Diario de León
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nacho abad
León

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U n reloj atómico es una máquina tan precisa que sólo admite un segundo de error cada 30.000 años. Como artilugio me resulta incomprensible pero atractivo. Si pudiera pagarme uno, dedicaría su uso a desmentirlo, es decir, a cronometrar los momentos en los que el tiempo, en vez de un vector lineal, parece un meandro o un pasadizo. ¿Se puede medir algo así? Pensemos por ejemplo que en el año 2012, en Barcelona, un escritor se pregunta a qué olerá el libro en el que está trabajando, y unos años después, en un apartamento de la capital, alguien interrumpe su lectura para oler el libro; o vayamos algún capítulo más adelante, cuando el autor le recuerda al lector que debe decidir entre abandonar y continuar, pero que en cualquier caso él prefiere que abandone, y aún así el lector continúa leyendo. Ordenar de forma lineal estos sucesos es una convención falseada, porque en realidad unos no son causa de los otros, sino que se dan a la vez, en un itinerario en el que el tiempo ha declinado su trayectoria natural.

En el libro La hora atómica (Fulgencio Pimentel, 2017), Rubén Lardín ejercita el consumo en el sentido que Bataille lo entendía, no como una mecánica del mercado, sino como el efecto de un incendio. Consumirse uno mismo es gastarlo todo, derrocharse, festejar un potlach excesivo y solitario. Vivirlo todo, sin dejarse nada. ¿Pero cómo sublimar La parte maldita si nuestra rutina se construye sobre lugares comunes, grises, aburridos? ¿Cómo mientras hojeas una revista olvidada por otro viajero en una avión, o de vuelta a casa tras comprar un pollo asado, o al escupir al vacío desde lo alto de un mirador? Lardín lo hace a través de una mirada piroclástica cebada de furia y humor. Éste es un libro extraño y suntuario. Te desata una carcajada y luego te abisma hacia el fuego. Mientras lo lees, sospechas que a la vuelta de cada hoja está la pantalla del ordenador en que el autor escribe la página siguiente. Si te acercas mucho al papel, puedes oír su risa al ver cómo te arden las pestañas.

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