Diario de León

Caminar a la sombra de la Acrópolis

Atenas es una de las ciudades del mundo en cuyas raíces está la explicación, parte al menos, de lo que llamamos civilización occidental. Quizá por ello es una ciudad única, imprescindible. Pero no se puede someter exclusivamente a una mirada clásica, que envuelve todo, es verdad, como telón de fondo, por eso de que, con frecuencia, los árboles no dejan ver el bosque.

A. GARCÍA

A. GARCÍA

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ALFONSO GARCÍA
León

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L a Acrópolis —palabra que hace referencia etimológica a la parte más alta de la ciudad—, el Partenón de forma especial, es el eje sobre el que pivota cualquiera de las referencias visuales e históricas de la capital griega. Pero hay otra vida actual, fresca, que se teje a diario en otros espacios, aunque estén a la sombra de la Acrópolis. La propuesta de hoy es el encuentro con una ciudad milenaria, pero fascinante aún, cosmopolita, vibrante, llena de vitalidad humana.

Atenas no se puede contar. Hay que verla, sentirla, caminarla, disfrutarla. Hoy vamos a recorrer, sin prisas, una de sus zonas más interesantes, animadas y populares. El itinerario, peatonal, puede ser a la inversa. Es igual. Trácelo sobre el mapa. Solo le indicaré algunas referencias que le sirvan de mojones por la ladera norte de la Acrópolis. A los intereses esenciales, básicos, ha de añadir los suyos y sus descubrimientos, sin duda los más importantes.

Depende de donde esté, claro, pero puede llegar en metro a la Plaza de Monastiraki (el pequeño monasterio), hoy punto de partida. Bulliciosa y llena de vida, salen de ella siete calles donde se vende de todo. El mercadillo de los domingos por la mañana es en sí mismo un espectáculo parecido a un zoco. Cerca, y es una simple nota, el cementerio Kerameikos (Keramos era el dios patrón de los alfareros, ceramistas), hoy lleno de maleza, aunque aún pueden verse muchas tumbas e inscripciones, especialmente en la calle central, que no en vano es conocida como Calle de las Tumbas. Se advierte fácilmente en este exótico mercadillo cierto espíritu oriental y la presencia histórica de otomanos y bizantinos. Regatee si quiere comprar. Cuentan que ‘lo que no se encuentre aquí es que no existe en Atenas’, aunque también es cierto que hay bastante mercachifle impostado. Cosas del turismo. No olvide, por otra parte, que camina a la sombra de la Acrópolis, siempre presente, y que puede subir hasta ella callejeando. Le recomiendo que su visita al corazón de Atenas y su museo sea independiente, exclusiva. Pero tiene en sus manos la decisión.

En el entorno en que nos encontramos, tome nota según sus intereses: Museo de Arte Popular Griego, la Atenas romana —Biblioteca de Adriano, Foro Romano…—, la Torre de los Vientos… Esta, de mármol, sobrevivió frente a otros edificios de sus alrededores convertidos en ruinas, y cada una de sus ocho caras mira hacia las diferentes direcciones de la brújula y sus frisos representan los ocho vientos mitológicos. Hay mucho más, claro, y también placitas recogidas y terrazas abundantes. Puede ser el momento para tomar un café griego o una cerveza nacional (Mhytos, Fix…). Por ejemplo. Está sembrada la zona de lugares para hacerlo, recogidos aprovechando escalinatas y callejuelas inesperadas, donde también pueden aparecer a la vista iglesias pequeñas, o curiosas, o sorprendentes… Atenas es una sorpresa que no tiene fin.

Pero resulta que ya está realmente en Plaka —uno no sabe muy bien dónde acaba Monastiraki y empieza Plaka, o viceversa—, conocido como ‘el barrio de los dioses’, por ser el más antiguo —la ciudad empieza a crecer al pie de la Acrópolis—, que se ha escapado de las veleidades urbanísticas y va recuperando, con respeto, sus riquezas, su personalidad indiscutible. Sigue aquí el hermoso laberinto de las calles. Esencia mediterránea. El Museo de Instrumentos Musicales, el de Tradiciones Populares, el Etnológico, el Monumento a Lisícrates o el Jardín Nacional son algunas de las muchas posibilidades.

Permítame recordarle dos iglesias que me entusiasmaron en este paseo, que seguramente usted también encontrará en el caminar lento y un poco sin rumbo. Usted hará sus propios descubrimientos, compartidos no pocos seguramente. En la iglesia de la Metamorfosis coincidí con la ceremonia de un bautizo siguiendo el rito ortodoxo, que siempre llama la atención por sus ritos ceremoniales solemnes, tan alejados de los nuestros. La segunda iglesia, bizantina del siglo XII, es conocida con varios nombres —Kapicrarea, Agios Eleftherios…—, aunque lo más frecuente es que se refieran a ella como la pequeña Metrópoli, la antigua catedral, frente a la gran Metrópoli, la actual, muy cercana. Dedicada la antigua a la Panagia Gorgoépikoos (la Virgen que eleva los votos, Virgen de la Merced), su milagroso icono es su más preciado tesoro. Es una delicia en miniatura. El interior, que parece una cueva, está iluminado solo por las velas votivas, en una intensa atmósfera de paz y tranquilidad. Los delicados relieves exteriores prolongan esa atmósfera a la plaza, donde los atenientes descansan, conversan o cruzan buscando la singularidad del entorno, cuyo ambiente festivo se intensifica durante la tarde-noche, especialmente de los fines de semana, con una notable presencia de música en la calle.

Es hora seguramente de picar algo y probar algunos platos de la gastronomía griega. Por aquí o en el barrio de Anfiótica, que en realidad es una parte de Plaka, otro hermoso laberinto popular de casas encaladas y ventanas azules que nos recuerdan el paisaje arquitectónico y colorista de las islas.

Decida lo que decida, desde la plaza de esta iglesia que fuera catedral enfila una calle que le conduce a la Plaza Sintagma, a tiro de piedra, que nos abre las puertas de la parte más moderna de la ciudad, muy popular en los últimos tiempos por ser el centro de las protestas de los griegos contra la crisis económica. Para los curiosos, indicar que otro de los escenarios de estas protestas, aunque muy alejado de nuestros propósitos de hoy, es el ecléctico barrio de Exarquía, bastión bohemio y anarquista, donde se puede disfrutar del arte callejero y de los grafitis creativos de los artistas urbanos locales.

Esa es otra cuestión. Estamos en la Plaza Sintagma —Plaza de la Constitución—, el centro neurálgico de la ciudad, frente al edificio neoclásico del Parlamento o Vouli. Ante él, el monumento al Soldado Desconocido, con la guardia permanente de soldados conocidos como evzones. El Cambio de Guardia es cada hora, pero la ceremonia más solemne tiene lugar el domingo a las once de la mañana. Este relevo, a la hora que sea, es una de las citas obligadas en Atenas, por la solemnidad exclusiva y sorprendente de los movimientos marciales de los soldados, ataviados con uniformes pintorescos: además de un peculiar gorro con borlas, leotardos, zapatos de madera con pompones y falda plisada. Acabada la ceremonia, dos soldados —uno de los requisitos para formar parte de este cuerpo es alcanzar al menos 1’80 de estatura— permanecen estáticos hasta el siguiente cambio. Es posible fotografiarse a su lado, siempre, claro, con el debido respeto.

En el entorno de la Plaza Sintagma hay museos y edificios para todos los gustos. Si la jornada le ha puesto a prueba de forma notable, una terraza puede ser un alivio. Es un momento para el recuerdo y la ordenación de cuanto haya visto. Quizá demasiado. No hay otra posibilidad en Atenas. Pero ya sabe que una ciudad es fruto también de lo que uno haya visto o querido ver. Es muy importante el milagro de la mirada propia, una de las razones que sustentan la belleza del viaje.

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