Diario de León

El rey Felipe VI se enfrenta al reto de recuperar la fe en la monarquía

La conducta de Juan Carlos I empuja a la corona a su peor momento con una desafección social creciente

El rey Juan Carlos I en una imagen de archivo. MARIO RUIZ

El rey Juan Carlos I en una imagen de archivo. MARIO RUIZ

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El 22 de noviembre de 1975 se restauró la monarquía y desde entonces se ha enfrentado a retos de todos los perfiles, pero ninguno como el que Felipe VI tiene por delante, recuperar la confianza de los ciudadanos. Los negocios de Juan Carlos de Borbón y su salida del país han colocado a la institución al borde del abismo. Tras la montaña rusa de acontecimientos de los últimos años suena casi a sarcasmo el mensaje del Rey en su discurso de proclamación, cuando dijo que pretendía consolidar «una monarquía renovada para un tiempo nuevo». Seis años después, la imagen de la corona está por los suelos.

Juan Carlos I se ganó la bendición social por su papel en la Transición, con su apuesta por la democratización del país; por el rechazo a la intentona golpista de 1981; por su neutralidad en la vida política; y por su papel como referente internacional de un nuevo país. Era una figura apreciada para la gran mayoría. Pero todo se fue por el sumidero de la corrupción. En 2010, estalla el caso Nóos que sentó en el banquillo a la infanta Cristina y llevó a la cárcel a Iñaki Urdangarin. Dos años después, en plena crisis económica, llegó el accidente en unas jornadas de caza en Botsuana del Rey acompañado de Corinna Larsen. «Lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir», dijo avergonzado en una confesión inédita e inaudita. En junio de 2014, abdicó en un intento de preservar una trayectoria de 39 años. Pero el destrozo alcanzó dimensión bíblica al aflorar su fortuna oculta y los negocios privados. El daño reputacional es indudable pero es difícil calibrar su alcance porque no hay estudios sobre la valoración social de la corona.

El CIS no pregunta sobre la monarquía desde abril de 2015, ya con Felipe VI en la Zarzuela, y entonces recibió un suspenso de 4,3, apenas un poco mejor que el 3,7 de abril de 2014, en los últimos días de Juan Carlos I, pero muy lejos del 7,5 de 1994. Sondeos privados, como el realizado por Ipsos en 2018, constataron que la desafección y la indiferencia lejos de menguar, se ahondan. El 37% era partidario de la abolición de la monarquía y el 52% de la ciudadanía era favorable a un referéndum sobre su continuidad. No solo apoyaban esta opción los que se identificaban con fuerzas de izquierda o republicanas, la tercera y la cuarta parte de los votantes de Ciudadanos y del PP estaban a favor de la consulta sobre su mantenimiento. La Casa del Rey dispone de encuestas sobre su imagen pero los resultados se guardan bajo siete llaves.

A diferencia de su padre, el Rey no tiene retos épicos, como la transición del franquismo a la democracia o la respuesta a una intentona golpista, para poner a prueba su valía ante los ojos de una sociedad descreída. El desafío independentista en Cataluña podría ser un desafío equivalente pero carece de los resortes que tuvo su padre para encararlo. Además, su intervención con el discurso del 3 de octubre de 2017 le granjeó la enemistad eterna del soberanismo y tampoco concitó el aplauso unánime de las fuerzas constitucionalistas. Juan Carlos I tenía el pecado original de que su legitimidad provenía de un régimen dictatorial pero se redimió tras el 23-F. Felipe VI soporta la mácula de una institución devaluada por la corrupción. La tesis de la monarquía renovada hace aguas a la luz de los últimos acontecimientos. No por su comportamiento sino por la incapacidad de la institución para dar una respuesta solvente y adaptarse a los tiempos.

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