Diario de León
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La madre de Ricart murió cuando él tenía cuatro años, y las relaciones con su padre se fueron deteriorando por los castigos físicos a los que le sometía. Compartió pupitre con los niños huérfanos del colegio San Juan Bautista de Valencia, donde tuvo un buen comportamiento con sus compañeros y las religiosas, hasta que consiguió una beca para estudiar en la Universidad Laboral de Cheste. Tras ser expulsado de este centro, Ricart fue también alumno del instituto de Catarroja.

A los 16 años abandonó los estudios y se puso a trabajar en tareas agrícolas. En esta época comenzó también a coquetear con las drogas, que moldearon su conducta junto con las malas compañías. Con su mayoría de edad recién estrenada, se marchó de casa para vivir con su pareja y sus dos cuñadas. Las tres hermanas compartían vivienda con un joven de 18 años que apenas aportaba dinero para los gastos domésticos.

Trabajó de barrendero en Catarroja, un concesionario de automóviles y la fábrica de hielo de Mercavalencia. A los 20 años se enroló en la Legión y fue destinado a Málaga. Poco después su novia se quedó embarazada. Tuvieron una niña. Durante una entrevista clínica con un forense, el preso dijo que su hija era lo más importante de su vida, negó haber mantenido relaciones homosexuales en su juventud y rechazó las conductas de tipo sádico.

Tras su paso por el Ejército, Ricart volvió con su pareja, pero la relación se rompió debido a discusiones por su holgazanería y a problemas de convivencia. Entonces se fue a vivir a la casa de Antonio Anglés, su habitual proveedor de droga, y entró en un círculo de delincuencia y drogas con participación en atracos, robo de vehículos y un ingreso en el centro penitenciario de Picassent, concretamente el 19 de agosto de 1992. Tres meses después, Anglés y Ricart violaron, torturaron y asesinaron a las niñas de Alcàsser tras ofrecerse a llevarlas en el coche de Ricart a la discoteca Coolor, que fue derribada en enero del año pasado.

Según los hechos probados en la sentencia que condenó a Ricart a 170 años de prisión, los dos asesinos pudieron actuar en compañía, «posiblemente de alguna otra persona más», cuando invitaron a las tres jóvenes a subir al vehículo. Pero nunca se pudo demostrar la implicación de un tercer individuo.

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