Diario de León

Nadal, el rey del tenis mundial

Decimotercer título en París para igualar a Federer en Grand Slams. El tenista español completa una de las mejores finales de su carrera (6-0, 6-2 y 7-5) ante un Novak Djokovic que se vio impotente y se coloca a la cabeza de máximos ganadores con 20 grandes torneos.

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E. Gardiner | París
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Quizá nunca se había visto una superioridad tan aplastante entre los dos mejores tenistas del mundo (6-0, 6-2 y 7-5). Quizá nunca París vea una final tan desequilibrada con Novak Djokovic como uno de los protagonistas, pero lo que es seguro es que nunca Roland Garros, el tenis o cualquier espectador verá algo tan fantástico como Rafa Nadal. Es un portento de la naturaleza, física y sobre todo mentalmente, que nunca dejará de sorprender. Seguramente ni cuando se retire y deje un vacío enorme en el tenis español.

El tenista balear, en una de sus actuaciones más magníficas, rompió la elasticidad de Djokovic y lo redujo a cenizas para alcanzar su decimotercer Roland Garros e igualar los 20 Grand Slams de Roger Federer , un récord histórico que ahora comparten el suizo y el español y que avivará aún más la incertidumbre sobre cuál es el mejor jugador de la historia.

Aunque cuesta discutir que Nadal no lo sea después de lo visto ayer en la Philippe Chatrier. Un Nadal desencadenado, un Nadal puesto en duda, por las pelotas, por el techo, por el frío, por el rival.

Un Nadal que, con un récord de 99 victorias y 2 derrotas aún tenía que aguantar que no se le diera como favorito en la final. Aparecía Novak Djokovic al otro lado. Su némesis. La última persona que le venció en esta pista en 2015, al que llevaba sin ganar en un Grand Slam desde la final de 2014. Un tenista que solo había perdido un partido este año. El ‘Chacal’ que domina a Nadal desde hace años y que le había arrebatado 14 de sus últimos 18 duelos. Incluso a ese Djokovic, que parece haber pasado las leyes de la física desde hace años, Nadal fue capaz de devorarle de principio a fin, de pasar como un huracán por París, rendido ante el rey absolulto español. Se esperaba un partido de trincheras, en la que quien aguantara su saque, ante la mayor fuerza de los restos, sería el campeón . Y Nadal le metió un 6-0 de inicio a Djokovic. El segundo de Nadal en una final de Grand Slam desde el que le endosó ni más ni menos que a Federer en Roland Garros 2008. El segundo de su vida a Djokovic tras el de la final de Roma el año pasado. Djokovic, sobrepasado Djokovic estaba en la final, jugando bien, pero sobrepasado y abusado por un Nadal cuyo gesto impertérrito denotaba la mayor de las tranquilidades. Era imposible ver a ese Nadal y no confiarle todo. La casa, el coche y la vida. Cuando comparece con esa seguridad en sí mismo que solo pertenece a los más grandes de la historia en cualquier actividad, es, sencillamente, invencible.

Tanta era su supremacía que estaba minimizando a un Djokovic loco por las dejadas y a quien ni siquiera su excelso revés le salvaba. Cuando Nadal subió el 6-2 al marcador del segundo parcial, el serbio pasaba de largo la veintena de errores no forzados. Nadal solo acumulaba tres. Era el gladiador al que no paraban de lanzarle leones encima y se los quitaba a raquetazos.

Pero la perfección no existe. Cuando cogió la ventaja de 3-2 y saque en el tercero, sufrió el vértigo del triunfo. Djokovic olió sangre y remontó, poniendo contra las cuerdas en esa manga a un Nadal que no iba a ceder un ápice de su ventaja. Resistió al mejor Djokovic del partido y lo apartó de un manotazo. Le devolvió a la cruda realidad para él y para el resto de mortales. En Roland Garros, solo puedes ganar si te llamas Rafael y te apellidas Nadal Parera.

Ni la lluvia, ni el techo cerrado, ni las nuevas bolas, ni un Djokovic casi invencible. Si nunca para, seguirá ganando Roland Garros hasta que tenga 80 años . De momento, ya tiene trece. Y sumando. Lo del manacorense ya no es de este mundo. Es más propio de un extraterrestre que de un deportista terrenal. Y encima luego, fuera de la pista, sabe lo que tiene que decir y cómo lo debe de decir. Sabe que sus mensajes calan entre los jóvenes mucho más que los de cualquier líder político, y predica con el ejemplo. Un ganador, un campeón único. Ni las lesiones, ni la edad, ni las gradas casi desiertas ni esa pandemia que todo lo ha cambiado, pueden con el mejor deportista español de todos los tiempos. Y con varios cuerpos de diferencia. «Eres el rey de la tierra y lo he sufrido en mis carnes», le confesó Djokovic tras la final.

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