Diario de León

La nueva función de equilibrismo del presidente

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Para cuando llegó y vio, ya había vencido. Apareció en el hemiciclo visiblemente tranquilo, con las manos vacías, casi cinco horas y media después de que comenzara el que pudo haber sido el pleno más difícil de la legislatura. Pero a esas alturas ya no lo era. A las 9:31 horas, mientras Mertxe Aizpurua despejaba la incógnita desde la tribuna y anunciaba que EH Bildu libraría al Gobierno de un estrepitoso fracaso al salvar su decreto, Pedro Sánchez estaba en el Palacio de la Moncloa estrechando la mano del presidente de Bulgaria, Rumen Radev. Y desde allí, una vez confirmado que los cálculos daban al fin, decidió que no tenía prisa en desplazarse hasta el Congreso.

La bancada azul de la Cámara, donde se sientan los miembros del Ejecutivo, ofreció una imagen desangelada. Hasta 21 de sus 23 componentes estaban ausentes cuando el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, pronunció el discurso en defensa de la convalidación del real decreto ley. Sólo le escuchó la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, que tendría que hacer lo propio un rato más tarde con una iniciativa que afectaba a su cartera. Otros ministros aparecerían después y algunos no harían acto de presencia en ningún momento. Margarita Robles, señalada por los socios a cuenta del espionaje, se buscó una agenda a 2.600 kilómetros, de viaje oficial en Lituania.

El discurso de Bolaños, que con 15 minutos de duración fue más breve de lo que cabría esperar ante una votación tan determinante, estuvo carente de emoción. Apeló a los partidos de la oposición a pensar «en la gente» y apenas levantó unas tímidas ovaciones de una bancada socialista que estaba a media entrada. El aplausómetro del grupo se activó después con el turno del diputado Pedro Casares, quien abroncó al PP en una alocución algo hiperventilada que fue la comidilla en los corrillos. «No sabía que esto era un mitin del PSOE», ironizaba una diputada de la oposición. «¿Pero qué ha desayunado?», decía otro.

El debate del punto finalizó para las 10:35, pero la votación tardaría otras cuatro horas en producirse.

Entretanto, en el patio del Congreso, todavía se percibían restos de la preocupación de los últimos días en el rostro del portavoz socialista, Héctor Gómez. «Seguimos», respiraba aliviado. La única inquietud que se palpaba en los pasillos la aportaban las recurrentes y burlonas menciones a Alberto Casero, que hacían cruzar dedos ante la hipótesis de un nuevo error en la votación que, en este caso, inclinara la balanza en contra del Gobierno.

Ajeno a dimes y diretes, Sánchez llegó a las 14:21 y durante los primeros minutos estuvo solo en su fila. Le acompañaría después Yolanda Díaz, que se acercó a darle dos besos muy efusivos, y Félix Bolaños, que pareció buscar la felicitación de su jefe. Media hora después, ya estaba montado en el coche oficial tras salir exultante de una función de equilibrismo en la que, una vez más, volvió a caer de pie.

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