Diario de León

Hierve la sangre

El rey del monte está que brama

La liturgia de la berrea, entre quitameriendas y praderas agostadas, se abre por el libro de la lluvia de septiembre. Cuando las noches crecen y las temperaturas se contraen, y los venados se ven apurados por el instinto de la procreación. Los venados, que sólo se quitan de la cabeza el armamento de defensa en el mes de marzo, se han pasado el último medio año dedicados a tener al día este arsenal de precisión, de ataque y defensa del territorio

León

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Las quitameriendas salpican de morado las praderas agostadas; y los bramidos suben cuesta arriba, mientras los venados hacen estallar las astas en embestidas cargadas con la hormona de la supervivencia de la especie. La fiebre por engendrar. La llamada del otoño lleva más sangre que la de la primavera, en estos septiembres que abren otro ciclo natural, con miles de curiosos interesados en un fenómeno que es ya un reclamo turístico. Los valles de la mitad norte de León, principalmente su mitad oriental, el este de los valles dependientes de las cabeceras del Porma y el Esla, la vertiente cantábrica y la caída a Valdeón y Sajambre, son los santuarios principales para la localización del cortejo e inicio del ciclo de reproducción de los grandes ungulados que han tomado ya como hogar un área cada vez más amplia de la provincia leonesa.

El venado brama antes de pelear por el harén. Y el bramido del venado se hace carne entre la agenda del qué hacer y qué seguir este mes en León. Hay puntos turísticos que facilitan el alojamiento, la conducción y guía hasta la primera línea de ese concierto celoso, que ha puesto la berrea en la cima de los lugares que merece la pena visitar antes de la muda de piel del monte, antes de que los ocres y rojizos acaben con el manto de hoja que protege el terreno donde los venados preparan las justas en las que la lanza es la cornamenta.

La cornamenta que han cuidado con un mantenimiento metódico, propio de los coleccionistas obsesivos que pulen y sacan brillo al diamante. La cornamenta es el tesoro, la herramienta, con servicio técnico propio, afilada cada amanecer contra la base de abedules y esa madera con alma de esmeril que afeita y alisa el doble filo de las puntas. La cornamenta del venado es un puñal. Y rompen el silencio de los amaneceres de los valles altos de León con crujidos secos que preceden a la liturgia de los bramidos que recorren las camperas. Ahí se citan para definir qué estirpe dominará la próxima generación de venados que llegará al mundo la siguiente primavera, justo a tiempo para que los rebaños superen la gestación auxiliados del peligro de los depredadores entre el auxilio colectivo y al calor que proporciona la manada en el invierno.

Hay un punto de relación entre el tiempo de la berrea y la meteorología, el clima, la hora de preparar el cortejo, la llamada de la sangre, la cita con la reproducción de la especie. Las lluvia y la caída de las temperaturas en estos primeros días del último mes del verano aceleran todo este ritual, que se suele ubicar en los extremos. Al amanecer, entre las brumas que dejan el monte al borde del punto de rocío, sin el bullicio aquel que exageraba las prisas de mayo y junio por hacerse con un hueco en el entorno, un bramido rompe el techo cristal. Y se forma una trifulca entre las bestias que no tiene límites a ojos de la razón; la lucha acabará cuando uno de los contendientes se deje llevar por su instinto de supervivencia antes que por su instinto de procrear. Ese bicho dominante que en marzo perdió las palas y ha sacado brillo a la nueva cornamenta para defender el territorio está a punto de perder su hegemonía. La berrea es la sangre que hierve.

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