Diario de León

«La vida no puede ser online»

El leonés Antonio Manilla publica el ensayo ‘Ciberadaptados’. El historiador y poeta leonés Antonio Manilla reflexiona en su ensayo ‘Ciberadaptados’ (Editorial La Huerta Grande) en la actual sociedad de la información. En los vicios y esclavitudes de un mundo permanentemente conectado

El poeta y columnista del Diario Antonio Manilla, que acaba de publicar el ensayo ‘Ciberadaptdos’. ramiro

El poeta y columnista del Diario Antonio Manilla, que acaba de publicar el ensayo ‘Ciberadaptdos’. ramiro

León

Creado:

Actualizado:

—¿Estamos ciberadaptados?

—Internet y todo lo que apareja estar en Red es el último bastión de un exitoso empeño con doscientos años de antigüedad por parte del hombre: el de romper las barreras de comunicación entre continentes, pueblos y personas. El resultado es un mundo más pequeño, donde aparentemente todo está a un clic de distancia, quienes tienen acceso son más libres y los que no, tienden a diluirse en la invisibilidad. En este ensayo, me ocupo especialmente de la relación entre la cultura y las redes, así como de contrarrestar la visión hipernegativa de algunos gurús del pesimismo cibernético. Pese a que Internet no es una tecnología neutral y se hace imprescindible y urgente una educación para la Red, que forme ciudadanos digitales responsables, no nos queda otra que ciberadaptarnos. Umberto Eco ya lo vio hace veinte años, cuando intuyó unas sociedades divididas entre quienes verían solo la televisión, recibiendo información prefabricada, y quienes utilizasen el ordenador para seleccionar críticamente la información.

—¿Cómo han cambiado las redes sociales nuestras vidas?

—Las redes sociales son autocomunicación de masas. El alpiste para Twitter, por ejemplo, es externo: procede de otros medios mayoritariamente. Es algo así como una tertulia pública, como la barra de un bar infinito. Funcionan como comunicación, pero tienen el peligro de trastornar la idea de afectividad y relación humana.

—¿Hay cosas que no se pueden contar en 140 caracteres?

—Sí, la mayoría, pero si me preguntas si hay cosas que se puedan expresar en 140 caracteres, la respuesta también es sí. Hay tuits muy ingeniosos. La brevedad no es algo ajeno al periodismo: en tiempos, Julio Cerón, o, ahora, El Roto, ni siquiera necesitan la mitad de esos caracteres para expresarse con contundencia.

—¿Estar controlados es un precio demasiado alto por estar interconectados con el mundo?

—Tanto como salir a la calle y estar siendo grabados. No son lo mismo razones de seguridad que económicas, claro, pero el internauta tiene recursos a su alcance para evitar la publicidad indeseada. En cuanto a los Big Data, la minería de datos sobre nuestra navegación, no están libres de un mal uso, y por eso es muy importante avanzar en ciberseguridad, pero en general su empleo es anónimo y estadístico.

—¿Internet anestesia las conciencias críticas?

—Internet es un escaparate. Quien sea crítico, lo será dentro y fuera. Los gobiernos que persiguen la libre opinión son los que anestesian las críticas, y son los mismos que acallan Internet. Un peligro cierto es el monopolio de la información, como el que está construyendo Alphabet, que engloba a Google, Android, Chrome, Youtube, Gmail…

—¿Podemos asumir la saturación de información y desinformación que proporcionan las Redes?

—El contenido que hay en la Red se duplica cada tres años. El doble filo de Internet como herramienta —y nada más vemos el 5%, el resto está en la red profunda—es la inmensidad de ruido que aporta al mundo, el discernimiento de fuentes confiables, la cantidad de morralla que flota en esa sopa de plástico.

—¿Están realmente satisfechos los consumidores con este “festín permanente y sin horario” que facilitan los dispositivos móviles?

—Los datos así parecen indicarlo: hay muchas más personas en el mundo con acceso a un móvil que a un retrete. El cine, que nos enseñó a mirar una pantalla como a un cuadro, con el respeto hacia lo que está dentro de un marco, elevó el espectáculo a cultura. La multiplicación de las pantallas ha multiplicado el espectáculo y desembocado en la «ociocracia» o gobierno de la vida por el ocio. No obstante, es tesis que se mantiene en este libro que un hombre tatuado no es lo mismo que un hombre ilustrado.

—¿Hay vida más allá?

—Mucha más que al otro lado de la pantalla, sin duda. La ciberautopista que algunos suponían iba a ser Internet tiene sus limitaciones y el internetcentrismo es una patología: la vida no puede ser online.

—Ese consumo al instante, ¿es opuesto a la reflexión y los tiempos que requiere la cultura?

—La cultura exige una inversión en tiempo, como dijo Pierre Bourdieu «es una propiedad hecha cuerpo» que no puede ser transmitida instantáneamente. Pero perdura. Yo la comparo a un pilar invisible.

—¿Se puede ir en contra de los avances tecnológicos?

—Siempre ha existido el inmovilismo, y no todo el progreso es tal, entre otras cosas porque no es posible un permanente «crecentismo», como tan bien nos recuerdan periódicamente las crisis económicas. Pero renunciar al ciberespacio me parece que es como rechazar un tesoro.

—¿El nuevo hombre es el internauta?

—El uso de las redes es algo adjetivo respecto a la esencia humana, pero puede ser que se esté configurando una nueva manera de relaciones interpersonales, además de nuevos modelos de comercio, transmisión del conocimiento, etc. La telesociedad o sociedad a distancia quizá llegue a ser tan determinante en la historia de la Humanidad como lo fue la imprenta.

—¿Las Redes Sociales son más susceptibles de sufrir ‘intoxicaciones’ informativas?

—No tienen más control que el que ejercen sus usuarios, existen grupos de presión, mensajes robotizados… y como contrapartida la inmediatez y el encanto de permitir participar al lector en la noticia. Pero no son una fuente fiable porque el rumor es la antesala del desmentido. La función del periodista me parece más imprescindible que nunca, pero los medios tradicionales tienen que repensarse de arriba abajo.

—¿Tiene algo bueno la cibernetización?

—Sin duda hay muchas más luces que sombras, pero insisto en que es necesaria una educación digital incluso como asignatura escolar. Son unas herramientas que requieren ser manipuladas con madurez. Pueden producir comunicación o aislamiento. Por esos peligros que entrañan, entiendo a quienes se resisten a ellas; de hecho, reivindico el derecho analógico a estar desinformado, desconectado de esa especie de presente obligatorio que crean las redes sociales. A veces, hay que abrir puertas y cerrar ventanas.

—¿Internet lo está cambiando todo?

—No creo que esté cambiando nuestras capacidades pero sí algunos de nuestros hábitos, como lo hicieron el dominio del fuego o el libro. Es demasiado pronto para tener certezas, estamos viviendo el alba de las redes, en el «octavo día», que es el primero tras la creación de todo esto.

—¿Somos, sin remisión, ‘lectores salteados’?

—Me temo que en Internet sí: seguimos hiperenlaces, abrimos ventanas y casi nunca llegamos hasta el final del artículo que estamos consultando, hacemos una lectura ramificada, somos lectores infieles, que decía Roberto Casati. Este es uno de los hábitos que está cambiando. Entreleemos.

tracking