Diario de León
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El aterrizaje de Álvaro García Ortiz al frente de la Fiscalía General del Estado se barrunta tan turbulento como el de su predecesora. No en vano, este fiscal nacido en 1968 en Salamanca era hasta ahora la mano derecha —algunos hablan de «verdadero alter ego»— de Dolores Delgado. Y es que Pedro Sánchez, a pesar de las críticas de sectarismo por elegir en su día a su ministra de Justicia para dirigir la Fiscalía, vuelve a apostar por un conocido «progresista» de un perfil muy marcado y cuyo nombramiento ya ha empezado a levantar ampollas en la parte más conservadora de la carrera.

Va a ser difícil que la llegada de García acabe con las acusaciones de parcialidad. De hecho, el nuevo máximo responsable del Ministerio Publico fue presidente de la Unión Progresista de Fiscales (UPF), a la que sus detractores acusan de ser cercana al PSOE, entre 2013 y 2017. En la UPF, de la que Ortega también fue portavoz, fue donde el nuevo fiscal general del Estado se convirtió en amigo y uña y carne de Delegado, su mayor valedora estas semanas ante Sánchez para que el presidente del Gobierno le diera luz verde como su sucesor.

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