Diario de León

Demasiadas cuentas pendientes

Los España-Italia son ya un clásico de las Eurocopas, cuando el éxito sonrió a La Roja en 2008 y 2012 pero cambió de bando en 2016 El codazo de Tassotti a Luis Enrique en el Mundial 1994, otro precedente

Luis Enrique protesta al árbitro Puhl tras sufrir un codazo de Tassotti en el Mundia de Estados Unidos 1994. KOTE

Luis Enrique protesta al árbitro Puhl tras sufrir un codazo de Tassotti en el Mundia de Estados Unidos 1994. KOTE

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La mejor España de todos los tiempos, la que consiguió la triple corona con sus títulos consecutivos en dos Eurocopas y un Mundial, nació el 22 de junio de 2008 en Viena, cuando derrotó a Italia en los cuartos de final de aquel torneo continental en la tanda de penaltis. El martes, en Londres, La Roja de nueva generación, la que llegó de tapadillo a esta Euro de la pandemia sin grandes expectativas, tendrá la oportunidad de dar un paso de gigante y colocar de nuevo a la selección en lo más alto. Será otra vez ante la ‘Azzurra’, ahora en semifinales.

La conexión hispano-italiana entre las capitales austríaca y británica tiene dos estaciones intermedias. Kiev en 2012, en la que el éxito sonrió, y de qué manera, a España en la final. Y París, hace un lustro, cuando Italia la apeó en octavos y puso en marcha una reconstrucción que ha tardado en cristalizar.

Hasta que finalizó la prórroga, el partido de Viena (0-0) había respondido al guion habitual entre ambas selecciones. España propone todo e Italia se lleva el gato al agua con un juego cicatero, sin propuesta alguna.

Pero en algún momento el fútbol tenía que hacer justicia con La Roja después de tantos sinsabores. Y el destino decidió que fuera en el Ernst-Happel-Stadion en una tanda de penaltis que ya es parte de la historia.

Cuando Cesc, después de una actuación mágica de Iker Casillas bajo los palos, transformó la pena máxima que daba la clasificación a la siguiente ronda cientos de fantasmas del pasado se volatilizaron en la noche vienesa.

Adiós al mal fario. La afición y los jugadores lo celebraron como si fuera un título —finalmente lo fue tras arrollar después a Rusia en la semifinal y vencer por la mínima con gol de Fernando Torres en el choque decisivo a Alemania—. Luis Aragonés había obrado el milagro.

Cuatro años después, tras encumbrarse a nivel planetario en Sudáfrica ya a las órdenes de Vicente del Bosque, la selección llegó a la cita continental de Polonia y Ucrania con el objetivo de encadenar trofeos en Eurocopa, Mundial y Eurocopa, un logro inédito hasta entonces. El sorteo incluyó en el mismo grupo a España e Italia, que se vieron las caras en Gdansk. Empate a uno en un encuentro extraño, muy táctico, y con el motor a medio gas por el miedo a perder.

El 1 de julio volvieron a encontrarse en el estadio Olímpico de Kiev, en la gran final. Bajo la batuta de un Xavi incomensurable, la magia de un Iniesta tocado por los dioses y el poderío de Sergio Ramos en el eje de la defensa, una España irrepetible dio un recital de toque y profundidad que desarboló a los italianos hasta borrarlos del mapa. Aquel 4-0 fue la sublimación de una generación de oro sobre un terreno de juego. La goleada todavía escuece entre los ‘azzurri’.

Al término del encuentro, Andrea Pirlo, el alma de Italia, reconocía que no recordaba haber sufrido tanto en su carrera profesional. Si miraba a su derecha, dijo, veía a Xavi. Si lo hacía a su izquierda, también. Y cada vez que se giraba le sucedía lo mismo. Aquella noche, si concilió el sueño, debió tener pensadillas con el centrocampista del Barcelona, que se destapó en aquel partido tras haber firmado hasta entonces un torneo discreto.

Los cuatro goles resumieron a la perfección el fútbol que dominaba el mundo. El que abrió la lata, de Silva, fue un prodigio de técnica y velocidad que nació de un pase magistral de Iniesta a Cesc. El segundo lo anotó Jordi Alba tras un servicio extraordinario de Xavi. De sus botas también salió el balón que aprovechó Torres para superar a Buffon. Y el que acabó con el tanto del debutante Mata en otro desmarque del madrileño.

Xavi había declarado la víspera que le hubiera gustado ser «más trascendente» en el torneo. En la final lo fue.

Por contra para España, las airadas protestas al árbitro de un Luis Enrique ensangrentado y con la nariz rota, tras el descomunal codazo de Mauro Tassotti, fueron un fiel reflejo de la impotencia vivida por la selección española en los cuartos de final del Mundial 1994 celebrado en Estados Unidos.

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