Diario de León

La izquierda salve al rey

Sánchez se implica en una activa estrategia de blindaje de Felipe VI. El error histórico de la monarquía parlamentaria sería dejarse abrazar por la derecha. Su futuro pasa por conectar con la izquierda y los jóvenes

Felipe VI, Leonor y la jefa de Urgencias del Hospital Vall d’Hebron, Aroa López en  la ofrenda a las víctimas de la pandemia. RODRIGO JIMÉNEZ

Felipe VI, Leonor y la jefa de Urgencias del Hospital Vall d’Hebron, Aroa López en la ofrenda a las víctimas de la pandemia. RODRIGO JIMÉNEZ

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El error histórico que puede cometer la monarquía parlamentaria es dejarse abrazar por la derecha. Su desafío de verdad pasa por modernizar la institución y por exhibir más empatía social. Su futuro va a depender de su habilidad para conectar con la sociología de izquierdas y, sobre todo, con unas nuevas generaciones en las que el sentimiento republicano puede prender y que no sienten ya como sus padres y sus abuelos el lastre del franquismo.

La tesis es contundente: la Corona debe adaptarse al siglo XXI si quiere sobrevivir a largo plazo. La polémica por la ausencia del rey el viernes de un acto con los nuevos jueces en Barcelona se ha convertido en la tormenta perfecta. La durísima andanada del ministro Alberto Garzón contra Felipe VI por «maniobrar contra un Gobierno legítimamente elegido» ha agitado unas aguas ya muy revueltas y exhibe un conflicto de alto voltaje.

En apariencia se traslada una imagen de divorcio entre el Poder Ejecutivo y la jefatura del Estado. Pero, en realidad, en los últimos meses el trabajo entre bambalinas para revitalizar esta relación institucional ha sido fructífero y descubre una considerable complicidad entre Sánchez y el jefe del Estado que ha desconcertado a los sectores más conservadores.

El presidente se ha convertido de forma inesperada en el gran valedor de la figura de Felipe VI, consciente de la complejidad de la operación. En primer lugar por la naturaleza de su coalición de gobierno, con un aliado como Unidas Podemos que se envuelve en la bandera republicana aunque admite que ahora no hay una relación de fuerzas suficiente para cambiar la forma de Estado. Sánchez e Iglesias han hablado largo y tendido de este asunto y han pactado un cierto reparto de papeles, conscientes de sus diferencias. El inquilino de la Moncloa ha transmitido a sus ministros de Unidas Podemos que él no ha renunciado a su sentimiento íntimo republicano pero que, por encima de todo, es presidente de todos los españoles. Y que, ahora le toca defender a Felipe VI como en su momento le tocará defender a Pablo Iglesias de las campaña de acoso y derribo.

Sánchez cree que el respeto a la jefatura del Estado es una pieza clave de la estabilidad institucional. Su carta a los militantes del PSOE —en donde la pulsión republicana sigue viva— marcó un punto de inflexión. A la vez, entiende que la Casa Real tiene que gestionar los tiempos de un proceso de cambio perceptible, visible y rápido. Sobre todo para conectar con los menores de 40 años.

Las relaciones entre Moncloa y Zarzuela son fluidas, incluso mejores que en la época de los Gobiernos del PP, señalan fuentes conocedoras de los entresijos cortesanos. El desencuentro se ha focalizado en la resistencia de Juan Carlos I a adoptar ciertas decisiones que le podían alejar de la Casa Real, con una salida a Emiratos Arabes rodeada de controversia que el Gobierno niega que fuera acordada.

Eso sí, desde el primer momento, el presidente ha trabajado en la trastienda para impulsar los desmarques de Felipe VI respecto a su progenitor. En el Ejecutivo se creía que el rey debía fijar con rapidez los cortafuegos para salvar a la Corona de una marejada que se fraguaba desde la abdicación.

Sánchez tiene claro que el rey necesita su tiempo para construir un nuevo relato y hacerlo con menos margen de maniobra, sin el rol campechano de su padre y con una sociedad marcada por la desconfianza, escaldada por los casos de corrupción y que exige más transparencia y más cercanía. Juan Carlos I tuvo su narrativa sobre la España democrática pero ahora hay nuevas vías de agua en el barco. «El problema del rey es que primero hay que forjar un reino», comenta un algo cargo socialista.

Todos son conscientes de que el gran talón de Aquiles es Cataluña, con una herida profunda que costará tiempo restañar. En el País Vasco el debate está en otra dimensión. El lehendakari Urkullu se reunió con Felipe VI en la Zarzuela y le transmitió la necesidad de un nuevo modelo territorial. El rey escuchó con atención.

El encuentro encierra su significado. ¿Y si Felipe VI empujase a la derecha clásica a una apertura sobre la idea de España para conectar mejor con la periferia y la pluralidad? La Corona recuperaría así una función de utilidad que es clave para entender su papel. Garantía de estabilidad y de cohesión territorial.

Cuando la princesa Leonor —que, entre otras asignaturas, estudia euskera— pueda dirigirse a los vascos en esta lengua, habrá tocado una importante tecla emocional. Aunque sólo contribuya a prevenir que se repita la frase cáustica de Alfonso XIII cuando abandonó España en abril de 1931: «Hemos dejado de estar de moda».

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