Doble derrota
Cualquier partido es susceptible de ser perdido y más con un equipo como el Córdoba, pero cuando pierdes tu identidad y cambias la estructura y los mecanismos de juego has sido derrotado doblemente, dejando caer por el camino tu esencia.
Desde el inicio de temporada hemos alabado al menos la identificación de la idea técnico-táctica del equipo, con una estructura definida y un modelo claro de intentar presionar alto en 1-4-3-3 sin balón, siendo muy vertical e intentando llegar con numerosas acciones exteriores para centros laterales. Todo podría gustar más o menos, pero estaba definido, trabajado y se palpaba.
Ayer todo esto quedo borrado de facto, la estructura nueva desde el inicio. Un 1-4-4-2 con el cómo ya hemos comentado en otras ocasiones no es compatible ejercer la presión alta. Esto te lleva a ser plano entre líneas y tener la sensación de que llegas tarde a todo, lo que provoca infinita comodidad para el juego directo sobre las rupturas sin llegar a presionar a tiempo al pasador. También observamos una indefinición ofensiva en esta estructura. De ser un equipo vertical con definidos mecanismos para llegadas exteriores, pasamos a una indefinición manifiesta, el equipo dudaba en cómo atacar con este sistema más allá de acciones aisladas o balón parado. Solís en la parte izquierda volvió a tiempos pasados, en los que quedaba absolutamente sin participación. Ayer sucedió de igual manera.
A todo ello se sumaron los errores ya persistentes desde el comienzo como la defensa de los centros laterales en acción de transición defensiva. Si ponemos el segundo gol anotado por Javi Flores a centro de Calderón, y lo comparamos con el del Racing de Ferrol, obra de Manu Justo, a pase de Héber la semana pasada son idénticos. Descaradamente los rivales buscan ese punto débil a través del análisis y esto será un lastre si no se soluciona.
Es duro asumirlo, pero ayer no quedaron puntos positivos que reforzar. Y es que no hay nada peor para un equipo, juegue a lo que juegue, que perder su identidad de juego y disputar los partidos con esa sensación de salir al campo ‘a ver qué pasa’.