Diario de León
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nacho abad
León

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Esta semana recibí un mensaje de Héctor Tuya en el que me comunicaba el fallecimiento de Diego Galán. Yo estaba convaleciente, así que no había leído los periódicos, donde se daba la noticia. Ambos fueron vecinos y buenos amigos durante la época en la que Héctor vivía en Madrid, en la calle Bailén, donde regentaba un pequeño estudio de grabación. Fue él quien me lo presentó, hará cinco o seis años, en una taberna del barrio. Recuerdo la primera vez que vi a Diego, con esa sonrisa que a mí siempre me resultó triste y, sin embargo, encantadora. Estaba acodado en la barra de zinc y sujetaba una copa de vino tinto en la mano. Al poco rato ya estábamos hablando de cine. Todo en él era cine. En cierta forma, daba la sensación de que estaba hecho de imágenes, de fotogramas, como otras personas están hechas de palabras. Escucharle deslumbraba, pero no por su conocimiento, del que ya había oído que era enciclopédico, más bien por su forma de usarlo, de administrarlo. Aunque sus palabras se referían a secuencias, a diálogos o producciones, uno percibía que en realidad expresaban otra cosa, que el cine era su código personal para interpretar la vida y también para referirla. Una muestra de esa forma de habitar en el mundo son los documentales Con la pata quebrada y Manda huevos, los últimos que realizó. Verlos es parecido a que te preste su inteligencia para que pienses con ella la realidad: una voz en off y cientos de escenas de películas españolas, desde el inicio del cine hasta nuestros días, montadas en sendas cintas para representar nuestra historia, para explicarnos a nosotros mismos.

Fue también director del Festival de Cine de San Sebastián, crítico y articulista. Colaboró con El País hasta poco antes de morir. La última vez que le vi fue de nuevo en la calle Bailén, en la esquina de las Vistillas. Hacía una tarde primaveral y en ese rincón, cuando cae el sol, parece que la ciudad se acaba, y con ella el mundo. Nos saludamos y cambiamos una pocas palabras, pero él tenía un poco de prisa. Me invitó a que le llamara un día para tomar unos vinos y charlar, y le dije que así lo haría, pero no lo cumplí. Ahora me arrepiento. Lo siento mucho, Diego, amigo. Nos vemos cuando termine la película, a la salida del cine. Espérame, si quieres, junto a las taquillas.

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