Diario de León

14-F, la hora de los epis y los zombis votantes

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Los zombis se quedaron en leyenda urbana. No salieron de sus tumbas la noche de San Valentín. Había miedo, mucho miedo a esa última franja horaria de las votaciones, la reservada a los contagiados y los confinados por coronavirus. Y sin embargo fue una hora tranquila, en la que apenas se dejaron caer electores con más pinta de olvidadizos que de achacosos enfermos. Pero la inquietud va por barrios y a los miembros de las mesas esta exposición «temeraria e innecesaria» les tenía bastante «acojonados».

No les gustaba nada la idea de tener a metro y medio a un posible enfermo de covid por mucha EPI que llevaran puesta. Esa imagen de laboratorio de la Nasa, de sala de operaciones con los presidentes y vocales atrincherados detrás de gafas protectoras, batas, viseras y demás material sanitario pasará a los anales (no a los test) electorales. Una imagen excepcional como excepcional resultó votar en plena tercera ola. La fiesta de la democracia bajo una espada de Damocles en forma de virus mutante.

«Hubo un tiempo en que me lo tomaba a broma, pero conozco a tres o cuatro que se han quedado por el camino. Si nos dicen que no salgamos de casa, que no vayamos a los bares y evitemos espacios cerrados, ¿cómo coño nos exponen a un contagio dejando que los enfermos puedan venir a votar presencialmente?», se pregunta Ángel, de 59 años, presidente de una mesa electoral y empleado en un taller de camiones. «No lo entiendo», zanja cabreado.

Para tratar de evitar las aglomeraciones, los electores pudieron votar en iglesias, mercados municipales, plazas de toros y hasta en el Camp Nou, el coliseo del Barcelona, reconvertido en un colegio electoral blindado con todas las medidas de higiene. Los votantes que acudieron a las urnas se sintieron seguros, pero la alta abstención indica que el miedo encerró a muchos en casa.

No lo hizo con el señor Quintana, un valiente de 104 años que a primera hora de la mañana se acercó al Mercado de la Concepciò, en el Eixample, con la papeleta traída de casa, como habían recomendado las autoridades.

Don Pere Quintana, farmacéutico y «como se puede imaginar jubilado hace tiempo», quiso ejercer su derecho al voto, «lo que no pude hacer en los cuarenta años de Franco». Emocionado, el buen hombre insistía con clarividencia: «Hay que votar... siempre hay que votar aunque sea en blanco».

Y sin embargo se respira pesimismo. No por la situación económica, que en ese barco remamos todos, sino por el futuro político.

Cae la noche sobre el barrio del Eixample, esa maravilla que recuerda a París. Son las ocho y las urnas se cierran bajo la lejana mirada de la Sagrada Familia, una obra inacabada, como este 14 de febrero, este San Valentín que romperá pactos y corazones. Bueno, seamos positivos... O casi mejor no.

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