Diario de León

el rastro de requejo

Mercado dominical en la CV-193

Requejo de Pradorrey. Nada se tira, todo se cambia, se compra, se vende y se recicla. Es el rastro de Requejo de Pradorrey, a la vuelta de Astorga. Una cita el primer domingo de cada mes. Al borde mismo de la carretera. En las cunetas de la CV-193. z? por susana vergara pedreira

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León

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Primer domingo de mes, mediodía en punto. Sorprende ver tanto coche por la angosta carretera, aún helada. Un trasiego de gente que va y viene por las cunetas escarchadas. Una curva, una pequeña recta, más curvas, las sebes. Hace honor la CV-193 al nombre del pueblo al que conduce. Requejo, rincón escondido, angostura. Desde la Edad Media se llama así. Y así es este lugar donde se cruzan Maragatería y Cepeda. Cuarentaitantas casas alineadas al borde de la carretera, que bulle cada primer domingo de mes.

Viene la gente de toda la comarca a este pueblo de la ‘Maragatería pobre’ para comprar en el rastro de viejo que se inauguró hace seis años. Un mercadillo de reciclaje que ha revitalizado el pueblo. Hay en los puestos un poco de todo. Y si se busca bien, hasta piezas increíbles a precio de saldo.

En Requejo no se tira nada porque todo cambia de mano. Útiles de labranza que en una casa ya no se usan sirven para la del vecino por un puñado de euros. Botas de agua en perfecto estado, tijeras para podar, lámparas de cristal, pequeños muebles, miles de libros de la infancia de otras generaciones, ropa, chales... Y, a veces, un pequeño capricho, una oportunidad, una delicia. Como las galletas con mermelada de rosa silvestre que Teresa recoge en el bosque y elabora en su casa, una campana tibetana o la cafetera de la Bauhaus que María compró por seis euros. Piezas de coleccionista amontonadas junto a decenas de objetos esperando que alguien las reconozca.

El rastro de segunda ocasión tiene ‘autor’ pero allí todo el mundo renuncia al protagonismo. Lo niegan Nina, Mercedes, Sebi...

Requejo es el pueblo de acogida de quienes bajaron de Matavenero, el pueblo hippie, empujados por el Ministerio de Educación. La ESO es la responsable del éxodo del movimiento contracultural, libertario y pacifista que repobló primero el pueblo ecológico más famoso del mundo y luego éste otro. Aquí se instalaron los niños que tenían que acudir al instituto. Imposible hacerlo por el camino de montaña en pleno invierno así que Matavenero abrió una ‘sucursal’ en Requejo. Primero, todos los críos juntos en una casa al cuidado de un par de tutores. Luego, las familias fueron bajando para poblar de nuevo una localidad históricamente en mitad de la nada, entre la pujanza de Bonillos y Pradorrey, que fue sin embargo capital del arciprestazgo para zanjar una disputa histórica entre pueblos. El famoso ni para tí ni para mí que dio a Requejo iglesia y casa del arcipreste, hoy convertida en peculiar alojamiento rural.

Es una de las casas de piedra tradicionales de la zona que se mantiene en pie. En los campos aledaños crecen en cambio las construcciones de madera, cabañas en mitad de huertos ecológicos donde se cultiva sin química y se come a la manera vegana aunque en el mercadillo humean los pinchos morunos sobre la brasa de un bareto que tiene por techo un toldo, por nevera unos baldes con hielo y por barra un tablón de madera. Hay que dar gusto a la clientela llegada de Astorga. Justo enfrente, dos sillas de terraza y una mesa de construcción casera para tomarse un refrigerio a la fresca. Al lado, un buzón colgado de un arbusto.

Sopla el viento en este pueblo maragato, frío y seco. Un airecillo que transporta el rumor de los puestos más lejanos. Las hojas de libros viejos que son un tesoro o el sonido de decenas campanillas que José María se ha traído directamente desde Inglaterra. Se arremolinan los curiosos para leer las leyendas. En una de ellas reza, en inglés, «De la Casa más Pequeña». 72 inch. Y se ponen a calcular. En pulgadas. La longitud de la falange distal del pulgar, quién sabe de qué gobernante. Ahora, 25,4 milímetros. «No llega a dos metros de frente y tres de fondo». Hay asombro entre los compradores. La campana también es mínima, pero suena como los ángeles.

Afinados están los músicos del pueblo, que se han juntado en la carretera para improvisar ritmos, una especie de ‘jam session’ dominical. Con la música se mezclan otras conversaciones y muchas reivindicaciones. No se habla de otra cosa. De la nueva Reforma Local, la ley que prepara el Gobierno y que amenaza con hacer desaparecer una forma milenaria de vida en los pueblos de León, regidos por las juntas vecinales, reunidos en concejos, trabajando juntos en hacenderas, repartiendo la leña en la ‘suerte’, viviendo cada uno en su casa pero, si es necesario, todos en la de todos.

«Quieren saquear los pueblos», denuncian. «El otro día, para abrir una zanja la Diputación nos ha pedido proyecto y permiso de obras... ¡Pero si es una zanja! ¡Sólo les ha faltado decirnos que necesitamos estudio de impacto medio ambiental!», dicen con sorna. Y eso que en el pueblo de al lado tienen hasta arquitecta.

La valla metálica que separa una finca de la carretera sirve de muestrario de ropa y el portal de una de las casas de probador, aunque no hace falta. Aquí se practica una vieja máxima leonesa: con la palabra basta. No se necesitan vales para descambiar. Y siempre cabe la posibilidad de volver a venderlo en otro puesto.

Por ejemplo, el 5 de enero. Nueva cita del mercadillo de Requejo la víspera de Reyes. Sin tasas ni obligaciones, sin puestos fijos ni compromiso. Un manera de mercadear que conoce bien la historia. Cada primer domingo de mes. Con nieve o al sol. Al borde de la CV-193.

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