Diario de León

Día 43

Pies para qué os quiero

Fotografía sin fecha facilitada por Unicef India, tomada por un niño llamado Kishor en Anantha Sagar. KISHOR

Fotografía sin fecha facilitada por Unicef India, tomada por un niño llamado Kishor en Anantha Sagar. KISHOR

León

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Estamos bien, ¡que sepamos!, se oye por la ventana recién abierta. Esa frase, desde este observatorio oficial de lo extraoficial, se oye mucho. Aunque hay veces que mejora. Como ayer. Igual es que sois asintomáticos, ojo. Le replicaron. No, no, no, nosotros estamos bien. Zanjó. Casi era para cerrar la ventana y ponerle punto final a los diálogos del día. Me acuerdo de que una vez, leyendo este periódico, alguien exclamó: ¿ves como los de la prensa siempre mienten? Aquí pone: Los ocupantes del coche resultaron ilesos. ¡Pero si estaba yo ahí y no les pasó nada! A veces, en la vida hay diálogos 10 sin necesidad de guionista. Usar una palabra para lo contrario es sublime. De una eficacia máxima. La conversación de la mañana terminó como una vuelta a la casilla de salida: me lo dijiste el otro día, justo aquí mismo. Cuidaros. Otras personas se despiden con otro cuidaros. Estamos en un punto en el que repetirnos es una novedad a celebrar. Los primeros días del desastre, el que no se levantaba pensando en su propio cuerpo y no se decía: bueno, parece que todo sigue, toquemos madera, era que no llevaba sangre en las venas. Casi todas las llamadas de esos días tenían más de chequeo médico que de consultorio familiar. Hay ratos ahora en que también se piensa. Será normal. Sobre todo, los que en lugar de curvas ven personas. Porque, que la curva baje no borra el fracaso. Fracasar menos, pero fracasar. Hay que pensarlo así y unirlo a seguir. Mientras haya niños, que era lo que se buscaba. Me viene a la cabeza todo esto esperando una agorera avalancha de niños por la calle en una mañana de domingo que da muy poco de sí. Y temiendo la réplica. Antes, no saber cómo se estaba, era la mejor manera de estar bien. Ahora forma parte del pasado. Todo depende del cristal con que se mire, y con el que se lea. Y ahora usamos pocos. El de la ventana intentamos que esté abierto y se incorpore a nuestra mirada. Porque mirar a la calle a través de la ventana sería muy triste. Ni romántico, ni nada. Triste. Y el domingo, que siempre tira a melancólico ha perdido hasta la salsa gastronómica de pasadas fechas. Cuando se confirmaba que en España todo se arregla con una comida. Nadie cuenta ya qué come. Antes de que empezara a llover ya no había ningún niño por la calle. Fue como una declaración de intenciones. Fue como ver el después antes de que pasara. No hubo la imagen distópica de niños paseando como si esto fuera un mundo feliz. Llega la hora de sonreír porque somos felices. 59 minutos solo, por favor. Caminen. Aparecieron a cuentagotas con esa normalidad torpe que manejan cuando se tropiezan sin necesidad de que haya un obstáculo. Puede que algunos, los más pequeños, incluso pensaban más que en pies para qué os quiero, en pies para qué servís. Pero, de repente, se oye una frase: Qué gusto da oír niños en la calle. La dice un hombre mayor desde su ventana. Dan ganas de enviarle a la tele, a ese rato que parece que a todos nos pilla con el paso cambiado y sobre todo a los que salen en pantalla. Se ve muy alto pero se oye todo desenfocado... Si, al revés. Un niño lo dijo claro: sí, necesito salir porque ya se me estaba acabando un poco la paciencia.

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