Diario de León

La constitución del Congreso deja clara la difícil aritmética para la nueva legislatura

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maría traspaderne | madrid

«Estoy cojo. Es decir, estoy como el resto del Parlamento». Las palabras del presidente «accidental» del Congreso, el veterano Agustín Zamarrón, eran una profecía autocumplida. Las dijo a primera hora de la mañana, antes de que un esguince en directo hiciera temblar a más de un supersticioso. La sesión constitutiva del Congreso, cinco horas y media de cinco votaciones eternas, empezaba a las diez de la mañana con un optimista Zamarrón deseando una «larga y fructífera» legislatura a todos.

Poco le duraron los buenos pensamientos cuando la diputada más joven, Marta Rosique (ERC), empezaba la primera votación leyendo los nombres de los presos catalanes. «Olvidémonos de este tiempo de nubes pasajeras», capeó tras llamarle al orden Zamarrón, el «abuelo» del Congreso, un socialista de barba blanca, pañuelo en bolsillo y aires de poeta decimonónico.

Era el principio de una serie de incidentes que, gota a gota, iban llenando el vaso de la sesión. Detalles. Dónde se sientan los diferentes partidos. Quién habla con quién en la bancada en esos minutos repetitivos en que los diputados votan uno a uno, primero, y se van leyendo las papeletas una a una, en voz alta, después. Qué camiseta reivindicativa lleva cada cual. Qué frase usa cada uno para jurar o prometer... Cada detalle tiene su lectura política. Pero... ¿y el esguince de Adriana Lastra? La portavoz socialista, a bordo de sus tacones de aguja, bajaba las escaleras para votar por primera vez cuando se ha escuchado un gemido en la sala. Presto, Pedro Sánchez, a su altura, acudía a sostenerla. También Carmen Calvo y Ana Pastor. Torcedura de tobillo servida, pero Lastra volvía al hemiciclo pasados unos minutos bolsa de hielo en mano para seguir votando, gracias a los «tours» que se daba Zamarrón al finalizar cada votación. Acompañando a la urna de madera, una especie de miniatura del Arca Perdida, Zamarrón se paseaba al final de cada votación del sillón de Lastra a la silla de ruedas de Pablo Echenique, y de ahí al escaño de Macarena Olona, la diputada de VOX que está a punto de salir de cuentas.

No era la primera vez que Olona pisaba el salón de plenos, pero sí muchos otros de sus compañeros. Y se notaba: subiendo y bajando los micros para comprobar cómo funcionaban, haciéndose fotos de grupo y jurando, en alto y con potencia de voz envidiable, «¡por España!».

La siguiente gota la protagonizaba una recién llegada, la diputada de la CUP Mireia Vehí. «No me han llamado», se quejaba a Zamarrón al término de la segunda votación. «Perdóneme. No sabe más el demonio por viejo, sabe menos», se disculpaba el presidente de la mesa de edad tras darse cuenta del error.

La proclamación del primer miembro de la Mesa de Vox llegaba en la tercera votación y desataba aplausos y vítores de los de su partido. Más tímidos, Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, también aplaudían. No así el resto del PP.

Empezaba así el turno de la cuarta votación, la de la supuesta jugada de PSOE y Unidas Podemos para excluir a Vox, momento álgido de murmullos y corrillos hasta el punto de que Zamarrón ha tenido que reprender a sus señorías. «Es el único placer que tengo, hacer estas lecturas», les recordaba un diputado desoído y encantado de sus cinco horas de gloria. Llegaba luego la sorpresa. Vox quedaba fuera de las secretarías de la Mesa y nueva gota para Zamarrón: había que hacer una quinta por un empate técnico entre los dos primeros secretarios.

«Muestren la mayor resignación. Así son las cosas», les pedía entonces a sus señorías.Y tras la votación del desempate, agradecía a los diputados «su capacidad de disimular mis defectos» y proclamaba, casi en verso, el fin de su «actuación». Que no la de los diputados, quienes, cuatro horas y media después, aún tenían energía para prometer y jurar.

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