se van con cientos de imágenes espectaculares en la retina, impregnados del olor y sonido de nuestro río Curueño, estimulados al percibir las sensaciones que desprende este pequeño paraíso y encantados al haber sido acogidos como en «Bienvenido, Mister Marshall». Y vuestra gente voluntariosa amanecerá al día siguiente con el cuerpo ya descansado y alma sonriente, sabiéndose piezas de un puzzle que ha sido completado. 

Repito, un privilegio.

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