Diario de León

Un banco con vistas

Fontanos: el escaño del rey

Es un banco con vistas. Solitario, aislado, en lo más alto de Fontanos, el pueblo más alto de las tierras del Torío. A casi mil cien metros de altitud. A un paso de León. Un lugar donde se contempla una inmensa vaguada y las cimas cantábricas, con el pico Correcillas presidiendo el paisaje. Un lugar mágico

El banco de Fontanos. JESÚS F. SALVADORES

El banco de Fontanos. JESÚS F. SALVADORES

León

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Podría ser el escaño de un rey, tan majestuosas son las vistas. Tan apartado de todo. Tan aislado. Tan regio siendo de madera. Es un banco solitario, oculto y desconocido. Guarda, en Fontanos, el silencio. Y la sabiduría popular del pastor, ávido de contar.

Se llega a él por una sinuosa carretera que atraviesa un bosque húmedo de robles y que en invierno corta la nieve. Un lugar que es territorio natural, refugio de especies que viven camufladas, compartiendo desde hace milenios espacio con el hombre, cruzándose con él a escondidas. Y, sin embargo, se pueden ver.

Corzos, zorros, jabalíes, algún cervatillo. Y dicen que, en las noches profundas, quizá lobos.

Por la carretera se enseñorean mastines leoneses, reyes soberanos de estos parajes, y, si se agudiza el oído, se escucha el canto de pájaros anidados en la hondura del robledal. Conviene guardar silencio en el pago de Las Rabosas, donde mana una laguna que es vivero de salamandras, tritones, sapos y ranas, da de beber a cientos de aves que hacen el camino de la migración y van y vienen en un viaje sin fin y es fuente de viejas leyendas que hablan de xanas y ninfas, de tesoros y misterios.

Vistas desde el banco de Fontanos. JESÚS F. SALVADORES

Es tierra poblada desde antiguo, desde antes de que la historia quedara escrita. Se asentaron después en este territorio surcado por el Torío, el río de aguas frías que los astures nombraron por primera vez, tribus prerromanas que sucumbieron a la gran conquista. En ella organizó el rey Ramiro II el Infantado del Torío, que pertenecía al alfoz de León, tan próximo está a la capital del reino.

Sorprende que esté a un puñado de kilómetros de la ciudad. Naturaleza sin domesticar. Silvestre y pura. Aún.

Pasa el asfalto por debajo del puente que sostiene las traviesas del ferrocarril de vía estrecha que ensanchó las tierras del Torío y les dio futuro antes de que todo quedara olvidado y el carbón, enterrado de nuevo en las entrañas de la tierra. Y entonces, se adentra la calzada en la espesura, dividida en dos, negro entre miles de verdes y marrones, cubierta de hojarasca en otoño, tapada por el temporal de nieve en invierno, reverdecida de musgo en cada primavera.

Luego, cambia el paisaje. Sin transición, sin aviso. Se despeja el bosque y clarean los pastos de montaña. Y en lo alto, al desamparo del viento del norte, Fontanos.

Verde y piedra, madera y teja para sortear los tiempos. Una vida de pausa. Un lugar donde se conserva la tradición de la viandas, la despensa de León que se pasa aquí a la brasa y se convierte en delicia, en Casa Remis, el único restaurante del pueblo.

Acaba la carretera casi en el pilón y después, tomando el camino de la izquierda, todo se precipita. Hacia el valle profundo y silente, hacia una inmensa planicie.

Se pierde la vista hasta la siguiente frontera. Se adivinan otras comarcas. Se avistan las cimas cantábricas, las cumbres de la cordillera que todo lo cerca. Se divisa el pico Polvoreda, con su cúspide de pirámide, dos mil metros de roca escarpada que León llamó desde siempre el Correcillas

Allí está, en ese paisaje de contrastes, dominando la mágica hondonada, el banco con vistas. El ‘escaño del rey’.

El bosque de robles por el que se accede a Fontanos. JESÚS F. SALVADORES

El banco de Fontanos y al fondo, el Correcillas. JESÚS F. SALVADORES

Mastines en la carretera que conduce al banco de Fontanos. JESÚS F. SALVADORES

El banco de Fontanos, desde donde se divisa un paisaje increíble, una vaguada que se extiende hasta los pinares de Camposagrado y las cimas de la cordillera cantábrica, con el Pico Correcillas al fondo, nevado. A Fontanos, uno de los pueblos de la ribera del Torío, se llega por la carretera de Matallana, pasando por debajo del puente del ferrocarril y ascendiendo por una carretera que atraviesa un bellísimo robledal.JESÚS F. SALVADORES

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