Diario de León

«La gente prefiere los cuentos a la verdad»

El decano de los periodistas leoneses pule y ultima su segundo ‘feje’ de columnas. El título del libro es meridiano: ‘Cazurros: o rebecos o castrones’.

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Nunca se le ha visto sin sombrero. Ni sin gorra ni boina capada. La testa de Pedro García Trapiello va siempre bien protegida y acolchada, como la de los paisanos de antes, cálido empolle de argumentos, metáforas o pullas, según el caso, y bajo ella refulge una picardía más felina que cánida, y un gesto que reúne los resabios del labrantín y del tratante, del montañés y del riberiego, y más abajo aún una barba aleonada y una sonrisa de mucho humo y muchas palabras cazurras y amestadas; palabras aventadas como espigas o levantadas como liebres. Siempre palabras.

Es el mascarón de popa del diario, 17 años de ‘cornadas’ ininterrumpidas y bien salpimentonadas de retranca cazurra. Pedro García Trapiello, un clásico de la prensa escrita (y hablada, y visual), continúa enfrascado en la tarea de ordenar

y compilar su extensa producción articulística

Trapiello es el decano de los periodistas leoneses en activo. En el Diario lleva 17 años lacrando la contraportada con sus Cornadas de lobo y labrando sonrisas, complicidades y hasta furias —que de todo ha habido— en los lectores que atacan el periódico por la trasera o aquellos que vuelven la última hoja. Cuántos orujos habrán acompañado sus líneas y cuántas conversaciones se habrán hilvanado por su culpa. Una vez lo hizo sin escribir siquiera: dejó la columna en blanco y advirtió al final que lo había hecho porque se lo impidieron los ensayos de una cofradía semanasantera. Y cedía el hueco a sus lectores: para cuentas domésticas, o para la lista de la compra. Toma ya.

Toda esa columnata —unas cuatro mil sólo en el Diario—lleva camino de ser ordenada y reunida, editorial Lobo Sapiens mediante, y si en abril apareció Al río... y por ahí, con sus artículos de orilla, pescata y sotobosque, cercana la Navidad verá la luz un segundo tomo que promete, el que trata de nuestro carácter torvo y caíno: Cazurros: o rebecos o castrones.

Aun con todo, hay quienes desconocen el pasado de este todoterreno de la información bregado en la radio, la prensa, el documental y la gestión cultural. Un pasado que arranca en 1952 en Manzaneda de Torío y poco después en León capital. «El ambiente que respiré en la casa paterna poco o nada tenía que ver con el periodismo, las letras o el magisterio... —cuenta—. En la familia sólo había un tío maestro, otro periodista y un tío cura que también lo era, lo que me permitió desde la infancia, eso sí, frecuentar la vieja redacción del Diario en la calle Pablo Flórez y una familiaridad con el oficio y los periódicos… Pero lo lógico, teniendo en la familia tres tíos que eran veterinarios de lucida carrera y proyección política, hubiera sido dar en albéitar; de todos modos en ningún caso hubo influencia o presión para elegir un futuro profesional en el que sólo el azar intervino para instalarme en el mundo de la comunicación».

Son innumerables las conferencias, actos, pregones y filandones a los que ha sido requerido García Trapiello. Abajo, con Antonio Núñez en una imagen de juventud reportera; con su hermano Andrés; de charla en Casa Benito; con el recordado Victoriano Crémer, y junto a Luis del Olmo, al lado de quien también colaboró muchos años.

García Trapiello había abandonado los estudios de Filosofía, estaba cursando Derecho y en 1971 el director del Diario, Marcos Oteruelo, le propuso trabajar aquel verano en el periódico. Y él pensaba que sería faena de auxiliar, talleres o así («estupendo —se dijo—, me valdrá para comprar los libros del próximo curso»), pero nada que ver, le quería para escribir, cubrir actos… y que se lo pensase... «¿Pensarlo?... ¡de mil amores!», respondió. «Pues cógete al fotógrafo y ahora mismo le haces una entrevista a algún turista de la Catedral», le espetó. «Vaya bautizo, elegimos un guiri que no tenía ni idea de español, mis nociones de inglés eran rudimentarias y la entrevista, inexplicablemente, salió redonda, supongo que por inventarme algunas respuestas», rememora el columnista. Así, lo que parecía provisional se convirtió en indefinido. Y hasta hoy. Al año siguiente empezó a compatibilizar prensa con radio, informativos en Radio León un verano y, ya de continuo, en Radio Popular. Tres después, Emilio Romero le pone a dirigir una aventura inédita en el periodismo español, un suplemento local del diario Pueblo «que llamamos Pueblo León, posteriormente integrado en Pueblo Castilla y León», tarea en la que seguiría hasta la extinción de aquel diario que, después de Madrid, «era precisamente en León donde más se vendía, con tirada similar a la del periódico mandón, Proa», anota.

También trabó, en aquellas etapas iniciáticas, algún encontronazo con la justicia: «Libré la etapa del último franquismo con cuatro procesos judiciales; uno de ellos, eminentemente político, fue instruido por el propio director general de Prensa, me pedían tres años de cárcel y le calzaron al Diario un multón que supuse significaría mi despido, aunque fue todo lo contrario; y ya en Pueblo me gané la retirada de pasaporte y un expediente de destierro; salvé estas arremetidas con dos sobreseimientos y una amnistía, aunque en uno de ellos me condenó el juez Berrueta a una peseta de multa por un reportaje en el que se denunciaban los chanchullos y cohechos en la concesión de licencias municipales de taxis».

Libertad y mesas camilla

Fundador de medios satíricos, corresponsal de diarios nacionales, cofundador de la Unión de Periodistas de España, autor de gran diversidad de guías, libros y documentales, la pregunta de que en qué se diferencia el oficio de hoy del de ayer es obligatoria: «Ninguna, salvo que ahora hay más bulto y periodismo espúreo —responde—. Pero entonces era igual de arrodillado y dócil, siempre atusando a los poderes locales y pecando de lirismo interesado, salvo las honrosas excepciones que, tanto antes como ahora, lavan la cara de un oficio cuya verdadera libertad está siempre secuestrada en lugares tan estrechitos como León, donde se gobierna desde una mesa camilla o un reservado con cenorrio y no desde instituciones que emanan del pueblo».

«En cuanto a capturar las noticias —añade— se lograba como siempre se hizo, haciendo ningún caso de las ruedas de prensa y pisando la calle, colándose en los cenáculos y prefiriendo ver los corrales de atrás a las fachadas de adelante».

El hecho de haber podido trabajar en todo tipo de medios y tareas de información, comunicación y literatura es ya satisfacción suficiente para ‘Trapi’, pero él rescata un momento particularmente gozoso, «haberle sacado a fray Justo Pérez de Urbel, aquel severo abad del Valle de los Caídos —del que se decía redactó buena parte de los primeros discursos de Franco— unas declaraciones para Pueblo León en las que me confesó ‘haber sido utilizado por el franquismo’ y que se convirtieron en escándalo al reproducirlas toda la prensa nacional, pues vivía todavía Franco».

Y episodios vitales son también algunos de sus varios cargos públicos y encargos institucionales (portavoz en León de la Junta, director de Pallarés o jefe de comunicación del congreso de las primeras Cortes Leonesas), que le permitieron «calar aún más la mirada en los entresijos administrativos o políticos de este país de tócame Roque y amarraca pa la saca, aunque jamás ningún partido me invitó a sus filas, quizá porque de todos los cargos y chollos dimití tempranamente».

«Y qué carajo ha aprendido Trapiello tras tantos años en la pomada? «Pues ni más ni menos que lo que dijo León Felipe, que la gente... prefiere los cuentos a la verdad».

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