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C. FIDALGO

Ponferrada

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Mi abuelo Ramón Calvo estaba suscrito a  La Luz de Astorga , que siempre me ha parecido un nombre muy adecuado para un periódico.  La Luz de Astorga , como muchas de las publicaciones que nacieron en los albores del siglo XX, era un periódico católico, rival de  El Pensamiento Astorgano , de corte más liberal, y lo había fundado en 1892 Domingo Fidalgo Mata, bisabuelo de quien ha sido durante muchos años responsable de prensa en la Delegación de la Junta de Castilla y León; mi ‘primo’ Ángel María Fidalgo (en realidad no tenemos ningún parentesco, más allá de nuestro apellido y la fascinación compartida por las letras y el periodismo, pero me gusta pensar que somos de la misma familia).

La  Luz de Astorga  le llegaba a mi abuelo materno por correo. Solía traérselo el cartero, aunque en ocasiones se le olvidaba y había que ir a buscarlo a su casa.  La Luz  se imprimió hasta mediados de los años setenta, igual que  El Pensamiento , y los dos se desvanecieron a la vez, en manos del mismo empresario y después de una larga y a ratos enconada rivalidad, aunque con el tiempo reaparecerían como suplementos de  El Faro Astorgano ; otra cabecera histórica de La Maragatería que resucitó en 1980.

No eran tiempos para gastar en nada superfluo aquellos años en los que a mi abuelo Ramón le llegaba  La Luz  a casa. Pero no le faltaba el periódico todas las semanas. Le parecía, como nos ocurre ahora en plena pandemia, que estar bien informado era algo esencial.

Años después, en los tiempos del desarrollo económico, mi abuelo también fue de los primeros vecinos de Ucedo -en la linde de La Cepeda con el Bierzo, les contaba ayer- en comprarse un coche; un Seat Seiscientos diminuto, blanco y brillante, que aparcaba en la cuadra de su hermano porque en la suya no tenía sitio. Recuerdo que en una ocasión nos metió a todos los nietos en el asiento trasero y nos llevó con él a Astorga. Menuda aventura para unos renacuajos. Y no se me olvidan los cromados del frontal, los tapacubos, el volante, que me parecía enorme, y el motor trasero del coche, que tanto me llamaba la atención.

Un motor de muy pocos caballos y un sonido muy particular que me recuerda al del enorme cortacesped del Ayuntamiento de Ponferrada que, mientras les escribo estas líneas, adecenta las zonas verdes alrededor del edificio donde vivo en el primer día de la Fase 1 de la desescalada. Empezamos a ver la luz en el Bierzo. Pero no podemos descuidarnos. Por eso me entristece comprobar que en León, la rabia contra el Gobierno y el sesgo político interesado de quienes animan a manifestarse en la calle pueden más que la prudencia y la solidaridad con nuestro personal sanitario.

El Seiscientos de mi abuelo, y mira que siempre fue un gran conductor, no tuvo un buen final. Se lo llevó por delante un automóvil más rápido, que no respetó la señales de velocidad de la N-VI, ni la distancia de seguridad, y lo lanzó fuera de la carretera a la vuelta de un viaje a Astorga. Mi abuelo y mi abuela, y sobre todo su hermano, que salió mal parado del accidente, vivieron para contarlo. Pero el Seiscientos blanco, brillante, no volvió a circular.

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