Diario de León

El rumor del agua

Patchwork de molinos

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León

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Con sus impresionantes 36 metros de fachada y sus dos plantas, el molino Pisón marca el primer punto de una curiosa ruta natural entre Sariegos y Cuadros, que enhebra hasta siete de estos ingenios que domaron el agua para ayudar al hombre. La vegetación parece querer guardar los fantasmas del pasado de algunos de ellos y hurtarlos a la curiosidad del turista, pero caminando se llegan a ver. El recorrido puede iniciarse desde Carbajal de la Legua, en el parque con merenderos a orillas del río Bernesga.

Tras cruzar el puente peatonal se toma el viejo tramo de enlace con la carretera CL-623 donde enseguida saluda el molino Pisón, también conocido como de Marceliano por su último propietario, donde no hay nadie que no repose en su barandilla cuando se topa con su imponente estampa por primera vez. El rumor del agua, la pradera que se abre a sus espaldas y el frescor de la arboleda que lo protege recrean un lugar bucólico digno de detenerse junto a él. Fueron años de mucho trabajo, allí se molía el cereal de la zona, sobre todo centeno y trigo. Marceliano iba con un carro y un caballo por los pueblos para recoger los sacos, los llevaba a moler y los devolvía a los dueños. En su última etapa molía para las fábricas de pienso de León hasta que dejó de ser rentable.

Avanzando por la senda pedregosa surge el segundo molino, el de La Pontona, reconvertido en vivienda en 1994, aunque muestra sus ojos sobre el agua. Es maquilero y sirvió para moler pienso, harina y producir luz para ese barrio. El tercer molino se encuentra abandonado y se conoce como Lagañosa, y el cuarto es nada menos que el más antiguo de la provincia de León: el Molín de Santibáñez arrastra más de 500 años a sus espaldas en una construcción a la antigua, empleando adobe y paja.

El quinto molino se conoce como Restralla. Es un ejemplo de los primeros balbuceos de la era industrial. Promovido por la familia Valcárcel, fue adquirido por el tío Restralla, molinero a sueldo que afrontó el formidable empeño de ser dueño de una fábrica de harinas. Es lo que ahora llamaríamos un hombre que se hizo a sí mismo. Forastero en Cuadros generó el negocio suficiente para levantar junto a la fábrica una explotación agrícola, empezando por construir la casa. Aunque la maquinaria permitía mejores rendimientos que los conocidos hasta entonces y el esfuerzo humano era considerable, los tiempos se complicaron pues España estaba convulsionada por la inestabilidad política. Aunque no lo viera el fundador, vinieron épocas más tranquilas y la harina del molino Restralla desbordó los límites de los lomos de sus jumentos y, por medio del camión, se extendió el negocio desde la montaña de Gordón a los Oteros y al Páramo.

La evolución tecnológica que deja obsoletos los ingenios más revolucionarios acabó también con esta fábrica. Abierta aún por el romanticismo del paisano al que no le importa las toneladas de harina, sino más bien la música del agua cayendo en tromba por las compuertas y el silbido de las poleas renqueantes, porque es la música que oyó desde niño. El molino no muele pero sigue abierto.

El sexto es el de Rozas. Se encuentra muy cercano a Cuadros y se rehabilitó en 1908 como indica su portada, realizada también con adobe aunque algunos tramos son visibles sus reparaciones empleando otros materiales como piedra, siendo no tan genuino como el de Santibañez. Un poco más adelante se localiza el molino Picón, que parece más un almacén. Para llegar a él hay que tomar el primer desvío una vez se camine por la senda paralela a las vías del tren. Los tres primeros molinos de la ruta se sitúan sobre la Presa del Bernesga, que también mueve el de Villabalter o el de Eugenio de Nora, y los otros cuatro sobre la acequia de Cuadros. Los molinos han sido víctimas del progreso. En poco más de un siglo, León ha perdido más de 1300 molinos. 700 de ellos han conseguido sobrevivir, de los que solo un pequeñísimo porcentaje aún funciona. A finales del XIX y principios del XX llegaron a contabilizarse más de 2000 de estos ingenios hidráulicos, lo que supone un 12% de todo el país. La mayoría de los que se salvaron están en ruina o han sido reconvertidos para uso turístico o vivienda.

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