Diario de León

«La brecha campo-ciudad no se cerrará»

l Sergio del Molino publica ‘La España vacía’, ensayo revelador sobre esta enorme porción de tierra olvidada. Filandó n «hay dos españas, una urbana y europea, y otra interior y despoblada. a menudo parecen países extranjeros el uno del otro. y, sin embargo, la urbana no se entiende sin la vacía». bajo estas premisas funciona un libro de sergio del molino en torno a un tema sobre el que ha caído una insólita losa de silencio «La España vacía parece para muchos algo más que un país extranjero: es una dimensión desconocida» «El nuestro es un país un poco raro. Lo que en otros lugares no pasó de anécdota aquí se convirtió en drama»

raquel p. vieco

raquel p. vieco

Publicado por
emilio gancedo
León

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¿ Qué tiene en común un pequeño grupo pseudoterrorista galés que se dedicaba a quemar casas de veraneantes ingleses a finales del siglo XX con Luis Buñuel y su película de 1933 Las Hurdes, tierra sin pan ; y con los carlistas, con Gustavo Adolfo Bécquer, el oso y el madroño, Delibes, Cela, el Quijote, Franco, Hitler, José Luis Cuerda, José Antonio Labordeta y los implicados en el crimen de Fago? Así, puestos unos a continuación de otros, se diría que nada o muy poco, pero todos aparecen, como piezas de un intrincado mecanismo de relojería, en el ensayo La España vacía. Viaje por un país que nunca fue , del escritor y periodista Sergio del Molino. Un libro, editado por Turner, que enfoca uno de los grandes problemas y de las grandes singularidades de la España actual —la aguda despoblación que afecta a áreas ingentes de su territorio—, pero del que, paradójicamente, nadie habla ni reflexiona, no parece integrar el debate público y apenas asoma tímidamente en los programas electorales.

Y aunque éste es un ensayo, y como ensayo exhibe sus datos, cifras y mapas, Del Molino no ha querido dejar a un lado su vena creativa y literaria: por eso aborda el tema desde perspectivas diferentes, atractivas y significativas, todo ensamblado gracias a un sólido armazón humanístico en el que figuran también Marx, Bakunin, la Revolución Francesa, Unamuno, Giner de los Ríos, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Machado, la serie Expediente X , los viajeros ingleses y franceses en la España del siglo XIX... y hasta las canciones de la banda Extremoduro pasando por el fenómeno hipster . Un multiforme y elocuente coro de voces que abarca de Plinio el Viejo a Muchachada Nui .

Del Molino es autor de tres novelas y actualmente reside en Zaragoza, donde colabora con Heraldo de Aragón . Su infancia transcurrió entre Madrid, donde nació, un pueblo de habla valenciana en el que residió varios años y muchas escapadas al vértice rural en el que se tocan Soria y Zaragoza, patria chica por parte de padre. Forma parte de la generación que creció escuchando las historias del pueblo perdido y, a la vez, esa variedad de residencias le ha proporcionado una equidistancia y una visión global del país que no es frecuente encontrar. La última parte de su libro, por ejemplo, radiografía la existencia de toda una sucesión de autores que, como él, extraen su materia prima de un mundo riquísimo y lleno de posibilidades creativas, a medio camino entre la historia, la etnografía y el mito familiar.

Una corriente que ya en su día iniciara, entre otros, el escritor leonés Julio Llamazares, cuyo seminal La lluvia amarilla también es diseccionado en el libro, y autor que participó en el improvisado filandón en el que se convirtió el final de esta entrevista. Pero, ante todo, ¿por qué un autor joven como Del Molino se interesa por estos temas? ¿No parece más bien algo propio de geógrafos, agrónomos o eruditos comarcales? «Bueno, en mi caso quizá haya un fondo de envejecimiento prematuro... aunque en algunos aspectos sí me siento una rara avis , veo que conecto con ese mundo rural —opina—. También pertenezco a una generación un poco fuera de tono… y, de todas maneras, no escribo lo que en principio se esperaría por mi edad. Es ese talante ‘viejoven’ del que hablo en el libro. Pero tampoco reconozco temas jóvenes y viejos, sencillamente me interesan una serie de temas». Y entre esos asuntos está el «desprecio generalizado» hacia el mundo rural, «algo que sucede sólo en España, un país donde esas historias se ven como caducas, demodés, costumbristas o garbanceras. Con prejuicios. En todo caso, me siento libre para escribir lo que me apetece».

Del Molino ha explorado un territorio vacío «que no ha interesado a otros» («peor sería haber nacido o haberme interesado por Barcelona, el espacio más trillado de la literatura española. Porque, ¿qué vas a escribir de Barcelona, después de Marsé?», reflexiona), y el resultado ha despertado el aplauso unánime de la crítica y de muchos lectores y autores que se ven representados en ese grupo que reivindica sin pudor (pero también sin discursos nacionalistas de por medio) sus raíces.

«El vacío está ahí para quien quiera verlo. Llamazares lo vio y encontró un filón. Yo, como otros, también me he fijado en él, a mi manera —cuenta quien ha escrito cientos de reportajes sobre el medio rural español para diferentes medios—, porque, ante todo, me considero un ignorante muy osado». Un ignorante que ha buscado la «comprensión y la aceptación» de un hecho cierto como es el lacerante olvido en el que está sumida media España, antes que el rechazo o la indeferencia. «Son mundos estancos entre sí, y no están muy claras las claves del enfrentamiento», cuenta. Por eso sintió la necesidad de «volver a repasarlas». Y la investigación que le llevó a considerar, por ejemplo, el nacionalismo español de izquierdas y progresista. «Los Azaña, Giner de los Ríos, Marañón... perdieron la guerra y no hubo rehabilitación posible. Durante cuarenta años el franquismo no permitió una idea abierta de España, y por eso hoy pueden construirse identidades contra España, pero no a favor». De todas formas, insiste en que su ensayo parte de coordinadas no nacionalistas. «Sencillamente apuesto por la convivencia en el que es de los espacios culturalmente más ricos de Europa», resume. Y aún más razones: «España se modernizó muy rápido y la gente no quiso que se le recordara de ningún modo que su vida anterior era miserable», repasa. Y es que durante los sesenta, setenta y ochenta la gente decidió mirar «hacia adelante y no hacia atrás», es el éxodo rural masivo, lo que este autor llama ‘el gran trauma’, la difícil readaptación de los campesinos, su memoria y sus referentes, en los bloques de pisos de la ciudad. Con unos baúles a cuestas llenos de fantasmas que, con el paso de los años, han acabado por reaparecer.

Pero Sergio del Molino se remonta mucho más atrás y habla del carlismo, que proporcionó «dignidad a ese mundo rural y por cierto, también a sus lenguas». «Explotó el rencor del campo contra la ciudad y fue un pulso muy fuerte que puso en graves aprietos al Estado liberal, llegando a cercar Zaragoza y Bilbao. No hay nada parecido en Europa. Nosotros vivimos tres guerras civiles en el siglo XIX y una en el XX que no fue tal, sino el prólogo de la II Guerra Mundial. Hemos tenido una historia un poco distinta... Lo que en otros lugares del continente no pasó de anécdota aquí se convirtió en drama», expone.

Otras causas de la herida («hay muchas», avisa) pasan por «nuestra difícil geografía, el hecho de haber sido país de frontera y lugar de choque entre dos civilizaciones, y de conflictos religiosos. Se echa a los moriscos, los hortelanos y artesanos, y triunfan los ganaderos y pastores, a los que en realidad no interesa asentar población».

Y preguntado, a modo de resumen, por la posibilidad de si en un futuro lograremos cerrar esa brecha campo-ciudad que en España es mayor que en otros países del entorno, es tajante: « Son dos mundos que nunca se equipararán. Es imposible. En cuarenta años desaparecerán muchos pueblos. Se ha intentado todo y la curva demográfica sigue yendo hacia abajo. La brecha es demasiado grande».

Eso sí, mientras tanto pide «recuperar la historia de nuestros pueblos, a los que hemos dado la espalda de forma idiota». «Pensemos ante todo que son lugares y temas fascinantes para la literatura y para nuestra propia memoria personal».

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