Diario de León

Cuando el protagonista es el escritor

Tomás Sánchez Santiago y Julio César Álvarez, dos generaciones, dos estilos y dos diarios recién editados. Filandó n ‘la vida mitigada’ y ‘diario de un escritor cobarde’ hablan de un género en alza que aunque parece poner el foco en una única persona, en realidad indaga en toda la experiencia humana Sánchez Santiago siempre lleva ‘libretas de guardia’ y Álvarez se desahogaba, de adolescente, con un diario «El lector siempre encontrará en el diario un extraño reflejo de sí mismo», asegura Álvarez «Este género no está gobernado por la exactitud, es como una sucursal de la imaginación», dice Santiago

Julio César Álvarez y Tomás Sánchez Santiago, en el diálogo que mantuvieron para el suplemento ‘Filandón’

Julio César Álvarez y Tomás Sánchez Santiago, en el diálogo que mantuvieron para el suplemento ‘Filandón’

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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La frase en cuestión la recuerda el más joven de estos dos escritores leoneses: «Era Borges quien decía aquello tan certero de que ‘lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres’». Y lo que han hecho, lo que han visto, lo que han sentido y lo que han reflexionado durante diversos periodos de tiempo Tomás Sánchez Santiago y Julio César Álvarez —veterano poeta, narrador y docente, y joven novelista y editor de publicaciones culturales— ha quedado plasmado en dos recientes libros, La vida mitigada (Eolas Ediciones) y Diario de un escritor cobarde (Lupercalia), respectivamente.

El género no es fácil ni ligero, es sufrido, laborioso e intimista, pero también revelador de nuestra siempre contradictoria condición. Por eso la pregunta que ante todo se impone en el encuentro que Filandón ha propiciado entre estos dos autores de generaciones (Sánchez Santiago nació en 1957, Álvarez en 1978), estilos y universos muy distintos, no puede ser otra: ¿Por qué razón le puede interesar a la gente lo que os pasa?

«Responderé desde la perspectiva del lector de diarios y autobiografías que soy —abre el fuego Sánchez Santiago—. Lo que me llama la atención de este tipo de escrituras es esa modulación distinta de la verdad que traen consigo. No leo esos libros suponiendo que están gobernados por la exactitud sino como si fueran una sucursal de la imaginación; esa sucursal sería la deformación que traen consigo los recuerdos». Profesor en el IES Giner de los Ríos y ganador del premio de novela Ciudad de Salamanca en 2006 por Calle Feria, este autor zamorano afincado desde hace décadas en León cree también en ello «cuando escribo libros de esa naturaleza, una variante de la ficción. La única manera de acercarse con cierta garantía a la verdad de lo que fueron las cosas es, en todo caso, no ‘cepillar’ demasiado este tipo de textos y dejarlos así, un poco crudos, como están ahí, volcados en las agendas y en los cuadernos. El alboroto de las sensaciones, lo fragmentario, lo incompleto... en eso descansa el último valor de estos libros».

Para Julio César Álvarez, autor de las novelas Madrugada y Luz fría, y editor que fue durante varios años de la revista Azul eléctrico, «el diario es, creo yo, un género de autoafirmación. El autor se afirma e indirectamente afirma todo lo que le rodea. Se convierte en una especie de chamán ilustrado. Alguien que pone palabras a las inseguridades y miedos de toda una sociedad. Por eso el lector siempre encuentra en el diario un extraño reflejo de sí mismo. Que le sorprende y le inquieta a la vez. Todo ser humano es un voyeur. Lo que olvida es que en los demás sólo quiere encontrarse a sí mismo».

Pero, ¿de dónde proceden todos estos textos un tanto insomnes? ¿De escrituras cultivadas todos los días por exigencia o necesidad personal? ¿O más bien de un acopio de experiencias a largo plazo? «Creo que la escritura es una enfermedad que fluctúa —piensa Julio César—. Existe lo minucioso y lo impulsivo. El acopio lento y el exceso. Aunque exista un estilo, se desplaza y se deforma. Prueba géneros, voces, realidad o ficción. Porque las palabras, ya lo decía alguien, nos utilizan. Las historias buscan ser contadas de un modo u otro. Aunque los buenos diarios son un ejercicio de revisión que parece completamente natural... cuando detrás de la naturalidad hay mucho trabajo».

En el caso de Tomás Sánchez Santiago, autor de seis poemarios, dos títulos de prosa y una compilación de artículos, existe «una aleación curiosa entre la constancia y la espontaneidad». «Llevo conmigo siempre libretas de guardia, como me gusta llamarlas —explica—. Y mis amigos ya saben que el regalo más preciado que puedo recibir de ellos cuando salen al extranjero es un cuaderno de escuela del país en que han estado. Pero no soy cautivo de esta escritura. De hecho, cuando he escrito diarios, cosa que hago intermitentemente, sé cuándo debo dejar de escribirlos: cuando esa escritura me obliga y me oprime. Es entonces cuando desaparece la espontaneidad, cuando tengo la sensación de estar forzando las cosas para que tengan lustre y puedan ser contadas. El ‘yo’ cansa. Entonces, sin más, me detengo».

Otras cotidianeidades

Ambos, a su vez, son lectores ávidos de las experiencias y pensamientos vertidos por otros creadores. Y a algunos les marcaron con sello duradero. «El de Jules Renard me perturbó por la crudeza de su relato. En otro sentido, también el de Amiel o las entregas regulares de Jiménez Lozano, al menos hasta hace algún tiempo», aporta el veterano mientras los que más han robado la atención y el tiempo del joven han sido los de Umbral (y le viene a la memoria el Diario político y sentimental) o los de Kafka, «con esa intención de permanecer ocultos». «Creo que me muevo entre ambos extremos. El exhibicionismo de Umbral y la duda enigmática de Kafka, aunque no me parece casual que ambos acabaran empleando el mismo género para expresar su inquietud», concede.

El diario es también un género de resonancias juveniles en el que no pocos velaron sus primeras armas. «Desde muy joven tomaba notas de viaje —rememora el zamorano—. Eso fue el principio. Trataba de recobrar en la lengua escrita la mirada de lo extraño, de lo imprevisto. Aún conservo por algún lado algunos de aquellos cuadernos de los años setenta y ochenta... pero ni se me ocurre buscarlos». «Yo escribí alguno cuando era adolescente —repasa el novelista capitalino, psicólogo de profesión—. Aunque lo cierto que con poca dedicación y mucho desahogo personal. El diario, en mi caso, ha sido un reto adulto, un reto de autor que se deja llevar por la experimentación. Si hoy revisara aquellas páginas adolescentes, más bien sentiría cierta vergüenza. El adolescente que fuimos parece un salvaje. Aunque hoy, también hay que decirlo, resultamos demasiado civilizados».

¿Reflejo o destello? ¿Espejo o espejismo? ¿Retrato exacto o ficción cotidiana? «Yo creo que un diario es el género perfecto para ocultarse —dice el autor del Diario de un escritor cobarde—. Cuando parece que todo es más evidente, el secreto personal está salvaguardado. Los ladrones suelen decir que el mejor modo de robar es hacerlo delante de todo el mundo. Al final, la literatura y la vida acaban por confirmar aquella famosa frase de Azaña: ‘En España, la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro’».

Dialogando ambos escritores sobre estos temas, sobre cómo aparece o desaparece el autor tras esas letras diarias suyas, más tarde impresas en forma de libro, Tomás Sánchez Santiago añade que algunos lectores le han comentado que, cuando leen La vida mitigada, creen estar viéndole o conversando con él. «O sea, aceptan una fidelidad entre el autor y los hechos consignados. Eso sugiere una posición moral que en buena parte me tranquiliza. No hablaré de verdad (no sé muy bien qué es la verdad literaria) pero sí de lealtad con el lenguaje y con la cara menor y escondida de la vida, eso que tanto me interesa porque resido en ese microcosmos».

«Al diario en realidad le sienta muy bien el juego entre realidad y ficción, entre persona y personaje literario. La literatura desdibuja la personalidad para crear algo completamente diferente —prosigue Julio César Álvarez, coautor también de aquel singular El Descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline—. Y el resultado siempre sorprende, incluso al propio autor. Cuando releo Diario de un escritor cobarde tan sólo puedo intuirme ligeramente. Creo que hay algo de mí, pero también de cualquier otro. El protagonista de mi diario es alguien que se parece a mí... pero que no soy yo».

 

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