Diario de León

Bracear contra el absurdo

los nadadores Joaquín Pérez Azaústre Anagrama, Barcelona, 2012. 238 páginas.

Publicado por
nicolás miñambres
León

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Abundan las novelas con el deporte como contexto personal, pero sorprende la utilización literaria que Joaquín Pérez Azaústre hace de la natación en esta novela: una alegoría de la vida rutinaria, sin sentido, frecuente en la generación de los jóvenes. Es el trasfondo humano del fotógrafo Jonás Ager que, sin trabajo claro y desaparecido su amor por Ada, se sumerge con su soledad en las aguas de la piscina. El resto de nadadores son fauna desconocida, de onomástica chusca, incapaces de servir de compañía. De esa afición deportiva participa Sergio su amigo, un alto ejecutivo de empresa. Más lejana resulta la presencia de Sebastián, crítico de arte y mentor estético de Jonás. Con ambos mantiene vínculos de afecto, pero sin obsesión especial. Todo fluye para Jonás de forma cansina, sin alicientes, lo que explica la maestría estilística de Pérez Azaustre ralentizando las descripciones con llamativa prolijidad poética.

Fuera de este triángulo de amistad, es decisiva la presencia del padre de Jonás, separado de su madre. Lo es también Mario, el conserje de la casa. Admira a Jonás y consigue ponerlo en contacto con su hermano, Sila Montesinos, personaje siniestro, para que le haga un retrato. El segundo encuentro entre ellos dará lugar a las escenas más inquietantes y turbadoras de la novela, con ecos expresionistas y grotescos de la Divina Comedia. Por encima de estas relaciones, flota la imagen del padre, condicionado por el recuerdo de la esposa y obsesionado con su desaparición, algo que le va a ocurrir a una serie de personajes cuyo destino queda sin aclarar.

Jonás será el testimonio de este misterioso desorden humano. En su desaliento vital, recorrerá la casa familiar, recreando con minuciosa mirada y honda nostalgia la felicidad del pasado; asistiendo inerme al progresivo vacío de la ciudad: nadie anda por las calles ni ocupa sus puestos de trabajo. Al final, aun cuando las instalaciones se hallen cerradas, en la piscina sigue nadando «el Hombre-Pez», símbolo del sinsentido y el desconcierto.

Ha llegado «el silencio absoluto» y con ello un final inquietante, como lo es el avance de la soledad de Jonás, testimonio de una generación perdida. Jonás descansa en el fondo de la piscina, en una realidad líquida (como lo han sido sus inmersiones frecuentes en alcohol en compañía de sus amigos) con la que quiere fundirse de forma indolente, pero tal vez dramática. Allí percibe «un brillo oliváceo en los últimos haces de luz». Ni siquiera es necesario el esfuerzo: «Entonces se desliza y piensa en ellos. Continúa sumergido y ahonda en su brazada hacia la infinitud envolvente, mientras se va adentrando en esas formas cambiantes del agua, y cree reconocerlas» (página 237). Un final, enigmático, de honda significación, acorde con las variadas lecturas que ofrece esta novela, de excelente factura literaria.

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