Diario de León

La nueva vida de Urdangarin

Liberado de dormir en la prisión de Zaballa, podrá viajar a Ginebra a ver a su mujer Se ha ganado el afecto de sus compañeros de bufete, hace natación y da paseos de la mano con su madre

Urdangarin, al salir del voluntariado en el Hogar Don Orione de Pozuelo de Alarcón. RODRIGO JIMÉNEZ

Urdangarin, al salir del voluntariado en el Hogar Don Orione de Pozuelo de Alarcón. RODRIGO JIMÉNEZ

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Iñaki Urdangarin, exduque de Palma, liberado esta semana de dormir en la prisión alavesa de Zaballa, se ha ganado el afecto de sus compañeros en el bufete Imaz&Asociados, donde ejerce de consultor como uno de los requisitos para disfrutar de una libertad vigilada. Cumple el cuñado de Felipe VI una pena de 5 años y diez meses de cárcel por diversos delitos económicos.

Su deuda con la Justicia expirará en la primavera de 2024. Pero el pasado lunes, el juzgado de Vigilancia Penitenciaria que instruye su caso aceptó la propuesta de la junta de tratamiento del penal alavés y le concedió el mayor respiro desde que su ilustre nombre se ligó a la corrupción.

Ha dejado atrás sus 4 noches semanales en una celda de 13 metros cuadrados en el módulo residencial para internos en régimen abierto. Ya descansa a diario en casa de su madre, Claire.

Tras cubrir la primera parte de su condena en una zona acotada de la prisión abulense de Brieva, de ahí pasó al Centro de Inserción Social de Alcalá de Henares. A finales de febrero se trasladó a Zaballa, a tan sólo 15 kilómetros de la ciudad donde superó la adolescencia y reside gran parte de su familia paterna.

Esta semana especial, el marido de la infanta Cristina mantuvo sus rutinas habituales. El domicilio de su progenitora se encuentra en una urbanización privada rodeada de zonas verdes. «Pasea a diario. Sale mucho con su madre y van siempre de la mano», cuenta una vecina. Su revés legal, unido a su caída en desgracia social, les ha unido más si cabe.

Juan Mari, su padre ya fallecido y cercano al PNV, presidió la Caja Vital hace un cuarto de siglo.

Deportista innato —fue profesional de balonmano y olímpico, conoció a su mujer en Atlanta’96—, Iñaki mantiene viva esa llama. Lo primero que hizo cuando llegó a Vitoria fue comprarse una bicicleta en una tienda especializada de la calle Domingo Beltrán. Va con ella al trabajo. Ha pedaleado hasta la cruz de Olárizu, a un kilómetro de la capital alavesa y con unas cuestas importantes. Aunque también ha sufrido algún susto sobre dos ruedas. «Se le llamó la atención porque iba sin mascarilla. Dio media vuelta y cogió una en el despacho», desvelan fuentes internas de la Ertzaintza.

En sus tiempos muertos acude a la Fundación Estadio, cerca de su casa y dirigidas desde 1996 por su hermano Mikel. «Hace ‘agua’ (natación) y acostumbra a venir en horarios con poca gente», afirma una usuaria habitual. Esa querencia por no ser visto, por pasar desapercibido, también la ha seguido entre rejas. «Tenía una rutina para salir y entrar de la cárcel. Cuando el resto de reos del mismo grado se iban o llegaban, luego lo hacía él. Siempre solo. Y camuflado con la mascarilla», rememoran agentes de la Policía autonómica.

Para desplazarse siempre le acompañan escoltas. No portará pulsera telemática, como otros presos de su mismo grado. Tendrá controles telefónicos. A mediados de mes ya viajó en coche hasta la ciudad suiza de Ginebra para celebrar el cumpleaños de su mujer, la infanta Cristina. Seguramente habrá más viajes.

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