Diario de León

ENTREVISTA

Marta del Riego: «Escribir te da la falsa ilusión de que vas a vivir eternamente»

La escritora de La Bañeza Marta del Riego publica el poemario ‘Flores de sangre sobre la hierba’.VICENZO PERTERIANI

La escritora de La Bañeza Marta del Riego publica el poemario ‘Flores de sangre sobre la hierba’.VICENZO PERTERIANI

León

Creado:

Actualizado:

En uno de los poemas, el padre de Marta del Riego califica su literatura de filotelúrica. No hay calificativo mejor para conceptualizar una poesía centrada en el territorio de la intimidad, de una vida que no se entiende de otra manera que por su relación al territorio ancestral. Como en la poesía de Colinas o en la obra de Faulkner —uno de sus poemas recuerda a uno de los momentos definitivos de Santuario— Flores de sangre sobre la hierba es una obra prodigiosa en la que la escritora se abre en canal para mostrar las edades vitales de la mujer. Recia y al tiempo delicada, la poesía de Marta del Riego ha elegido un lenguaje nuevo en el que demuestra que la eternidad está en lo cotidiano.

—El poemario es una biografía. ¿Tenías ese propósito cuando empezaste a escribirlo?

—La poesía siempre es autobiográfica. Pero más que una biografía, yo diría que mi poemario es el diario de una mujer que a ratos soy yo y a ratos no. Realmente cuando escribí los poemas no tenía la intención de escribir un libro. Hace veinte años que escribo poemas y nunca me he atrevido a publicarlos. Pero en los últimos, pongamos, cuatro años, mis poemas abrieron una senda nueva. Y cuando ya había escrito en ese estilo y de esa forma unos cuantos, vi que ahí respiraba un libro. Los organicé, deseché el 75%, y le di forma al libro. Lo acabé durante la tormenta de nieve, la famosa Filomena. Creo que fue el momento perfecto para hacerlo, encerrada en casa viendo la nieve resplandecer por todas partes. Con ese silencio.

—El libro funciona en distintas edades de la mujer o, al menos, yo lo veo así. 

—Sí totalmente de acuerdo. Está la mujer-niña, la adolescente, la mujer que quiere ser madre y no puede, la mujer adulta y sus relaciones con los hombres, la mujer que ya ha conocido muchos hombres y los ve con ironía, desde la distancia. Y esa mujer, que ha llegado a ese punto al que llegamos todos, hombres y mujeres, en el que nos quedamos huérfanos y vemos el mundo desde la orfandad.

—Es un poemario arriesgado, en el que se nota la tradición clásica, pero en el que tu voz es  la que más se escucha de una manera absolutamente innovadora por lo veraz que es.

—Antonio Colinas dijo en la presentación del libro en La Bañeza que había creado un lenguaje nuevo. Eso me emocionó. No sé cómo definir mi estilo. Yo escribo desde las tripas, desde lo inconsciente. Y me gusta contar historias, así que cuento historias en mis poemas. En alguien que narra y poetiza, manda una de las dos cosas. O narradora poeta o poeta narradora. Y creo que yo cuento historias con las que muchas mujeres se van identificar. El primer beso, el primer novio, el deseo de un ama de casa rural que se aburre en su matrimonio, los sueños eróticos secretos de una esposa o de una madre. Utilizo un lenguaje muy sencillo, no me gusta lo rebuscado, me gusta que las palabras lleguen como dardos, directas al corazón. Es un lenguaje en el que fluyen las expresiones de mi infancia, palabras rurales que escuchaba a mi padre y a mis abuelos, y hay mucha naturaleza, muchos animales: hay azadas, hay rapazas, bildas, brañas, brezo, corzas, reblos, arribes del río. Es un poemario muy telúrico. Como dijo mi padre, soy una filoterrorista. Eso lo cuento en un poema, que en una presentación me llamó filoterrorista, y luego se corrigió: filotelurista o filotelúrica.

—Infancia, descubrimiento del sexo, embarazo, muerte. Flores de sangre es una tragedia griega.

—Alguien dijo que el libro era triste y triunfal a un tiempo. El poemario arranca con la historia de una niña en una majada, a punto de entrar en la adolescencia, de la que abusa un pastor, y ella, en sus sueños o en la realidad, no sabes muy bien, lo mata. Arranque potente, ¿no? Y luego en el poemario está también el anhelo de ser madre, una mujer que se somete a esos tratamientos infinitos de fertilidad, que se tortura con ellos, y cuenta el proceso, poner los viales en fila, pincharse todos los días sobre la tapa del wáter, como si fuera una yonqui de las hormonas. Y después, cuando se queda embarazada, tiene que abortar. El aborto no es un tema que se trate en la poesía, solo se trata en los titulares de los periódicos. ¿Y por qué no? Es una tragedia griega, sí, tu cuerpo cambia y se prepara para un nacimiento y en vez de eso llega la muerte. Pero también hay alegría, paz, hay un poema que lo redime todo, El hombre del bosque. El único que está escrito desde la perspectiva de un hombre: es un poema de amor.

—¿Escribimos siempre sobre nosotras mismas?

—Encuentro que las mujeres escritoras tienden a profundizar más en su vida íntima. Esto no es siempre así, pero por lo general se abren más, cuentan más de sí mismas. Se exponen más. Ya digo que no se aplica a todas ni a todos. Pero se da. Este poemario es un homenaje a las poetas. Yo crecí leyendo a escritores, en mis lecturas de infancia y adolescencia, incluso de mi época universitaria, había poquísimas mujeres, un 1% de lo que leía. Yo veía el mundo a través de los ojos de los escritores. Escribía y me ponía en masculino. No escribía de mí misma, si no de mí mismo. ¿Y qué sucedió? Que cuando empecé a trabajar como jefa de cultura en la redacción de una revista femenina, me llegaban avalanchas de libros escritos por mujeres. Y empecé a descubrir un universo entero. Joyce Carol Oates, todas las escrituras sureñas de EE UU que me dejaban sin aliento, Carson McCullers, Flannery O’Connor. Y poetas: Sylvia Plath, Anne Carson, Idea Vilariño, Clarice Lispector, Louise Gluck, Alejandra Pizarnik… Los nombres de esas poetas están en el libro como homenaje a todas las mujeres poetas. Solo hay tres hombres, Pedro Salinas, el cantor del amor, y dos leoneses: Antonio Colinas, mi referente y padrino literario, y Leopoldo María Panero, que me fascina.

—¿Cómo crees que sería este mismo libro escrito por una mujer de 80 años?

—Jajaja, buena pregunta. Supongo que habría menos dolor y más ironía. Vería la vida con más distancia.

—¿Crees en el amor?

—Una de mis mujeres se lo pregunta en un poema. Le habla a Heinrich Heine, el poeta del Romanticismo alemán, y le dice que no existe el amor. Existe la amistad y existe el sexo. Lo que quiero decir es que el amor romántico que nos han vendido desde el siglo XIX, ese amor que cuando lo encuentras se convierte en «el amor de tu vida» y con él/ella vives en amor y castidad hasta el fin de los tiempos, es una entelequia. En el amor cada uno se apaña con lo que puede y con lo que ha aprendido y con lo que encuentra. No hay un modelo universal de amor como no hay un modelo universal de maternidad. A unos les funciona el amor-amistad; a otros, una pareja para toda la vida pero en la que cada uno hace su vida; otros, van pasando de pareja en pareja… Creo que en una relación el amor hay que construirlo día a día. Es una labor constante. Y si la descuidas, el amor se desvanece por un desagüe que no sabías ni que existía y un día te levantas y te das cuenta de que has dormido con un extraño. Pero sí, creo en el amor. Si no, no me haría todas esas preguntas ni hubiera escrito este poemario.

—¿Qué ocurre cuando desaparecen los padres?

—Es la orfandad. Sentirse huérfana es muy raro, hace que cambie tu perspectiva, tu mirada se desplaza hacia abajo porque tú asciendes, te colocas en el lugar de los padres. Pero en el fondo sientes que sigues siendo una hija. Aunque tengas tus propios hijos. Ya no hay nadie a quién consultar, donde refugiarte cuando todo sale mal, nadie que te llame para preguntarte si llegaste bien, cuidado con el coche, no conduzcas de noche. Nadie a quien ocultar cosas que piensas que no has debido hacer. Eres libre, ¿no? Pues no. No quieres esa libertad. Es una libertad no deseada. Y sigues hablando con tus padres, pero ya en sueños, ya en una conversación interior que jamás se terminará. Para mí es así. Que mi padre se haya muerto no quiere decir que haya desaparecido de mi vida. Yo sigo hablando con él. Y mi hijo habla con él, que es lo más curioso.

—Dime qué es la vida cuando llegamos a los 50. ¿Qué ves cuando miras atrás? ¿Cómo podemos enfocar la vida para seguir adelante?

—Pues mira, esto tiene que ver con la pregunta anterior. Mis cincuenta fueron de crisis total, muerte de mi padre, llegó la pandemia… Entonces me paré a pensar. Pararse. La pandemia ayudó, claro: a pararse. Y a elegir. Me pregunté: qué quiero que sea mi vida, cuáles son mis prioridades. Mi hijo, mi familia, mi amor, mi escritura, mi campo. Por supuesto, tengo que trabajar para vivir. Y trabajar en algo que me guste, porque empleo en ello muchas horas. Así que me reduje las horas de trabajo. Para tener tiempo para mí y los míos. E intentar ser feliz. Y escribir y escribir. Supongo que en el fondo escribir es una forma de vivir más, de vivir otras vidas y te da la falsa ilusión de que vas a perdurar y vivir eternamente.

tracking