Diario de León

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En el castillo de Luna

LA MEMORIA DE UN POETA TIENE QUE VER CON MUCHAS CIRCUNSTANCIAS. LO MALO ES CUANDO TODAS RESULTAN ADVERSAS. EL POEMA ‘EN EL CASTILLO DE LUNA’ DE GIL DE BIEDMA RESCATA Y PROYECTA LA IMAGEN DE JOSÉ LUIS GALLEGO (1913-1980), PRESO POLÍTICO DURANTE DIECISIETE AÑOS, TRES DE ELLOS CIEGO, CUYO CENTENARIO SE CUMPLE HOY. divergente

Foto de José Luis Gallego hacia 1950; arriba, Gallego con Germán Alonso, su lazarillo en el penal

Foto de José Luis Gallego hacia 1950; arriba, Gallego con Germán Alonso, su lazarillo en el penal

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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También el profesor Balcells destacó la autenticidad de sus versos en una antología de poesía carcelaria (1976). Pero, a pesar de los atisbos, su obra no pudo desarrollarse en un contexto natural, porque durante casi dos décadas estuvo recluido, primero en Madrid y Alcalá, luego en el penal de Burgos. Marcos Ana ha recuperado su huella en los recuerdos de presidio, donde también estuvo Narciso Gabela, hermano de Lodario, el médico fornelo de los guerrilleros. Aquella reclusión lo alejó de las antologías generacionales y privó a su obra del vínculo con los compañeros de aventura lírica. No fue la única pérdida. «Hoy te miran cano y viejo, / ya con la muerte en el alma, / las paredes de la casa / donde esperó tu mujer / tantas noches, tantos años, / y vuelves hecho un destrozo, / llenos de sombra los ojos / que casi no pueden ver». Son versos de Gil de Biedma, que evocan su «mina de amargura» con el presidio del padre de Bernardo del Carpio en el castillo de Luna. Sin decir su nombre, por la cautela de protegerlo. Ni siquiera figura en la antología de poesía social que hizo su cuñado, Leopoldo de Luis, en 1965. En aquellos años, ya liberado, su nombre simplemente no existía. «Serás uno más, perdido, / viviendo de algún trabajo / deprimente y mal pagado, / soñando en algo mejor / que no llega. Quizá entonces / comprendas que no estás solo, / que nuestra vida de todos / se parece a una prisión».

TRAMPA EN LA MALEZA

Recuperó la libertad en 1960, después de sortear una condena a muerte, y de su expulsión del Partido Comunista por cantar en la tortura. Lo recuerda Max Aub en su diario de 1972, por confidencia de quien lo echó: «Y anda por Madrid, hecho un guiñapo, con sus versos a cuestas». Desde presidio había publicado un par de libros: Noticia de mí (1947) y Cinco poemas (Premio Ágora, 1953). En ellos recoge la rutina sombría de su vivencia recluida, a la que nunca faltan atisbos de esperanza. El respaldo de la familia, la hermandad con los compañeros de presidio, la libertad de unas nubes peregrinas que transitan el cielo. La revista Índice difundió en aquel tiempo de silencio la noticia de sus versos y casi le cuesta un secuestro. Su hermano, el novelista Gregorio Gallego (1916-2007), también estuvo preso hasta 1963. José Luis era comunista y su hermano anarquista. Tan distintos. En 1973 me acogieron en la tarea de redactar biografías (a 12 céntimos la palabra) para una Enciclopedia de España Contemporánea , que se hacía en el Palacio de Congresos de la Castellana, frente al Bernabéu. La dirigía con ellos Ángel Sánchez-Gijón, el padre de Aitana. Gregorio fue compañero de Visitación Lobo, la hermana del escultor zamorano.

Aquella primera década en libertad no lo rescató del espanto. Sus versos relatan la rabia concentrada en lucha contra cuanto le rodea: «su familia y amigos; / los estúpidos guiones comerciales que fabrica; / las traducciones del inglés al español, que sus fatigas le cuestan; / los automóviles y bicicletas que ha de sortear por las calles; / el cine que no le gusta; / las lecturas poéticas a que asiste y tampoco le agradan / con sus coloquios tan banales como sus guiones de radio; / los diarios que lee y que no dicen / absolutamente nada / de lo que verdaderamente sucede». Todavía arrastraba la mancha de la delación, que recuerda Max Aub: «Once palizas le habían dado, cada una más feroz que la anterior. (Estaba medio ciego). Las resistió. Entonces trajeron a su mujer, embarazada de siete meses. La desnudaron. La tumbaron en la celda, a mis pies. Y me dijeron: -Si no hablas, la pateamos hasta morir».

PROMETEO LIBERADO

En sus largos presidios escribió diez libros de versos. Sólo publicó en libertad Prometeo XX (1970), que vio la luz en El Bardo, con prólogo de Pepe Esteban y Jaime Ballesteros. Reúne sonetos de finales de los cuarenta, escritos en la cárcel, pero con una luminosidad insólita para aquellas circunstancias. Uno de ellos va dedicado a Juan Ramón Jiménez, el maestro que orienta su poesía. Y ese influjo resulta entonces desconcertante, porque el olimpo doméstico de la contestación lírica al Franquismo lo acaparan Antonio Machado y Miguel Hernández. En ningún caso, Juan Ramón, que era estúpidamente excluido de las antologías de Castellet y vituperado por Gil de Biedma como «señorito de casino rural». Son anécdotas de un tiempo de miseria. El año de su muerte, ya póstumos, vieron la luz Voz última , crónica de una doble agonía con versos de 1955, y una antología en los Pliegos de Cordel de la librería Relieve. Tres años más tarde, Prometeo liberado, con prólogo de Andrés García Madrid. A pesar de su escritura entre rejas, combaten la atmósfera opresiva del desánimo con la verticalidad de los árboles, en los que asoma la libertad deseada.

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