Diario de León

Mi sueño empieza a vestirse de realidad

Acuérdate de viajar. Por delante miles de kilómetros con una mochila escasa de peso y repleta de ilusión. David Flecha cuenta el primer capítulo de su aventura americana en la que además del reto personal tiene un apartado solidario con la Fundación Aladina como destinataria.

Ushuaia y Tierra del Fuego fueron los primeros escenarios que contempló el leonés David Flecha en su viaje desde Argentina hasta Alaska que durará un año. D. FLECHA

Ushuaia y Tierra del Fuego fueron los primeros escenarios que contempló el leonés David Flecha en su viaje desde Argentina hasta Alaska que durará un año. D. FLECHA

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DAVID FLECHA | RÍO GALLEGOS

Resulta curioso ser capaz de hacer realidad aquello que llevas imaginando durante tanto tiempo, es como si de alguna forma siguieras imaginándolo y por mucho que lo palpes, lo sientas o lo vivas en tiempo presente, sigue pareciéndote algo intangible; casi onírico, pero es real.

La distancia entre León y Ushuaia se puede medir en kilómetros, millas o yardas, pero te aseguro que resulta más interesante hacerlo en dos aviones, 26 horas continuas de viaje, 4 cabezadas de sueño, un acompañante que no hace más que ‘tocar las pelotas’ incordiando a los que tienen alrededor y un montón de nervios que no te dejan relajarte por mucho que sepas que en 12 horas no puedes salir de una caja de metal que se dirige al fin del mundo.

De camino te surgen miles de recuerdos, y haces memoria de cada uno de los momentos que te obligaste a atesorar como si se tratase de una continua fotografía mental, porque sabes que no hay vuelta atrás, y te obligas a aprender que esos momentos son únicos; el timbre de voz de tu madre al despedirse, el abrazo de tus amigos tras tomar la última caña, la cena en la que, aunque eches en falta a alguien y tengas su lugar reservado, sabes que estaban todos los que importan, la cerveza Kadabra frente a la lumbre con quienes en muy poco tiempo te regalaron tanto, la última caricia en la quijada a mi perro Krom o la imagen de tu hermano despidiéndose desde la estación mientras el tren empieza a moverse.

Y ahora Ushuaia, tan lejos y de repente... tan cerca. Llegas a una ciudad en la que nada más atravesar las puertas del aeropuerto, una ventisca fría te cubre toda la cara, y sientes ese ambiente de frío, casi de granizo, y ¡joder!, ¡que soy de la montaña!... ¡pero que frío! Frente al canal de Beagle, esta ciudad duerme bajo la base de una enorme cadena montañosa, con calles anchas y casi desérticas, y se respira un ambiente marinero.

Tras 26 horas de viaje, llegar a Ushuaia y tomar aire, dejé las maletas y salí a conocer la ciudad, conocí a Silvana, una muchacha que me llevó al mirador desde donde se veía toda la ciudad, y más tarde hasta Playa Larga -eso sí parece el final del mundo- y una vez allí el vértigo de repente desaparece. Al día siguiente, caminas por el parque nacional de Tierra del Fuego, donde descubres que no estás tan solo, porque te encuentras a un montón de viajeros que a pie, en bici o en moto se recorren parte del sur de Argentina, alguno de ellos, con quien pude hablar, incluso lleva como 11 meses viajando por toda Sudamérica. Es genial cuando descubres que mientras unos tiene relojes... otros tienen tiempo. Fue el caso de Matías, un gaucho que vive con sus caballos y sus perros en una cabaña en la orilla de Estancia Túnel. Viaja con su botella de vino pegada a la silla de montar, y es casi un arte ver cómo la abre y la inclina para beber mientras su caballo comienza a caminar... Supongo que tomarse así la vida es lo que muchos querríamos... sin prisa ni ruidos, con animales que te acompañan y un paisaje que compartir con café y manta de cuadros; o como Juan, un pizzero de Jerez que un día decidió dejar su trabajo y dedicarse a viajar. Ahora estaba preparando con otros compañeros su viaje a la Antártida. Tras viajar desde Algeciras y cruzarse todo el Atlántico... de repente se ve frente a lo que le espera, un desierto de hielo, y me confiesa que no ha pasado un sólo día de miedo y la balanza entro lo que vive y a quienes tiene lejos le compensa con creces...

Frente a esos miedos creo que a veces da más vértigo pensarlo e imaginarte en un futuro haciendo algo a la que no acostumbras... porque una vez comienzas a viajar, y a moverte, tu mente cambia por completo, como si cambiar de hemisferio fuese como cambiar de miedos, y todo cobra otra perspectiva.

Al tercer día empecé a viajar hacia Río Gallegos, salí hasta el final de la ciudad y comencé a hacer autostop... Fue un viaje largo pero que disfruté muchísimo porque no tenía el tiempo pegado sobre mi espalda, tenía una mochila llena de ganas y un paisaje casi virgen para alguien que viene del norte y para quien todo es bienvenida. Primero un camionero me acercó varios kilómetros, después me tocó esperar como dos horas caminando cerca de 10 kilómetros hasta que me recogiese otra persona... y después otra ruta de caminata y espera. En los tramos de caminata el paisaje me daba algo de nostalgia, verme solo en aquella carretera interminable con toda esa tierra alrededor y no ver ni un solo alma... con un viento que te arrastraba y te echaba para atrás...y yo con toda mi mochila frenándome... así que me lo tomé como un reto, y seguí caminando...

Me encontré subido en la furgoneta de un gaucho que trabajaba esquilando ovejas, creo que me dijo que tenía como las 20.000... y según me dijo ¡son pocas!

FOTO: DAVID FLECHA

Ya casi en la primera frontera entre Argentina y Chile me apeé y seguí caminando hasta que me recogió una pickup, en la que pude estar casi cuatro horas en la parte trasera, viajando por carreteras de polvo, viendo barcos que cruzan el estrecho de Magallanes y disfrutando de un paisaje que me pareció sublime... Kilómetros y kilómetros de territorio sin final, largas carreteras, guanacos y caballos corriendo por las orillas de la carretera... Fue increíble ver todo aquello mientras en mi iPhone sonaba el ‘Electrical Storm’ de U2 y el sol, casi cegador, me quemaba la cara, que terminó haciéndolo... ¡siempre me olvido de la protección solar!

Ya en Río Gallegos coincidí con Gary, un húngaro de 32 años que según me cuenta su vida comienza con un ‘a long story my fiend’: «Me fui a Australia por amor, pero no salió bien. Después regresé a Hungría pero me resultaba difícil estar allí, así que me fui a Estados Unidos para encontrar un trabajo relacionado con la agricultura, ya que estudié Agronomía en Godollo, a media hora de Budapest. Dos años después me mudé a Holanda, me enamoré de una española, que eso sí, estaba loca, y terminé trabajando en Inglaterra. Tras 15 meses trabajando para el gobiernos, seguí relacionado con la agricultura, me ofrecieron un nuevo contrato, mucho mejor, pero les dije, no gracias, voy a viajar».

Doy fe de que Gary no es un chico perdido, sólo alguien que por el momento ha decidido viajar por un tiempo, tiene las ideas claras, y es un tipo bastante equilibrado; es libre, como mi padre, creo que siempre admiraré a quienes llevan este signo tras de sí... por que ese equilibrio que me hace aprender que todo tiene su tiempo y su lugar.

Tras doce horas de carretera de polvo y un poco de hambre (sólo pude comer un par de empanadas por que el camino que compré en la frontera y me supieron a bocata di cardenale), encontrarme con Gary y un lugar en el que hospedarme, tocó descansar, organizar fotografías y poner al día los vídeos y el plan de viaje.

Por delante quedan a la vista nuevos lugares, amigos y un montón de kilómetros por recorrer. El paisaje es infinito, pero por una extraña razón siento que no estoy sólo. Vosotros venís conmigo.

Entre los personajes que se encontró David Flecha Díez está Gary, un húngaro de 32 años con el que coincidió en Río Gallegos. DAVID FLECHA

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