Diario de León

Guerra Garrido, a la sombra de Pío Baroja

l «Considerar al padre de ‘Zalacaín el aventurero’ un autor menor está fuera de lugar», dice Guerra Garrido . El autor de raíces bercianas reivindica la «vitalidad narrativa» del narrador vasco en su colaboración con la colección ‘baroja y yo’, donde también escribe andrés trapiello

El escritor Raúl Guerra Garrido, autor del relato ‘Un morroi chino con un higo en la coleta’

El escritor Raúl Guerra Garrido, autor del relato ‘Un morroi chino con un higo en la coleta’

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efe

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B ajo el enigmático título Un ‘morroi’ chino con un higo en la coleta , el escritor vasco con raíces bercianas Raúl Guerra Garrido acomete un ejercicio de aproximación personal, desde el «divertimento y la nostalgia», a la figura de Pío Baroja del que revindica su «fuerza» y su «vitalidad narrativa».

El libro hace el número 10 de la colección Baroja y yo , de la editorial Ipso, un proyecto integrado por 25 volúmenes en los que autores como Soledad Puértolas, Luis Antonio de Villena, Bernardo Atxaga, Manuel Hidalgo y el también leonés Andrés Trapiello, entre otros, cuentan su experiencia personal con el autor de La busca .

Un morroi chino con un higo en la coleta fue presentado esta semana por Fernando Savater, «otro barojiano», en la librería Lagun de San Sebastián de la que Guerra, premio Nadal 1976 por Lectura insólita de El capital y premio Nacional de las Letras 2006, ha sido amigo y asiduo cliente. El autor, nacido en Madrid en 1935 en una familia natural de Cacabelos y afincado desde los años sesenta en San Sebastián, donde la farmacia que regentaba fue blanco de los ataques del entorno de ETA, señala que no llegó a conocer personalmente a Baroja «pero cada escritor se crea sus propios ancestros» y el autor de Memorias de un hombre de acción fue el protagonista de sus primeras lecturas juveniles, «casi infantiles».

Guerra afirma que nunca fue a ver a Baroja a su casa en Madrid como hacían otros escritores porque «era muy tímido» y siempre le dio mucho apuro. «¿Qué le iba a regalar una bufanda, unos pasteles?», pregunta. Sin embargo, cuando estuvo por primera vez en Itzea, el caserón de Bera del Bidasoa, dejó un ejemplar de su primera novela, Cacereño , encima de la mesa del despacho que había pertenecido al escritor «a modo de homenaje».

Guerra reconoce su fascinación por la «fuerza vitalista» de Baroja «sus opiniones muy contundentes y muy contradictorias», que muchas veces no coinciden con su forma de pensar pero que gustan por su «desparpajo», tan infrecuente en la época. Además, frases rotundas atribuidas al escritor, como «desconfía de los tipos pintorescos», siempre han sido de su gusto.

En su memoria había quedado fijado que Baroja había escrito en alguna de sus novelas que a «alguien que llega a un caserío y dice ‘había un morroi (criado en euskera) chino con un higo en la coleta’», una máxima que posteriormente no encontró y que ni Julio Caro Baroja ni Pío Caro pudieron atribuir a su familiar. «Hay que leer la última página» para conocer la explicación del enigma sobre el «dónde está la frase» que recorre todo el libro, indica Raúl Guerra.

La elaboración del este libro le ha llevado a releer a Baroja y a disfrutar de pasajes con «una sensibilidad apabullante», que cuentan con una «fuerza eterna», señala Guerra Garrido, que rechaza el tópico sobre el estilo desaliñado del autor de Zalacaín el aventurero .

Y subraya que así como Napoleón defendía que para ganar una guerra «eran necesarias tres cosas: dinero, dinero y dinero, Baroja pensaba que para construir una novela ser requerían detalles, detalles y detalles».

«Ha sido un ejercicio de divertimento y de mucha nostalgia también», porque con el tiempo se van dejando las lecturas de Baroja pero siempre se vuelve a él y considerarlo un autor «estilísticamente menor está fuera de lugar». «Es un novelista y sus novelas tienen una fuerza terrible. Su relectura, lejos de decepcionar, se disfruta», concluye.

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