Diario de León

poesía

Aromas orientales

haikus en el corredor de l a muerte Elena Gallego & Seiko Ota Hiperión, Madrid, 2014. 142 páginas.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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A unque sus comienzos se remontan al modernismo, el cultivo del haiku ha crecido en los últimos años en España. A su éxito ha contribuido Hiperión, que desde 1972 ha ido reeditando la monografía de Rodríguez-Izquierdo, El haiku japonés, historia y traducción , arropada por buen número de volúmenes traducidos del japonés.

El escaso cuerpo material del haiku (diecisiete sílabas) lo suple con la intensificación de cualidades como intuición, síntesis, iluminación, etc. Son términos que se usan en la definición del género, que cuenta con maestros de la talla de Matsuo Bashoo en la segunda mitad del XVII. La obra que ahora se nos presenta es Haikus en el corredor de la muerte, bilingüe, en traducción de Elena Gallego y Seiko Ota. La pena de muerte sigue estando vigente en Japón, y la poesía puede tal vez servir de lenitivo a los condenados a la trágica espera.

Una vieja enseñanza japonesa proponía: «¿Estás preocupado porque te hallas a punto de morir dejando tantas cosas inacabadas? Entonces sé valeroso y compón un poema sobre la muerte».

En esta selección, 36 autores componen su haiku instantes antes de ser ejecutados. Imaginamos la conmoción en esos momentos últimos. El «no tengo dónde agarrarme», por ejemplo, es un grito de angustia más allá de la horca. No nos extraña la invocación a la madre o las palabras de despedida de la vida, sugerida por la flor que cae apenas ha florecido: «Un segundo / mi vida marca. / La flor del cerezo cae»; el que lo escribió tenía 27 años cuando lo ejecutaron.

También la poesía china antigua es bien conocida en nuestro país. En 1960 Alberti y María Teresa León publicaron una antología de Poesía china. Allí figuraba Li Quingzhao, del XII, como figura en los Cantos «Ci» de la China medieval que Hiperión editó en 2002, la editorial que publica ahora los cantos «Ci» o poemas para cantar de dicha poetisa con el título Jade puro.

La introducción no evita los epítetos más gloriosos: son poemas lúcidos, sutiles, apasionados, cargados de olores, sabores y colores: «Compra en el puestecillo / una flor de ciruelo abierta apenas, / fresca, cubierta aún de gotas de rocío, / rosa como las nubes. / Como teme que él piense / que ella no es tan hermosa como la tierna flor / se la pone en la sien / para que las compare». Asombra la frescura de una poesía tan alejada en el tiempo y en la lengua.

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