Diario de León

La travesía mortal de Lnkompoo

Después de cuatro días a la deriva, ya sin comida ni agua, agarrotado y fatigado por el sol y el frío, su patera volcó. Murieron siete bebés, 16 mujeres y dos hombres. Él se agarró a un chaleco

Un miembro del equipo de salvamento ayuda a un niño que llegó en una de las pateras. ELVIRA URQUIJO A.

Un miembro del equipo de salvamento ayuda a un niño que llegó en una de las pateras. ELVIRA URQUIJO A.

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En el mar se pierde todo: la noción del tiempo, la fe y hasta la vida. Después de cuatro días a la deriva, ya sin comida ni agua, agarrotado y fatigado por el sol y el frío, Lnkompoo Pamulsie había aceptado que iba a ahogarse en medio del Atlántico, como terminó ocurriendo con la mitad de quienes compartieron su misma barca, que volcó justo antes de la llegada de Salvamento Marítimo. Pero tuvo suerte.

Su historia comienza, sin embargo, muchos meses atrás, en la República Democrática del Congo. El país afronta una compleja crisis humanitaria desde hace décadas que se ha agravado en los últimos años: las olas de violencia, el ébola, una erupción volcánica y la creciente hambruna han multiplicado por ocho los millones de desplazados, según varias ONG. «Entre el 60% y 70% de los congoleños emigran para buscar una mejor vida y, por desgracia, formo parte de esa estadística», afirma.

La ocupación de Lnkompoo era cantar y tocar la batería con su grupo Feeling Musika en eventos. La pasión le viene de su abuelo, un conocido intérprete folclórico en la capital, Kinsasa, y pese a que asegura que se mantiene al margen de la política, fue esta la que le llevó a partir.

Un día, cuenta, recibió la llamada de un compañero del barrio, un militar, que le preguntó si había estado tocando en una fiesta organizada por una persona contraria al actual gobierno. «Sí», contestó. «Pues estás tardando en huir». No tuvo tiempo de meditar la decisión, porque es habitual que los músicos molestos, aunque no hayan expresado su ideología, terminen asesinados. De hecho, sabe que a quienes le acompañaron en aquella velada fueron apresados, pero poco más.

Tan pronto como colgó el teléfono avisó a su amigo Nino, el guitarrista, y tomaron un cayuco para cruzar el río hacia Brazzaville. A partir de ahí ambos fueron ganándose la vida en bares, karaokes y otros eventos con el objetivo de ir ahorrando para ir hacia los territorios del norte, donde la situación parecía estar mejor que en su país. Atravesaron el Congo, Camerún, Nigeria, Benin, Burkina Faso, Mali y, finalmente, Marruecos. Un viaje que en línea recta suponen 7.215 kilómetros.

A mitad de ese trayecto empezaron a encontrar más personas en la misma situación que les hablaban de ir a Europa. El precio por ocupar una de esas plazas privilegiadas en un gran barco donde estaría cómodamente sentado ‘sólo’ le costaría 3.000 euros. Otros habían pagado hasta el doble.

No fue difícil encontrar un «señor» que organizaba una salida y estuvo esperando semanas en una casa hasta llenar el cupo estimado. Cuando vio que las condiciones no eran las prometidas, ya no había vuelta atrás. Un hombre con un machete amenazaba a quien no quisiera subirse en medio del caos.

En la patera de 20 plazas había 60 personas, entre ellos, al menos una decena de menores y una veintena de mujeres, algunas embarazadas. «Había gente en cada mínimo hueco. Si cabía, se subía», recuerda. «Les da absolutamente igual que te mueras, ellos ya han cobrado su dinero y con que llegues a la línea internacional ya está».

Aunque llevaban algo de provisiones para el viaje, no fueron suficientes y la desesperación comenzó a apoderarse del grupo. Ya habían intentado llamar la atención de dos buques, sin éxito, por lo que el temor de volver a pasar desapercibidos les hizo moverse más de la cuenta justo cuando a lo lejos aparecía el barco de Salvamento Marítimo.

Lnkompoo intentó calmarlos: «Llevamos cuatro días, el barco ya está ahí, va a acabar pronto». Pero había niños llorando, gente gritando y la inestabilidad terminó por volcar la patera. Ninguno sabía nadar. A Lnkompoo se le quiebra la voz al recordar que intentó rescatar a una chica que se ahogaba. El personal de Salvamento era escaso y ellos mismos debían hacer un último esfuerzo por sobrevivir agarrándose a los chalecos y flotadores que les lanzaban.

Lo consiguieron 34. Los equipos de rescate recuperaron un cuerpo más y el resto —siete bebés, 16 mujeres y dos hombres— desaparecieron entre las olas.

Cuando la madre de Lnkompoo escuchó las noticias del naufragio, pensó que no volvería a oír la voz de su hijo. Así que al recibir su llamada para confirmar que estaba a salvo casi se le para el corazón. Ahora que está de nuevo en tierra, su fe parece inquebrantable y esa resignación que sintió en la patera se ha convertido en esperanza.

«Dios decide quién y cuándo muere», reflexiona. «Tengo dos manos, dos ojos, dos pies y haré todo lo que pueda con eso para ayudar a mi familia».

Eso sí, quiere advertir a todos los que aún siguen al otro lado de que no se arriesguen, de que es demasiado peligroso, pero sabe que es difícil que le hagan caso.

Dice un refrán africano que el fin del mundo está donde no has llegado y es el lema que llevan por bandera. «Cruzar el mar ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida», reconoce. «Pero ahora quiero enfocarme en mi familia, en transmitir con mi música un mensaje de paz y así, si algún día vuelvo, que sea a un país donde haya justicia».

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