Diario de León

Centenario de Benito Pérez Galdós

León en Galdós vs Galdós en León

Rogelio Blanco celebra los 100 de Galdós con un paseo por los leoneses que pueblan su obra

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Rogelio Blanco
León

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Ayer, 4 de enero, de 2020 se cumplió el centenario del fallecimiento del gran narrador canario Benito Pérez Galdós. Es frecuente avivar el recuerdo de nuestros grandes creadores con motivo de alguna efeméride, sin cuestionar si la cultura debiera ser celebrada o más bien programada. En este caso, siendo celebrada, la ocasión merece una mirada a la singular y extensa figura de Pérez Galdós que muy bien queda reflejada en el ensayo Vida, obra y compromiso. Benito Pérez Galdós de Francisco Cánovas Sánchez; un texto biográfico y crítico que brinda al lector una imagen precisa y acertada del contexto socio-político de la agitada época, segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del XX, así como de la dimensión creativa y vital del autor de Los Episodios Nacionales. En segundo lugar, la efeméride también cumple el papel de acercarnos, en este caso, para reconocer la presencia de leoneses relevantes citados y tenidos en cuenta en la rica prosa del narrador más significativo, después de Cervantes, de nuestra literatura. Un creador que, dada su fuerza e ímpetu, ha tenido que recurrir a todos los géneros literarios más conocidos: novela, teatro, ensayo, periodismo y poesía e, incluso, a la pintura, para dar rienda y salida a su ímpetu creativo.

La ‘presencia leonesa’ en la obra galdosiana se inscribe sobre todo tras el nombre bien de profesores (Lázaro Bardón, Fernando de Castro o Gumersindo de Azcárate) bien de clérigos (los obispos Albarca y López Peláez, el cura de La Bañeza, Muñoz Torreros o Ruiz Padrón) bien de empresarios o políticos (Sierra-Pambley, el maragato Alonso Cordero o el relojero Losada) así como de reyes del viejo Reino (Alfonso V, Alfonso IX y su esposa Berenguela o de Guzmán el Bueno), sin olvidar al berciano Enrique Gil y Carrasco.

La ‘presencia leonesa’ en la obra galdosiana se inscribe sobre todo tras el nombre bien de profesores (Lázaro Bardón, Fernando de Castro o Gumersindo de Azcárate) bien de clérigos (los obispos Albarca y López Peláez, el cura de La Bañeza, Muñoz Torreros o Ruiz Padrón) bien de empresarios o políticos (Sierra-Pambley, el maragato Alonso Cordero o el relojero Losada) así como de reyes del viejo Reino (Alfonso V, Alfonso IX y su esposa Berenguela o de Guzmán el Bueno), sin olvidar al berciano Enrique Gil y Carrasco. Esta atención ‘a lo leonés’ es la propia de un creador atento lector de la realidad, de la capacidad, como ‘curioso mirón’, de este canario más observador que hablador, que callejeaba escudriñando y buscando tipos sociales y costumbres, a la vez que se mantenía alerta respecto de la situación social y política de la España de los siglos XIX y principios del XX, un momento convulso y dinámico de nuestra historia de la que Galdós fue testigo: auge y caída de Isabel II, La Gloriosa de 1868, reinado y fracaso de Amadeo I, la breve y esperanzada Primera República y su fracaso, los diversos pronunciamientos militares, luchas y disputas entre los grandes espadones —Narváez, Espartero, Serrano, Prim, O’Donell—, las guerras carlistas, las disputas entre las camarillas existentes tras la reina Isabel y el inepto Francisco de Asís, los manejos del Padre Claret y sor Patrocinio, las peleas políticas entre moderados y progresistas, la restauración de la monarquía con Alfonso XII, el desastre del 98, el biturnismo político y las componendas electorales de los apernadores, gran parte del reinado de Alfonso XIII más los ecos de La I Guerra Mundial y los aires golpistas del nuevo espadón del siglo XX, Primo de Rivera.

Entre estos hilos se intentaba formalizar una Constitución duradera, pautar las luchas y tendencias políticas y las reivindicaciones que los emergentes sindicatos y partidos demandaban mientras que España perdía su imperio colonial y el desastre del 98 conmocionaba y generaba un sentimiento nacional de fracaso y, a la vez, de regeneración. En este maremágnum crece y habita este gran lector canario, quien recibe los contenidos que le llegan con profusión, los transforma en conocimientos y los expresa en una obra literaria intensa y recurriendo a todos los géneros literarios con el fin de expresar su gran amor a España, a la vez que fija su posición como republicano y como progresista y deja con claridad su «compromiso con la libertad, la democracia y la justicia».

El talante de Galdós era el propio de una persona humilde, retraída, laboriosa y bondadosa, con desdén por el aplauso y «un curioso —según su amigo Clarín— de toda clase de conocimientos».

El talante de Galdós era el propio de una persona humilde, retraída, laboriosa y bondadosa, con desdén por el aplauso y «un curioso —según su amigo Clarín— de toda clase de conocimientos». Tras esta descripción el autor de La Regenta abunda: «la prosa de Galdós es una copia artística de la realidad, es decir, copia hecha con reflexión, no de pedazos inconexos, sino de relaciones que abarcan una finalidad, sin la cual no serían bellos». Este fumador empedernido, sencillo, modesto y tímido a la vez disponía —continúa el asturiano— de «capacidad para amar desmedidamente a España y a la patria chica, a su familia, a sus amigos». Y este amor le condujo al compromiso político desde sus ideas progresistas y republicanas; de este modo caminó cercano a los liberales de Sagasta, a los republicanos de Castelar, Ruiz Zorrilla y Pi i Margall, para terminar en la Confluencia Republicano-Socialista formalizada por Melquíades Álvarez, Gumersindo de Azcárate y Pablo iglesias, a la vez que logra acta como diputado cunero por Guayama (Puerto Rico).

Benito Pérez Galdós junto a Pablo Iglesias en un mitin del PSOE . DL

Tras esta breve descripción biográfica se puede afirmar que Galdós es un personaje de Galdós. María Zambrano, en La España de Galdós, afirma que «sus personajes, —también su creador— tenían hambre de realidad, ansia de ser» y para darles esta fuerza —sobre todo en Los Episodios— consulta en fuentes primarias: los archivos, la prensa y los testigos vivos que halla, tanto generales como escritores coetáneos, e incluso, aun siendo republicano, logra entrevistarse con Isabel II exiliada en París.

De este modo, en el caso de Galdós, bien vale recordar la frase de Chesterton: «la historia es la novela jamás terminada de contar»; un relato necesario para alejarnos de la afirmación de Jorge Santayana cuando refiere que la historia es una relación de hechos que nunca ocurrieron y contados por gentes que, además, no estuvieron en el lugar sucedieron.

Galdós, pues, anhela y procura aproximarse a la realidad, descifrar la identidad española para ofrecer al lector —al que exige complicidad— que el pueblo no sólo está constituido por aristócratas y burgueses, los espadones y los clérigos, sino que también se conforma con los habitantes de los suburbios y, de modo detallado en el caso de Galdós, con las mujeres. Este autor en todas sus novelas da amplio espacio y protagonismo a la mujer. Logra prototipos y singularidades: Tristana y doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, Electra y Casandra, Benina, etc., son personajes galdosianos cargados de fuerza e identidad como en pocas ocasiones sucede en nuestra literatura, teselas necesarias para explicar la ansiada realidad. «Es el primer escritor que introduce a todo riesgo a las mujeres en su mundo», concluye María Zambrano. En resumen, los protagonistas, en este caso, también son «los camisas blancas» anónimos y valientes que se enfrentan a la tiranía de «los sin rostro» que representa el cuadro de Goya de los fusilamientos, El 3 de mayo de 1808. Galdós, por lo tanto, es un lector atento de la realidad e intérprete de la historia en la que da voz a los frecuentes silentes, al pueblo de los suburbios y, sobretodo, a la mujer. «Sus novelas tienen más vida y enseñanza ejemplar que muchas historias» (M. Zambrano). Con rigor histórico, pulso narrativo, voluntad demostrativa y pedagógica, bajo los auspicios de Tolstoi y Dostoievski, Dilthey y Bergson, Ibsen y Nietzsche, Balzac y Zola y de sus coetáneos nacionales Clarín y Palacio Valdés, Pereda y Menéndez y Pelayo, Mesonero Romanos y Pardo Bazán, nos brinda una obra que se balancea equilibradamente entre prodesse et delectare, educar y entretener o enseñar deleitando como solicitaba Horacio.

Galdós, pues, anhela y procura aproximarse a la realidad, descifrar la identidad española para ofrecer al lector —al que exige complicidad— que el pueblo no sólo está constituido por aristócratas y burgueses, los espadones y los clérigos, sino que también se conforma con los habitantes de los suburbios y, de modo detallado en el caso de Galdós, con las mujeres.

Retrato de Gumersindo de Azcárate realizado por Sorolla. DL

Con escritura acertada y sustantiva, ágil y poliédrica nos muestra la realidad de su pueblo y de sus gentes para los que solicita: «instrucción para nuestros entendimientos y agua para nuestros campos (…) El cerebro español necesita más que otro alguno de limpiadores enérgicos». Este republicano y demócrata, al mismo tiempo, apela a la responsabilidad del conjunto social con el fin de superar las «petrificaciones teocráticas» del «triste rebaño monárquico» que pasta por «el páramo oligárquico» entre «la ruina y el marasmo». Frente a este modelo solicita la rebeldía que subyace en el pueblo ibérico desde Viriato hasta Prim, general al que junto a La Gloriosa, más admiración le despiertan.

Es multitud el número de personajes ficticios que moran en los textos galdosianos y que comparten espacio con otros reales. Entre los reales, —y este es el objeto de este texto— se cita a numerosos leoneses. Así, en orden histórico, se nombra como repoblador y mentor de los Fueros a Alfonso V en La batalla de Arapiles y a Alfonso IX y Berenguela en De Oñate a la Granja y en Narváez. De igual modo, en El doctor Centeno y Gerona (drama) al defensor de tarifa, Guzmán el Bueno.

Algunos personajes son referidos de paso, caso de Gil y Carrasco en Bodas Reales y Los ayacuchos a propósito del entierro de Larra y como miembro activo del colectivo literario El Parnasillo, pero respecto de otros el narrador expresa sus deudas. De paso cita al Obispo de León, el trabucaire y carlista Pedro Abarca, en La Fontana de Oro, para dar cuenta de su integrismo, irascibilidad e intransigencia; «era un anciano corpulento, recio y hasta majestuoso, vestido de luengas ropas moradas —así lo describe en Los Apostólicos—. Parecía la efigie de un santo doctor bajando de los altares, y sus palabras querían tener una autoridad semidivina. Hablaba dogmáticamente y no admitía réplica. Era obispo y aragonés». De este obispo, con gran influencia en el pretendiente carlista, además da referencias en Mendizábal, Vergara, España sin rey, Un faccioso más y algunos frailes menos o De Oñate a La Granja. De igual modo en Memorias de un cortesano de 1815 cita al obispo de Astorga. Con escasas referencias, en sentido contrario, alude al guerrillero Porlier, el Marquesito, y a su dramática muerte dictada por el felón Fernando VII o a la actitud del cura de La Bañeza, en Los apostólicos, como ejemplo de clérigo liberal y enfrentado con el Obispo Álava, «un apostólico hasta el tuétano».

Otros clérigos a los que refiere,—si bien no siendo de origen leonés, pero con intensa actividad en la provincia—, son Diego Muñoz Torrero, el chantre se Villafranca y Presidente de las Cortes de Cádiz de 1812, el primero que tomó la palabra en las citadas cortes doceañistas y gran impulsor de la Constitución, La Pepa, de quien Galdós destaca su oratoria a la vez que lo citan varias de sus obras: Cádiz, El Grande Oriente, Juan Martín el Empecinado y otras; este clérigo, escasamente reconocido, defendió la soberanía del pueblo, «de los habitantes de ambos hemisferios», así como la separación del Estado y la Iglesia o la supresión del voto a Santiago; también, y con simpatía, cita al clérigo, de origen canario, Antonio José Ruiz de Padrón, el cura de Quintanilla de Somoza, del que destaca su exaltado oratoria y talante liberal, también participante en las citadas Cortes, en Cádiz y Aita Tettuanem.

Con el clérigo leonés que mantuvo trato personal fue con Antolín López Peláez, natural de Manzanal del Puerto, estudiante el seminario de Astorga, canónigo en Lugo y gran polemista en la prensa católica.

Con el clérigo leonés que mantuvo trato personal fue con Antolín López Peláez, natural de Manzanal del Puerto, estudiante el seminario de Astorga, canónigo en Lugo y gran polemista en la prensa católica. López fue obispo de Jaca y Arzobispo de Tarragona, miembro de varias academias y senador. Se trata de un clérigo vinculado a la tierra de sus padres, en concreto de Albares de la Ribera, donde construyó una significada residencia, Villa Antolín, con rica biblioteca y, además, fue el creador de la primera bodega moderna de El Bierzo con extenso viñedo y escuela enológica asociada.

El Obispo Antolín López fue autor de una extensa obra y, a pesar de las diferencias ideológicas con Galdós, visitó al escritor en su residencia en 1912. Galdós manifestó su voluntad de agradecer personalmente el apoyo de este obispo, en contra de lo expresado por las jerarquías eclesiásticas, para la concesión del premio Nobel. Galdós se hallaba postrado tras una delicada operación de cataratas en su domicilio madrileño en la calle Hilarión Eslava y, dada la circunstancia, el prelado leonés no dudó en adelantar la visita al escritor y mostrarle públicamente su admiración y consideración, a la vez que reiteraba su apoyo a la candidatura al máximo galardón de la literatura y a la necesidad de darle un homenaje nacional. La visita de un alto jerarca de la iglesia a un escritor anticlerical fue recogida por la prensa, mas el obispo leonés no dudó en declarar: «… no debemos conformarnos solamente con la solicitud del premio Nobel para Galdós; debemos darle otro premio aquí, dentro, en nuestra España, para que no se pueda decir que tratamos de imponer al mundo entero una admiración que aquí regateamos. Tiene Galdós obras maestras que son de todos los españoles, no de determinada bandería. Festejemos al autor (…) un artista verdaderamente genial (…). Honrando al genio, honramos a Dios de donde el genio procede».

LA CUESTIÓN RELIGIOSA

Galdós, caracterizado por su anticlericalismo como uno de los lastres del atraso español, siempre se mostró atento  a la denominada cuestión religiosa; no obstante distinguía entre la clerigalla cargada de privilegios y escasas devociones y los sacerdotes comprometidos y entrañables, entre los curas avaros y fanáticos y los entregados a la lucha contra la miseria; a los sacerdotes que entendían la misericordia como misere-dare-cor, entregar el corazón a los necesitados; como personaje simbólico de esta entrega de generosidad estaría Nina o Benina en su novela Misericordia.

Además de los personajes históricos anteriormente citados es preciso atender la presencia leonesa, si bien tardía respecto  al periodo galdosiano, del afamado restaurante Lhardy, citado con profusión por este Benito callejero  y observador, amante de las tertulias y de  las tabernas. El Lhardy fue fundado en 1839 por el suizo Emilio Lhardy,  —y al que sus descendientes no supieron sostener—; este local fue un lugar de encuentros y mentidero político-social y literario durante los siglos XIX y XX  al más alto nivel. Aparece con reiteración en la obra de Galdós, del que su autor destaca su pavo estofado, sus cocidos y «el bistec como ruedas». A este restaurante llega en 1908 Ambrosio Aguado Omaña, un cepedano  natural de San Feliz de las Lavanderas, donde alcanza el grado de jefe de repostería, tras pasar por las categorías de mozo y marmitón. Este cepedano casa con una hermana de Antonio Feito, asturiano y jefe de cocina. Ambos cuñados, Ambrosio y Antonio, compran el establecimiento  y prolongan su fama y carta gastronómica  hasta la actualidad. El local era famoso no solo por su riqueza culinaria sino y, sobre todo,  porque  destacaba por la discreción, la confidencialidad y la permisión de la entrada a las mujeres solas.

La cafetería L'hardy de Madrid, donde el escritor mantuvo numerosas tertulias políticas.

Además de estos personajes y lugares señalados también se hallan citas en la obra galdosiana a las figuras de el Relojero Losada en La de los tristes destinos y La revolución de julio y, sobre todo, al Maragato Alonso Cordero en Los ayacuchos donde lo describe del siguiente modo: «es un hombre risueño y frescote, con cara de obispo, de maneras algo encogidas, en armonía con el traje castizo de su tierra, de hablar concreto, ceñido a los asuntos. Se enriqueció, como usted sabe, en el acarreo de suministros, y hoy es uno de los primeros capitalistas de Madrid. (…). Ha dicho hoy Cordero en la mesa que propondrá al Ayuntamiento  el derribo total de la Puerta del Sol para hacerla de nuevo con mayores anchuras, a fin de dar cabimiento  al paso de tantísimo coche como ahora rueda por estas calles. En el centro se pondrá un monumento conmemorativo de la Milicia Nacional, con un par de fuentes de pilón bien amplio, para que quepan todos los maestros de baile que ahora llenan sus cubas en Pontejos. ¿Qué le parecen a usted estas elegancias y composturas de su viejo Madrid?...». De Alonso Cordero destaca su amistad con Espartero.

EL TRÍO KRAUSISTA

Tras las referencias, momentos y personajes leoneses citados es preciso cerrar estas líneas con la mayor atención dedicada a otros leoneses con los que el narrador canario mantuvo una relación directa y a los que dedicó líneas específicas. Se trata, pues,  de tres leoneses próximos al novelista: Lázaro Bardón,  Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate, el trío leonés krausista e institucionalista. Ciertamente la proximidad biográfica  de estos leoneses con Galdós se alza por la acción directa, docente, ideológica o amistosa. Se ha de tener en cuenta, en primer lugar, la cercanía de don Benito con la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y con el krausismo, con su apuesta por el desarrollo y la educación; de ahí que en sus textos se hallen referencias a Sierra-Pambley, en El 7 de julio, pero sobre todo la mayor atención es con los intelectuales comprometidos con la reforma y el progreso de España.    

A Lázaro Bardón y a Fernando de Castro los recoge con singularidad en ‘Galería de figuras de cera’

Galdós en 1862 deja su tierra natal, donde desarrolla estudios elementales y de pintura. Se instala en Madrid. Benitín se había prendado de una prima y su madre interrumpe la relación con la lejanía. En la capital se matrícula en la Universidad Central para estudiar Derecho, pero «asistí yo con intercadencias a las cátedras de la facultad de Derecho y con perseverancia a las de Filosofía y Letras, en las cuales brillaban por su gallarda elocuencia y profundo saber profesores como Don Fernando de Castro, Don Francisco de Paula Canalejas, el divino Castelar, el austero Bardón y el amenísimo y encantador Camus». Galdós selecciona a los docentes y acude con irregularidad a clase: «me distinguí por los frecuentes novillos que hacía ( …) ganduleaba por las calles , plazas y callejuelas , gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital «.  Decepcionado, abandona la Universidad y elige  la calle como espacio de acogida de su lectora mirada y de aprendizaje. Los viajes al extranjero y por España, las tertulias, los cafés, el Ateneo («logia de la inteligencia») serán los centros de interés y de aprendizaje. No termina la carrera ni asiste con regularidad a las clases de una institución, la Universidad, a la que considera retrógrada, salvo las excepciones de profesores que señala y, además, censurada, sobre todo en el periodo en el que el titular del Ministerio es Orovio —apodado ‘Oprovio’—, ministro que destaca por la recuperación de la censura,  la implantación de las doctrinas emanadas del Sylabus errorum de Pío XII y la expulsión de los profesores progresistas, entre ellos  los citados leoneses.

Sierra-Pambley.

A Lázaro Bardón y a Fernando de Castro los recoge con singularidad en Galería de figuras de cera. Trece figuras entre las que Lázaro Bardón es el número IV y Fernando de Castro, la VII. A Bardón lo describe del modo siguiente: «Ocho pies de estatura, tronco robusto, cabeza torcida a un lado, color moreno, aspecto grave, mirada fija, andar seguro; tales son los principales rasgos de cuerpo y fisionomía (…) D. Lázaro Bardón nació en… No sé si fue en Corinto o en Sicyone, pero sí estoy seguro de que fue en una ciudad de aquella lejana tierra del Peloponeso, tan fecunda en héroes y pastores (…). Peleó común un bravo en las Termópilas, fue herido, murió y resucitó  2000 años después en la aldea de Inicio (provincia de León en España), se educó de nuevo en el seminario de Astorga, pasó luego a Madrid, enseñó su primera lengua natal, el griego, adquirió gran reputación, ganó por oposición una cátedra de la Universidad Central, y allí lo tenéis enseñando la lengua de Aristóteles con tal maestría como pudiera hacerlo Aristóteles mismo.(…).  Bardón es ático por la inteligencia, espartano por la voluntad, beocio por la forma. Si se hubiera presentado en el mercado de Atenas, las verduleras sin necesidad de escucharle le hubieran dicho como a Teofastro: «Tú no eres ateniense». Y tal vez hubieran añadido: «Tú eres de la provincia de León» (…). Viste con severidad  extrema, sencillamente y sin adorno de ninguna clase; le veis erguido y severo como una columna dórica. (…). Este espartano de la enseñanza es uno de los más eminentes catedráticos del esclarecido magisterio español. Su saber profundo, vasta erudición, exacto criterio, ática penetración: he aquí el sabio. Riguroso y estudiado método, clara exposición, correctas formas, razonable condescendencia, rectitud sin justicia en premios y censuras: he aquí el catedrático. Extraordinaria bondad, trato un poco rígido, pero agradable, virtudes eminentes, pasajeros accesos de irascibilidad seguidos siempre de reacciones generosas, amor a la libertad, amor a la justicia, amor al prójimo: he aquí  al hombre». La cita no precisa comentarios. Bardón fue expedientado y expulsado de la Universidad y cesado como Rector. Este clérigo de Inicio, tras ejercer numerosos y relevantes cargos en el orden eclesial se exclaustra y tras asistir en Roma al término del Concilio Vaticano I la experiencia  le indujo a la publicación de un artículo cuyo título es revelador: Roma venduta, fede perduta («Vista Roma, perdida la fe»).

Galdós consideraba el clericalismo uno los lastres del atraso español y se mostró atento a la cuestión religiosa

De Fernando de Castro, figura VII de la citada Galería, de igual modo dejemos que hable Pérez Galdós tras unas primeras líneas en las que refiere su puesto en la Academia de la Historia, su fama como escritor y como «sacerdote de la más intachable y gloriosa reputación», si bien se seculariza y al que Menéndez y Pelayo no duda en calificar como «cura renegado» y «frustrado por no poder obispar» y al que se le niega sepultura en cementerio religioso. «Todos le conocéis –escribe Galdós: «¿Quién no ha asistido alguna vez a su cátedra? ¿Quién no ha oído su palabra serena, grave, reposada y persuasiva? ¿Quién no ha dirigido todas las fuerzas de su atención a la idea histórica y filosófica que desde su tribuna de profesor desarrolla el maestro con admirable claridad y exactitud? Todos le habéis oído: os habrá sorprendido (…) donde un centenar de jóvenes graves se agrupan movidos por un grande amor a la ciencia, dominados por el carácter tranquilo y respetuoso de un sabio (…) Su rostro es largo y pálido, espesos cabellos negros le cubren, y si el estudio y la contemplación han podido arrancar algunos, la mayor parte continúan tenazmente adheridos, sin duda, porque alimenta sus raíces bajo el cráneo una sabia bullente y fecunda. (…) Clarísimo, y seguro método, hábitos intelectuales de filósofo y de literato, imparcialidad de juicio, mente sana de preocupaciones y absurdos prejuicios, bellas formas de exposición, erudición rica, notable laboriosidad, con dotes reconocidas en él, y eminentes cualidades».  El grado de confianza que este sabio leonés provocó en Galdós hace que su única hija María, tenida con Lorenza Cobián y una vez que esta sufre graves trastornos psicológicos, estudié en un centro de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer  creado y presidido,con fines emancipadores  y de preparación laboral de la mujer, por parte de Fernando de Castro.

Fernando de Castro.

 

AZCÁRATE

La tercera figura leonesa relevante en la vida y en la obra de Galdós es Gumersindo de Azcárate. Figura admirada y respetada en su época desde amplios sectores. Así consta en los testimonios legados por Ortega y Gasset y  Unamuno con motivo de su fallecimiento.  Pérez Galdós lo cita en innumerables textos y con fruición. Admiraba y valoraba su categoría intelectual y moral. Da testimonio de respeto a la vez que deja constancia de su rigor y solidez intelectuales, de su integridad moral así como de la moderación y equilibrio de juicio y compromiso de este defensor de la libertad de cátedra, de la separación del Estado y  la Iglesia y de la creación de leyes contra la usura. De Azcárate, político, catedrático, filósofo, abogado y gran orador, Galdós destaca su compromiso intelectual con la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y con el Instituto de Reformas Sociales así como su capacidad de «hábil expositor de sistemas políticos» en su obra Cánovas e infatigable  luchador contra el caciquismo. De Azcárate aparece proyectado tras los personajes de León Roch, Pepe Rey y Máximo Manso. En 1909, junto a Melquíades Álvarez, Pablo Iglesias y Gumersindo de Azcárate, Galdós se suma al proyecto  parlamentario Conjunción Republicano-Socialista. Un proyecto que apuesta por el progreso y la justicia, contra el ‘turnismo bipartidista’ y el caciquismo y con la firme voluntad de que España, ya que perdió otras dinámicas modernizadoras, y máxime tras el desaliento generado tras el desastre del 98, regrese a la modernidad superando fanatismos e intransigencias.

LA ESPERANZA EN ESPAÑA

En sus últimos años, a pesar del manifiesto desencanto político y enfermo, aún mantiene la esperanza y declara que «es muy cómodo decir: la política, ¡qué asco!, como pretexto para no intervenir en ella… Pues yo no he tenido inconveniente en bajar al barro sin miedo a que me manche. El absentismo político es la muerte de los pueblos…. El que por asco se aleja de la política no merece ser hombre, ni ser libre». Y en otro texto, que al igual que la anterior, recojo del ilustrativo ensayo de Francisco Cánovas, declara: «cada día estoy más descorazonado… Ha habido días que pensé en meterme en casa y no ocuparme de la política. Pero lo he pensado mejor. Voy a irme con Pablo iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado y admirable que hay en la España política».    Al final de su vida mantiene el espíritu combativo y en boca de uno de sus personajes confiesa: «me declaro revolucionario callejero».  

No quisiera terminar estas líneas sin referirme al estreno del drama Electra.  Esta obra, condenada con fuerza por el clero, en concreto por el Obispo de Burgos que la declara «bandera de combate y enseña de rabiosa persecución del catolicismo», se estrenó en varios países de América y Europa, y también en León. El éxito de esta obra fue apoteósico en todos los estrenos. Respecto del estreno en León las crónicas confirman también su éxito y el entusiasmo de los asistentes que al término de la representación exigieron la interpretación de La Marsellesa y el Himno de Riego.

El estreno de ‘Electra’ en León fue un éxito y el público pidió que se interpretara El Himno de Riego y La Marsellesa 

Iniciaba estas líneas sugiriendo la endeblez de la ‘cultura celebrada’ frente a ‘la cultura programada’, no obstante se debe aprovechar la celebración de esta efeméride galdosiana en el 2020 para dar lectura a su inmensa obra y extraer la amplitud de contenidos que comprende, pues al decir del biógrafo Francisco Cánovas: «Galdós es contemporáneo nuestro». Aún más, un clásico neto, pues recoge la tradición hispana —efecto lastre—; atiende con fuerza la circunstancia y la realidad que le rodea —efecto presente—;  y, sobre todo, nos deja un mensaje cargado de fuerza: la importancia de la educación y el desarrollo, de la justicia y de la democracia para el buen caminar del pueblo. Volviendo al ‘efecto presente’, y dadas las condiciones de convulsión política actuales, vale, a propósitos de otras similares de finales del XIX, preguntarnos con Galdós: «¿Verdad que es divertido ser español?»

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