Diario de León

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El montañés discreto

EL MIÉRCOLES 9 HUBIERA CUMPLIDO LOS 90 JESÚS FERNÁNDEZ SANTOS (1926-1988), EL ESCRITOR LEONÉS ACTUAL MÁS LEÍDO Y GALARDONADO. FUNDADOR DEL NEORREALISMO ESPAÑOL CON ‘LOS BRAVOS’ (1954), LA NOVELA DE CERULLEDA, UNA MUERTE PREMATURA LO SUMIÓ EN EL OLVIDO. DIVERGENTE

Fernández Santos, en la boda de Josefina e Ignacio Aldecoa, en 1954

Fernández Santos, en la boda de Josefina e Ignacio Aldecoa, en 1954

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ERNESTO ESCAPA
León

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J esús Fernández Santos nació en Madrid. Su padre, como tantos otros argollanos, había emigrado a la capital siguiendo el rastro emprendedor del patriarca de los Fierro de Valdelugueros. Tuvo varios negocios, el último una tienda de muebles en la plaza de Tirso de Molina. Huérfano de madre desde los dos años, al morir también su padre en 1939, se acabaron los veraneos en los pinares de la sierra segoviana. A partir de 1940 pasará todas las vacaciones de su adolescencia en Cerulleda, en la cabecera del Curueño.

REALISMO CINEMATOGRÁFICO

Los bravos es la novela decisiva en el cambio de rumbo de la narrativa española de los cincuenta. Quizá por eso fracasó en el Nadal, que aquel año premió el folletón de una maestra asturiana. Se trataba, sin duda, de una anticipación excesiva; un retrato neorrealista de la vida estancada de Cerulleda resuelto con una prosa moderna y una estructura secuencial atravesada por el recuerdo de la guerra, tan presente en las andanzas de los huidos. La novela vio la luz en el folletón de la revista Ateneo y fue recuperada para la literatura por Moñino, el tío rojo de Rajoy, en las ediciones valencianas de Castalia. A partir de entonces, se convirtió en la referencia inaugural de la literatura del medio siglo y para nosotros los leoneses en la primera novela moderna que tomaba como escenario un pueblo de la provincia.

Entre 1954 y 1964, Jesús Fernández Santos publica otras dos novelas, un libro de cuentos, filma docenas de documentales cinematográficos y estrena con poco éxito su primera película: Llegar a más. Le sirvió para matar el gusano y regresar a la literatura con más empeño. En 1956 alcanza con su novela En la hoguera el premio Gabriel Miró. Los relatos de Cabeza rapada (elegido mejor libro narrativo español de 1958) recrean el escenario de la montaña del Curueño, donde palpita la huella doliente de la guerra. Textos trizados de dolor y dotados de una poderosa alegoría, que anticipan el segundo ciclo de su obra, que culminará Libro de las memorias de las cosas. Su tercera novela, Laberintos (1964) dibuja el tedio de un grupo de pintores y artistas durante una Semana Santa segoviana.

LUTERO EN EL JAMUZ

El hombre de los santos (1969), que le vale un nuevo premio de la Crítica, sigue el rastro de un restaurador de monumentos por iglesias y conventos e inaugura la etapa más fecunda de su obra narrativa. A este momento pertenece Libro de las memorias de las cosas (1971), premio Nadal y premio Ciudad de Barcelona. En sus páginas, que testimonian el esplendor de su escritura narrativa, recrea la difícil supervivencia de una comunidad protestante en el pueblo leonés de Jiménez de Jamuz. Son historias de perdedores, el relato de una España inadvertida, que el novelista descubre en sus andanzas documentales. Unos enterramientos silvestres a la entrada de Peñalba de Santiago y la humilde capilla de Jiménez de Jamuz, adonde acude a rodar un documental sobre alfarería, le ponen en la pista de la difícil pervivencia de una comunidad protestante allí asentada un siglo antes, con la libertad de cultos de la Primera República. En territorio diocesano de la levítica Astorga. Las catedrales (1970) y Paraíso encerrado (1973) son dos colecciones unitarias de relatos. La que no tiene nombre (1977, Premio Fastenrath de la Academia) marca el regreso a la montaña del Curueño en una novela que desarrolla su acción en tres momentos históricos: la aventura medieval de la dama de Arintero, la peripecia de los guerrilleros de posguerra, y la espera resignada de su final de dos solitarios, últimos vecinos del pueblo.

PIONERO DE LA NOVELA HISTÓRICA

Extramuros (1978, premio Nacional de Literatura y premio Ciudad de Barcelona), abre el último bloque de la narrativa de Fernández Santos, respaldada por toda suerte de galardones y prestigios. Seis novelas, tres colecciones de relatos, el ejercicio de la crítica cinematográfica en El País y una serie de televisión de éxito masivo basada en Los jinetes del alba jalonan su despedida. Sus novelas históricas aprovechan labores de documentalista con una solvencia que se añora desde que el señuelo de la historia se acreditó como pasaporte de éxito comercial. Entre sus asuntos narrativos, sobresalen los que brotan de la memoria personal en la montaña del Curueño, un escenario que funde recuerdos, referencias históricas y ensoñaciones en La que no tiene nombre (1977) o Los jinetes del alba (1984; en 1990, Vicente Aranda la adaptó a una serie televisiva). A orillas de una vieja dama (1979) y Las puertas del edén (1981) reúnen nuevas colecciones de relatos. En 1981, publica Cabrera, sobre el confinamiento de un pelotón de perdedores de la guerra de Independencia en la isla mediterránea. Jaque a la dama (1982) obtiene el premio Planeta y El Griego (1985), basada en la vida del pintor cretense, el Ateneo de Sevilla. Y culmina su obra con Baladas de amor y soledad (1987), una pasión menor en el desamparo rural. Los jinetes del alba recrea las tensiones de la Revolución del 34 en torno a las caldas de Nocedo. Por la versión televisiva es sin duda su historia más conocida, aunque el abandono del balneario del Curueño forzó el traslado de su localización a las Caldas de Oviedo. Jesús Fernández Santos pasaba largas temporadas de oxigenación en Cerulleda, donde rehabilitó el molino comunal para sus estancias. Pero no iba allí como el hombre de éxito que se recluye de ruidos, sino como un vecino más de tasca y senderos.

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