Diario de León

Sánchez juega la baza de presidir la UE que ya ensayaron González, Aznar y Zapatero

España asumirá en julio el liderazgo de la Unión, un escaparate en pleno ciclo electoral y tribulaciones domésticas

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La imagen puede ser icónica, a la altura de la protagonizada el pasado junio por los mandatarios de la Otan bajo la excepcional pinacoteca del Prado. Pedro Sánchez ejerciendo de anfitrión de los dirigentes de la Unión Europea en una cumbre informal el próximo octubre, en un marco político que sólo se sucede de tiempo en tiempo —la presidencia por turno de la UE— y en un escenario tan bello e imponente como la Alhambra de Granada. El jefe del Gobierno español se rodeará de catorce siglos de Historia para solemnizar la ocasión, el liderazgo comunitario que el país asumirá por quinta vez en sus 37 años de pertenencia al club de los Veintisiete. Un vistoso escaparate en pleno ciclo electoral interno.

Sánchez, un presidente curtido en el singular ecosistema de Bruselas que se siente cómodo cuando abandona la trinchera nacional para adentrarse en las internacionales, lidiará con una responsabilidad europea que no podrá desligarse de los desafíos domésticos. Es más, cabe que la UE —sumergida hoy en el impacto de la guerra de Ucrania y en el manejo de los multimillarios fondos Next Generation pospandemia— emerja como un potencial salvavidas si las cosas van mal dadas para el secretario general del PSOE en las elecciones autonómicas y municipales del 28-M. El primer asalto —si no media sorpresa— de las generales llamadas a coincidir con el final de la presidencia de la Unión.

Sobre el reto planean esa zozobra electoral que ya tuvo que capear Emmanuel Macron en 2022, de campaña al Elíseo al tiempo que pilotaba la ronda francesa al frente de la UE, la estrategia del PP de oscurecer el inicio del mandato comunitario intentando que Bruselas constate, en su informe periódico sobre la salud democrática de sus miembros, que Sánchez incumple la admonición de la Comisión de que los vocales del interino Consejo del Poder Judicial sean elegidos por los jueces, y el espejo de los precedentes —dispares— de los otros tres líderes españoles que llegaron a sentarse en el compartido trono comunitario: Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Eran otros tiempos y otros los problemas. En Europa y en casa.

España llevaba apenas una década habituándose a la democracia, hacía solo tres que había cristalizado el anhelo de cobijarse bajo el paraguas de la Unión y el de González era un Gobierno que disfrutaba de las mieles de su segunda mayoría absoluta, nada que ver con la tormentosa coalición de Sánchez. El país estrenó aquel 1 de enero de 1989 su presidencia de la UE con la inflación en el 5,8% y 2,7 millones de parados. Fue el año de la caída del Muro de Berlín, de la rebelión duramente reprimida en Tiananmén y del Nobel de Literatura de Camilo José Cela, también de la detención de ‘Josu Ternera’, con el terrorismo de ETA bañando aún de plomo y sangre la construcción democrática. «Hemos sustituido nuestra falta de experiencia con el entusiasmo y la seriedad que Europa necesitan», se enorgulleció González de aquella presidencia que, a falta de dominio del inglés, apuntaló con carisma y los fondos de cohesión.

Los problemas de los otros

En 1995, el liderazgo europeo cayó en el segundo semestre y su brillo ya no lució acompasado al de un Gonzaléz en serias dificultades de puertas hacia dentro —Jordi Pujol olfateó el declive retirándole el aval de hoy extinta CiU— y que acabaría perdiendo el poder al año siguiente a manos de un José María Aznar al que ETA intentó asesinar ese año. La presidencia europea dio relumbrón a España por un hito —fue en la cumbre de Madrid en la que se bautizo ‘euro’ a la futura moneda única— y el influjo comunitario se hizo notar en los Acuerdos de Dayton que pusieron fin a la atroz guerra en los Balcanes. Pero las cuitas del Ejecutivo se escribían ya con las investigaciones sobre el siniestro contraterrorismo de los GAL y las trapacerías del exdirector general de la Guardia Civil, Luis Roldán, detenido en Laos tras su huida.

Al primer presidente del PP le tocaron en 2002, al tiempo, un desafio mayúsculo y la lotería: España capitaneó aquella UE del 1 de enero de hace ya 21 años la aplicación práctica, bolsillo a bolsillo, del euro. Un momento para imprimir en la memoria colectiva de los europeos. José María Aznar, acabó haciendo unas migas con el británico Tony Blair que desembocarían en la reorientación de la diplomacia española hacia el atlantismo —la celebérrima ‘foto de las Azores’— a raíz de la guerra en Irak. Aquel Aznar de 2002 era el que disfrutaba de una holgada mayoría absoluta, se había desprendido de los nacionalistas para gobernar y encaraba la escalada terrorista tras la tregua de Lizarra.

Fue el año de la reforma de la Ley de Partidos que ilegalizó las sucesivas siglas de la izquierda abertzale.

La de José Luis Rodríguez Zapatero en 2010 fue, seguramente, la más amarga de las presidencias españolas de la Unión. De saque, el mandatario socialista tuvo que inaugurar, en virtud del Acuerdo de Lisboa, la cohabitación con un jefe permanente del Consejo europeo: entonces, el belga Herman van Rompuy. El ‘líder del talante’ no renunció a plantear un liderazgo comunitario con ambiciones pese a los estragos que ya estaba causando la debacle financiera desatada por las hipotecas ‘subprime’ en EE UU. No sólo no lo consiguió, sino que Zapatero, en minoría mayoritaria en el Congreso, debió encarar aquella dolorosa «noche en blanco» del 9 de mayo en el que las presiones sobre la economía española le obligaron a dar un volantazo a sus políticas, traducidas en un tijeretazo de 15.000 millones en año y medio.

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