Diario de León
ROBERT GHEMENT

ROBERT GHEMENT

León

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Igual ya no existen, que yo me quedé colgado en los cinco Tours de Induráin, uno que se confinó un lustro en el primer puesto del ciclismo mundial. Qué deportista. Y qué tardes de gloria, y de sofá... No sé con cuáles quedarme. Aquí no vale. Hay que seguir. Nadie puede parar, como dice Héctor Escobar, y lo demuestra con lo nuevo de Los Modernos. Junto al tema central hay otras noticias, sí. Cándido Alonso tuvo una nieta. Así. Hay días que se está a todo, y otros, a nada. Directamente por la mañana, viene todo de golpe, como una brisa que entra por la ventana de la primera hora. Todo es comprensible, pero hay que estar. Incluso pensar un momento en mucha gente pasándolo mal. Decía el otro día Albert Espinosa algo así como que vivir es aprender a perder lo que se ganó. Sigamos en la meta volante que a este paso nos plantamos en otra. Por lo visto, ahora habrá que recuperar parte de ese concepto: meta volante. La carrera continúa. Un día en la ventana es pasar por debajo de una pancarta en la que se supone que queda menos. Un sprint y a seguir. Ahora estamos pasando fases, así que serán etapas para llegar a la recta final. Ánimo. A veces me gusta ver qué ofrecen los periodistas corresponsales de otros países, porque es interesante leerles y oírles cómo hablan bien, incluso mejor que nosotros, de España. Porque se saltan lo de Gobierno y oposición y hablan de Estado, que es en donde cabemos todos. Pero la idea de meta volante es esa relatividad de que hay que seguir. Implica subidones y bajones, cuestas, descensos y puertos de categoría especial. Marcarse metas, volantes o no, puede ser una fórmula. Porque en su conjunto se puede llegar primero o no. Aunque hay días que hay que mirar atrás. Mi niña pequeña durante muchos de los primeros días me decía: «Cuando vengas me tienes que traer un gel desinfectante que es de colores, que aquí no lo hay». No lo había en ningún lado pero preguntaba todos los días, con esa insistencia puntual que solo tienen los pequeños. A los diez o doce días, que para ella serían un millón de días, me dijo: «Cuando vengas no hace falta que me traigas ese gel. Ya no lo quiero». Se olía que pasaba algo serio. Y se ve que había pasado la meta volante y que aunque no había ganado seguía en la carrera, buscando la siguiente.Hoy he pensado que la ciudad ya no extraña las trapas cerradas pero que a un golpe de llave se subirían todas a la vez. Si no pensara que algún día abrirán, no escribía esto. Porque, de alguna manera, todos estamos haciendo tiempo para acabar con esta vida provisional. Hemos aprendido a hacer el plan de no hacer planes sin cancelar nada de lo pendiente. Queremos ver la ventana de nuestra casa pero desde fuera, eso sí. O que al que vean por la ventana sea a mi. Ayer vi a un amigo por mi calle. Me hizo ilusión. No le dije nada. Le mandé un mensaje: Te vi por mi calle. Y me acordé de aquella historia de vanidad de cómicos que contaba Luis Merlo. Dos actores que se saludaban y uno le decía al otro: «Ayer te vi bajando las escaleras del Metro de Sol». A lo que el otro contestaba: «Ah, ¿Sí? ¿Y qué tal estuve?». Pues eso, que queremos estar, actuar en la acción de la vida.

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