Diario de León

Fútbol | Eurocopa

España, de rozar el ridículo a ser favorita

La selección ha vuelto a demostrar la máxima de que el fútbol es, sobre todo, un estado de ánimo. Tras un comienzo de Eurocopa tibio y nada ilusionante, la Roja supo sobrevivir en el alambre hasta desplegar un arsenal ofensivo que la coloca como aspirante real al título. Luis Enrique está construyendo un equipo atractivo y competitivo al que se le puede augurar un futuro brillante

La fuerza de la selección española reside ahora mismo en un grupo que se ha mantenido unido pese a la adversidad. FRIEDEMANN VOGEL

La fuerza de la selección española reside ahora mismo en un grupo que se ha mantenido unido pese a la adversidad. FRIEDEMANN VOGEL

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El partido ante Croacia, inolvidable por tantas razones, ha cambiado la lectura que veníamos haciendo sobre la selección española. Digamos que la ha aclarado. Desde el comienzo de la Euro, hemos insistido en que la Roja era una incógnita que se despejaría con el paso de los partidos.

Los rivales se encargarían de disolver el gran interrogante español y poner las cosas en su sitio con la frialdad de un forense, cortando de cuajo los debates y las elucubraciones. Pues bien, estábamos equivocados.

Como se demostró en el Parken Stadium de Copenhague, la incógnita no se va a despejar porque en este momento la propia naturaleza de la selección, con una mayoría de jugadores jóvenes y sin eclosionar del todo, es ser un equipo valiente, imprevisible y paradójico, capaz de lo mejor y lo peor. Una bonita incógnita, en fin.

Con la selección de Luis Enrique es mejor no hacer pronósticos rotundos. Después de la derrota de Francia contra Suiza, fueron muchos los aficionados españoles que, felices tras la goleada a los subcampeones del mundo y la despedida imprevista del gran favorito en el torneo, se pusieron a imaginar unas semifinales contra Italia o Bélgica, incluso una final en la que, quién sabe, los chicos de Luis Enrique podrían dar la campanada. Aunque las ilusiones hay que dejarlas crecer, tampoco conviene que se disparen demasiado. Y es que esta España, visto lo visto, más que buenos resultados lo que garantiza son sensaciones fuertes, emoción a raudales, ese dulce vértigo que hace del fútbol un espectáculo por el que merece la pena pagar una entrada. A La Roja hay que verla con los puños apretados y siendo conscientes de que, al final de los noventa minutos -o los 120-, uno tendrá que respirar hondo y quitarse con el sombrero el polvo de la aventura, como Indiana Jones.

Los jugadores completaron ayer su primer entrenamiento en San Petersburgo. PABLO GARCÍA

Al espectáculo del lunes contribuyó en gran medida el carácter que demostró España para salir del atolladero en el que ella misma se había metido desperdiciando dos goles de ventaja. Todo parecía en contra de los jugadores de Luis Enrique al comienzo de la prórroga. Estaban muy tocados y los croatas, con el subidón del que ha sobrevivido en el último instante a una muerte segura, olieron la sangre, hasta el punto de disponer de dos ocasiones muy claras para hacer el 4-3. Fue un momento dramático. La juventud y esa cierta ternura de los futbolistas españoles, la misma que les condenó al 3-3, invitaban a temerse lo peor. Pues bien, entonces llegó la sorpresa en forma de reacción admirable. Porque esa España en ocasiones blanda e imberbe convive con otra antagónica, dura como el pedernal, llena de tipos que nunca bajan los brazos y se afeitan con el hacha.

Luis Enrique tiene mucho que ver en este tipo de fortaleza. Al asturiano no sólo le gustan los grupos ilusionados y comprometidos que se sienten una familia feliz. Esto es algo que desean todos los entrenadores.

No. Lo que le gusta sobre todo es que esa familia unida esté en alerta ante los enemigos exteriores, que viva en un estado permanente de conjura y reivindicación. Puede que el seleccionador lo aprendiera de Javier Clemente, un maestro de la psicología grupal. El caso es que esta España disfruta haciendo gala de su cohesión interna y callando las bocas de sus críticos. De hecho, da la impresión que se siente mejor notando un cierto asedio a su alrededor que concitando elogios y muestras constantes de cariño.

Hazaña suiza

La cita del viernes en San Petersburgo se presenta apasionante.

Suiza es un selección con calidad y carácter, como demostró en Budapest. Lo que hizo solo puede considerarse una hazaña: remontar dos goles a la campeona del mundo, que se inmoló con su propia ‘grandeur’ absurda, representada en el bailecito idiota de Pogba celebrando el 3-1. Aún así, por mucho que el equipo de Petkovic se haya ganado el mayor de los respetos, es evidente que el camino a las semifinales está más despejado para España de lo que lo estaría si Francia fuese su rival de cuartos. Es lógico, por tanto, que hiervan las esperanzas. Lo que no sería lógico es que caer con Suiza se convierta en un desastre que haga emerger a la legión de descuartizadores habituales. Y es que, sea cual sea el recorrido definitivo de La Roja en esta Eurocopa, se puede decir que ya se ha saldado con un éxito: la evidencia de que se está construyendo una gran selección y de que el Mundial de 2022 puede ser una cita muy prometedora.

Esto tiene mucho más valor del que están dispuestos a conceder los resultadistas más impacientes. Desde 2012, cuando alcanzó su cima en Kiev, España viene dando tumbos. No sólo acumulando decepciones en los sucesivos Mundiales y Eurocopas y haciendo inevitable la nostalgia por los años dorados sino desterrando cualquier esperanza de cara al futuro. Ya no es así.

El equipo de Luis Enrique tiene defectos importantes, pero ninguno que no pueda solucionarse o minimizarse con tiempo y trabajo, a base de que los jugadores vayan ganando en experiencia y conjuntándose mejor. Y en ese momento, cuando lo que primen sean las grandes virtudes y el fiero espíritu competitivo que ya se observa en la selección, quizá sea posible celebrar que España ha vuelto e ilusionarse con algo grande.

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