Diario de León

Feijóo imprime su marca al frente del PP con el reto de que cristalice el 19-J

Andalucía marcará la temperatura de la legislatura al definir si el electorado premia la moderación del nuevo líder

Alberto Núñez Feijóo en uno de sus últimos actos públicos en Galicia. LAVANDEIRA JR

Alberto Núñez Feijóo en uno de sus últimos actos públicos en Galicia. LAVANDEIRA JR

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El PP, dicen los suyos, ha vuelto, aunque lo paradójico es que nadie se había atrevido a alzar la voz por que se hubiera ido bajo el mandato de Pablo Casado. O lo que es lo mismo, a advertir de que «la improvisación» atribuida a la anterior dirección de Génova lastraba las opciones reales del partido de alcanzar La Moncloa. Tuvieron que desencadenarse los ‘idus de febrero’ que estuvieron a punto de llevarse por delante a la formación que ha cogobernado España desde la Transición para que no solo reventaran las tensiones internas con epicentro en el pulso por controlar la poderosa organización de Madrid. También para que afloraran las dudas que hasta los más afines guardaban hacia el liderazgo de Casado como alternativa sólida para desbancar al Ejecutivo de Pedro Sánchez.

Dos meses y medio después de la crisis intestina más severa padecida por los conservadores y uno después de que Alberto Núñez Feijóo fuera entronizado en Sevilla como su nuevo presidente, los populares atraviesan el momento dulce del ‘reseteo’, de las expectativas recobradas, de las encuestas airosas, de «la ilusión» por retornar al poder. Aunque ello no difumine el desafío mayúsculo que tiene ante sí -y que se ha autoimpuesto- el dirigente gallego: derrotar a Sánchez poniendo coto, en paralelo, a la influencia de Vox.

Habituado a ser él quien marque los tiempos, incluidos los de su proclamación el 2 de abril en el congreso que recosió las costuras de un partido desgarrado por la pugna Casado-Ayuso, los retos de Feijóo pasan examen esta vez en apenas 50 días.

Con el anticipo de las elecciones en Andalucía al 19 de junio, Juanma Moreno ha resuelto el endiablado dilema en el que se debatía en los corrillos del cónclave sevillano: cuándo llamar a las urnas calibrando, por una parte, la fortaleza que exhibe en los sondeos el PP, el desgaste del PSOE y el auge de Vox y, por otra, un contexto socioeconómico tan incierto por la guerra de Ucrania como para que resulte casi imposible vaticinar si el escenario de hoy será más benévolo o más angustioso que el del futuro.

El adelanto andaluz refleja que el PP se siente seguro de sí mismo una vez que Feijóo ha imprimido su marca, su forma de concebir la política y ejecutarla, en su primer mes al frente del partido. Y también que ha pesado más la confianza en el presente que los cantos de sirena de lo que esté por venir, por más que los populares estén persuadidos de que las ataduras del Gobierno a sus socios —y, singularmente, el peso adquirido por EH Bildu al resultar decisivo para convalidar el decreto anticrisis— precipitan a Sánchez, cada día un poco más, hacia el final de su mandato; y también de que, una vez que ha entrado en su primer Gobierno en Castilla y León y le toca gestionar, su bisoñez hará irremediable el desgaste de Vox.

El termómetro andaluz marcará la temperatura de la legislatura al definir si el electorado premia la moderación presidenciable de Feijóo permitiéndole la cuadratura del círculo: una mayoría tan amplia y superior a la izquierda que active la cuenta atrás de Sánchez y neutralice, al tiempo, el burbujeo de la ultraderecha. Es decir, lo que ha logrado Feijóo en Galicia desde la templanza e Isabel Díaz Ayuso en Madrid desde la beligerancia. Ayer, un año después de su arrolladora victoria electoral, la ahora candidata única a liderar el PP en su comunidad pidió un partido «pandillero, que está con la gente» para cosechar mayorías a derecha e izquierda.

«Si nos ha ido bien Galicia, ¿por qué vamos a cambiar nuestra estrategia en Madrid?», es el mantra que repiten en Génova.

En este mes, Feijóo ha enviado a la trastienda las estridencias de Casado, ha evitado retratarse con Santiago Abascal, ha restablecido lazos con los agentes sociales para priorizar ‘las cosas del comer’ a la batalla cultural con la izquierda tan del gusto de Ayuso y mantiene su oferta al Gobierno de pactos de Estado, aunque su eventual abstención en el plan anticrisis trocara en un ‘no’ por «la componenda con Bildu». Y los suyos dan por enfilada la paz interna tras la convulsión que forzó el epílogo popular del ‘casadismo’.

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