Diario de León

Marquitos y familia

Lo regio es esta saga

¿Es mesonero, tasquero, hostelero,...? «Soy Marquitos». Y ríe, como siempre, con ese guiño travieso que su aspecto aún hoy aniñado y su aguda voz no perderán jamás. Pero Marquitos es mucho más que uno. Son cinco generaciones de esforzado oficio que evolucionan sin perder la raíz de su identidad. 65 años de Bodega Regia que miran al futuro

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León

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Manos que no dais, ¿qué esperáis?». Así resume toda una filosofía no de negocio, sino de vida. Ángel Marcos Vidal Suárez, Marquitos (Gelín, Gustavín, según la antigüedad de las amistades o el apodo de aquellos tunos de los 60 que sigue ostentando con orgullo) ha vivido y sigue viviendo «con las puertas abiertas». Las de una trayectoria empresarial que ha conocido la cumbre y el pozo, las de una vida anclada en la solidez de la piña familiar, las de una personalidad que ha cultivado la amistad y el interés por los otros no como una estrategia empresarial, sino como la rúbrica de una manera de ser. «No espero, llamo. A ver qué tal están, cómo les va. Como a estos jóvenes que han recibido las estrellas Michelín y los Soles Repsol ahora, les tengo aquí (y los tiene, sobre la mesa, en recortes de periódico) para llamarles. Son jóvenes a los que tienes que arropar, como a los tuyos. El contacto es señal de aprecio. La mejor onda es la cercanía».

Esa transfusión de cariño, repartida por Marquitos en forma de sonrisas, saludos, brindis y ronchitos; devuelta con la fidelidad del cliente-amigo, o del cliente sin más, es la que ha mantenido vivo el negocio de la Bodega Regia durante 65 años. Y los que vengan, ya en manos de una nueva generación (la quinta) de ‘vidales’ que ha mamado la esencia, pero atesora una formación de excelencia y experiencia internacional que en los últimos años ha sentado las bases de la nueva tradicional Bodega Regia.

Marcos, María y Raúl, los hijos, llevan el negocio. Marquitos y Ana, los padres, siguen dejando por allí el aroma de su presencia. «Ana llega y tiene esa vista de la experiencia...», explica el patriarca. Antes ella, Ana Fernández, la cocinera que ha llevado a la cumbre los productos y las recetas de la tradición leonesa, ha dejado claro que hay que ceder las riendas del negocio y las decisiones a quienes ahora lo dirigen, y no se puede interferir. Lo de Marquitos es otra cosa. «Yo vengo a mediodía, saludo a los amigos, a quienes vienen de fuera,... Es algo que me ha enriquecido siempre, no quiero renunciar a esa pincelada de agradecimiento a quienes vienen a nuestra casa».

Marcos Vidal en un rincón de la escalera en el que se hacen hueco parte de los reconocimientos logrados en estos 65 años de andadura del negocio familiar. RAMIRO

Porque seguir estando cerca de quienes, por tradición o por primera vez, se acercan a los muy leoneses y tradicionales fogones de la Bodega Regia, aporta «una riqueza interna, una fuerza moral, una inyección de aprecio, que no es comparable con nada». Lo dice quien asegura compartir la amistad de las familias del gremio tradicional hostelero leonés, y «haberlas enriquecido e inculcado a mis hijos».

Un traspaso de generación en todos los ámbitos del negocio de restauración y hotelero que se ha preparado con esmero en el tiempo, que ya es efectivo en la práctica y discurre con naturalidad en las formas. Desde su privilegiada atalaya en un edificio centenario anclado en la muralla, aquel valiente proyecto del ave Fenix que a finales de los 90 apostó por resurgir de unas cenizas (una historia nunca han disimulado en la trayectoria empresarial familiar) decidió asentarse en una nueva manera de entender una herencia que es su seña de identidad, pero que exigía otros cauces de aprendizaje.

Marcos y María, sumiller y responsable de sala y encargada del negocio hotelero, en uno de los comedores de la centenaria casona del «rincón de Marquitos». RAMIRO

«Los chicos se criaron en el negocio, en la plaza de San Martín debajo de la mesa de la cocina». Cuando pintaron bastos, en el bar del Ayuntamiento en San Marcelo. Después en General Mola, en la Rinconada de Pere Cantos, «el rincón de Marquitos». Desde aquella casita que luego fue El Búho, «sentados en la piedra de la puerta, mirábamos el edificio donde entonces estaba la Librería Escolar. Les preguntamos a los chicos qué querían hacer y dijeron que seguir con nuestro negocio. Si iba a ser así, había que mirar al futuro e invertir». Arriesgarse de nuevo en un millonario proyecto: comprar aquella casona en ruinas y levantarla palmo a palmo sin más garantía que el trabajo diario de la pequeña casa de comidas. «Confiaron en nosotros. Nos conocían en lo bueno y en lo malo. Y nos apoyaron». Era la caja de ahorros de entonces.

La Bodega Regia reemprendió un proyecto de futuro que no contemplaba aprender el oficio detrás de las barras, como había ocurrido hasta entonces. Con la ayuda del inolvidable Carlos Cidón, Marcos inició el nuevo camino de la saga familiar en la Escuela Superior de Hostelería de Biarritz. Prefirió la sala a los fogones y sacó también el título de sumiller en Burdeos. Varios años de estudios especializados que completó con trabajos en Francia e Inglaterra hasta recalar en el Hotel Ritz de París.

La familia en la entrada del restaurante. RAMIRO

María optó en la escuela internacional por los estudios de dirección y gestión de hoteles, y un master en turismo internacional. Trabajó en hoteles de lujo en Marsella y Londres, además de Paradores, antes de volver para gestionar la división hotelera del negocio familiar.

Raúl también se formó en la prestigiosa escuela de Biarritz, tres años de cocina y uno de repostería que perfeccionó durante dos años trabajando con Pedro Subijana antes de tomar las riendas de los fogones familiares.

Un tesoro de formación con los mejores volcado en una propuesta gastronómica que tiene en lo tradicional su punto fuerte. «Nuestro emblema, nuestra identidad, es la cocina tradicional. Aquí hay platos que recuerdan a la cocina de las abuelas, y cada vez hay menos propuestas de este tipo. Y se valoran más. Por las personas de aquí, y desde luego por quienes vienen de fuera, y quieren conocer lo autóctono, no lo que tienen a su alcance en cualquier sitio».

Ese es el legado más valioso para una generación de profesionales de la hostelería y la gastronomía formada en la vanguardia, que pone su conocimiento al servicio de preservar la tradición más arraigada.

Aunque la llave del futuro de la Bodega Regia no está sólo en sus salones centenarios ni en sus fogones. «La evolución de este mundo en los últimos años ha sido bestial, se han mejorado mucho técnicas, tecnología,... Pero lo básico sigue estando en las raíces. En mantener el cariño a quienes vienen a nuestra casa. Nuestros hijos, desde su formación y su entrega, están soportados por los cimientos de 65 años de esfuerzo. Desde aquel niño que servía a las 7 de la mañana el orujo y la parva con su padre, luego el blanco y a la noche limpiaba a los animales; hasta la honestidad de adaptarnos a los presupuestos de las personas que querían tener esta casa como marco de sus celebraciones. Darles respuestas, volcarnos siempre con algo más para que fueran felices, ha sido la mayor felicidad para mi».

Durante más de seis décadas Marquitos ha guardado centenares de fotos y recortes de cuanto ha sucedido entre las paredes de su restaurante. Al menos lo que se puede contar, porque esos comedores han sido testigos de muchos episodios que quedarán para siempre silenciados entre sus coloridas paredes de adobe y sus entramados de vigas. Cinco grandes volúmenes de firmas son testigos de quienes han pasado por su casa, desde Arias Navarro a Carmen Sevilla o Lola Flores, de Manuel Fraga a Samaranch, dirigentes, ministros, reyes. Libros que son un tesoro para repasar la historia reciente de León. «Nuestro mayor orgullo es que hemos recibido a todas estas personalidades, y hemos sido embajadores de la cocina leonesa por todo el mundo, gracias a los cimientos de nuestro día a día. A todas esas personas y amigos que han estado con nosotros siempre. Sin esa base, todo lo demás no existiría».

Marquitos pasea hoy sus bolsillos repletos de ronchitos por un paisanaje leonés que le reconoce como una de sus señas de identidad. Cuando se le pregunta si le gustaría ver a sus nietos (dos y otro que está a punto de llegar, más los que vengan) como la sexta generación de esta regia saga de hosteleros, no oculta que la emoción le dice sí, pero la incertidumbre económica le desasosiega. De momento, estos nietos aparecen ya en las más modernas fotos de las decenas de reconocimientos que se apelotonan en las vitrinas, escaleras y paredes del viejo caserón que guarda la pócima del pasado y la receta del negocio de un futuro que ya es consolidado presente.

Ahora Marquitos disfruta y ordena el archivo de su vida, acondicionado en una de las habitaciones de los hijos que volaron del hogar paterno para escribir un camino propio que no pierde el yugo del vínculo familiar. «Podemos quitarnos la mascarilla, somos muy muy convivientes».

«Sé cómo me gustaría ser recordado ‘el día después’. Como ese niño mayor, hostelero, leonés, trabajador por su tierra, en compañía de Ana. Honesto, familiar, muy amigo de mis amigos, compañero de mis compañeros, de todos. En esta profesión tan esclava, pero bonita y social. En la que espero haber dejado una marca de solera, tradición y generosidad. Y a mis hijos y mis nietos». Dicho queda.

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