Diario de León

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Miguel Ángel Mendoza: «Reivindico la hegemonía del Reino de León»

Miguel Ángel Mendoza se sumerge en el siglo XIII con ‘Deslealtades y traiciones en el Reino de León’

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Miguel Ángel Mendoza (Cubillas de los Oteros, 1955) regresa a la palestra literaria con Deslealtades y traiciones en el Reino de León (Cultural Norte), una novela histórica en la que el Reino de León y sus reyes y reinas son el argumento documentado para contar las vicisitudes de lo que él define como el fin de una hegemonía. Como ya se sabe que el reino es a León lo que Faulkner a Amanece que no es poco, por tanto, un asunto serio que se transmite de milenios a milenios, el trasunto de todo esto no deja de ser una reivindicación histórica a la que muchos aún le encuentran sentido y en donde se puede encontrar en la misma frase a Doña Berenguela mezclada con el leonesismo. Es decir, Deslealtades y traiciones en el Reino de León hará las delicias de los que viven su origen como algo intenso. Es más, Mendoza se define como un amante de la Historia pero solo de la Historia de León.

«Este libro es hijo de la pandemia», localiza en el tiempo el momento en el que lo escribió. Así que tuvo más tiempo para abordar «el último tercio del siglo como territorio autónomo», especifica, lo que además le sirve para considerar esta etapa como crucial para el futuro y para destacar lo anterior, que no es otro que la hegemonía de lo que se considera el León histórico, que, explica el autor, «continuó, no se acabó, siguió funcionando con Castilla, pero desde 1230 no volvió a tener ni rey ni reina». Como siempre enfrente estará Castilla, posiciona un dato: «Es antes, Castilla solo era un condado de León».

"León fue ese reino hegemónico, por lo que creo que estamos obligados a contar nuestra historia"

Así, Miguel Ángel Mendoza reivindica en Deslealtades y traiciones en el Reino de León «esa hegemonía del reino», remarca, aunque esta vez lo hace desde el final de la misma. Antes, el autor, jubilado de la industria química, ya ha paseado por esos siglos en donde los reyes de León ejercían su poder como exponentes de los máximos de los reinos cristianos.

En 2011, Mendoza publicó La luz del Templo (Cultivalibros), título alegórico a los incomparables vitrales de la catedral de León. Las mujeres de Alfonso IX de León (Duerna) En esta su segunda obra publicada, el autor novela la azarosa vida del último rey privativo del Reino de León.

Después de este trayecto literario, el autor leonés llega ahora a una etapa en la que ha profundizado ya en otras ocasiones aunque más como investigador hasta que ofrece en forma de libro y cuidada edición un recorrido en el que se quiere centrar en una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en los reinos de León y Castilla en el periodo comprendido entre la muerte del primer Alfonso que reinó en Castilla, octavo según la cronología actual, acaecida a finales de 1214, y el mes de diciembre de 1230, fecha en la que las reinas Berenguela de Castilla y Teresa de Portugal alcanzaron un acuerdo por el que, a cambio de una generosa transacción económica, las infantas Sancha y Dulce renunciaron al reino heredado de su padre y se lo entregaron a su hermanastro, al rey Fernando III. En la mayor parte de los hechos que contemplaron aquellos años, dos personajes destacaron por encima del resto de nobles y ricos hombres. Berenguela, que reinó Castilla un mes escaso, y el todopoderoso Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo desde 1208 hasta su muerte; primado de los reinos cristianos peninsulares y legado papal durante 10 años. Dos protagonistas que forjaron una alianza inquebrantable con la que lograron todo cuanto se propusieron durante gran parte del reinado del rey Santo, periodo de tiempo en el que se desarrolla esta novela.

«León fue ese reino hegemónico del que estamos hablando, por lo que creo que estamos obligados a contar nuestra historia», asevera con implicación.

Lejos de superficialidades, Mendoza lo cumple a base de datos, hilando historias, explicando la importancia de personajes... Y mucho estudio. Tanto que ahora le da para novelarlo y buscar su propio contexto para llegar a conclusiones que demuestran su dominio de la materia. «A través de numerosas intrigas, traiciones, ambiciones de poder y adhesiones inquebrantables, se está ante un tiempo en el que el poder casi absoluto de la Iglesia católica depositado en manos del arzobispo de Toledo se puso al servicio de la mujer más ambiciosa de aquel tiempo. De ese dominio y poder clerical se valió nuestra protagonista para entregarle a su hijo Fernando el reino de Castilla, tras morir en extrañas circunstancias el rey Enrique I, hermano menor de Berenguela y tío del nuevo monarca. Aconsejada por el toledano y en ocasiones instigada por este, en 1230, tras la muerte del rey leonés, Berenguela volvió a jugar sus cartas de manera magistral para, mediante una importantísima transacción económica, lograr para su hijo Fernando el reino de León que el malogrado rey Alfonso había entregado a sus hijas las infantas Sancha y Dulce», cuenta y se confirma en el relato, por aquello de encontrar también el atractivo para el lector de enfrentarse a personajes con ambiciones y aristas que luego definieron la historia general.

Como se cuecen estas deslealtades y traiciones es lo que apunta el autor: «Esta novela nace del estudio de tres crónicas que ensalzaron y ponderaron en exceso la personalidad histórica de una mujer extremadamente ambiciosa. Tres cronistas coetáneos a los hechos que en estas líneas se escenifican a lo largo de algo más de 15 años, en los que de manera cronológica se desarrolla la obra. Tres crónicas que, si leemos con detenimiento, podremos comprobar que sirvieron de fuente de inspiración a narradores posteriores encargados de legarnos una historia altamente contaminada, por no decir tergiversada y censurada en parte, quienes, sin pretenderlo, o sí, dejaron su impronta e inclina- ron la balanza de unos hechos hacia una de las partes, concretamente en favor de los reyes y magnates castellanos», matiza.

Restos del Torreón de Doña Berenguela (en el patio del colegio de las Teresianas), vestigio del un palacio imperial de los Reyes de León. A la izquierda, el autor del libro, Miguel Ángel Mendoza. RAMIRO

Restos del Torreón de Doña Berenguela (en el patio del colegio de las Teresianas), vestigio del un palacio imperial de los Reyes de León. A la izquierda, el autor del libro, Miguel Ángel Mendoza. RAMIRO

Así es cuando la figura de Doña Berenguela se convierte en clave del relato: «Si cotejamos de manera objetiva el contenido de las crónicas, especialmente la que nos legó Rodrigo Jiménez de Rada, con diplomas emitidos por las cancillerías castellana y leonesa de los reinados de Alfonso IX y Fernando III, comprobaremos que no son escasas las ocasiones en las que la notas dominantes son las discrepancias sobre hechos puntuales. Tanto el arzobispo de Toledo en su De rebus Hispaniae, como Juan de Osma en la Crónica latina de los reyes de Castilla, ponderan de una manera casi obsesiva la inalcanzable figura de Berenguela que aparece en los escritos como una persona tocada por una divinidad superior. Estos dos cronistas ven en ella la salvación del cristianismo peninsular, dejando deliberadamente en un segundo plano al rey Fernando III, incluso resaltando en numerosas ocasiones que reinaba por la gracia de su madre y que era esta quien debía recibir todos los parabienes que salieran de sus scriptorium. El tercero de los cronistas coetáneo de los hechos que en esta novela discurren paralelos a los anteriormente citados, fue Lucas de Tuy, quien, a juicio de algunos medievalistas, rompe la armonía mostrada por los dos primeros, en tanto que sus comentarios no resultan tan empalagosos como los que relata el propio arzobispo de Toledo», remarca.

Al margen de rigores históricos, lo que ofrece Miguel Ángel Mendoza es una novela en la que la pasión imaginada es el ingrediente fundamental. Una historia para atrapar al lector y sumergirse en tiempos recreados, inimaginables si no fuera por la vocación de contar León que tiene el autor. Alguien que, por cierto, también sueña en presente, y él, que vivió en Vitoria, añora que en estas tierras leonesas no se viva lo de uno con tanta convicción como en el País Vasco. «Sí, he sentido cierta envidia de cómo defienden lo suyo, lo que les identifica, lo que fueron», asegura.

Las altas fiebres padecidas por el rey Alfonso de Castilla le inducían a debatirse entre tormentosos delirios y agradables recuerdos, entre escenas de glorias pasadas e inexcusables pecados cometidos a lo largo de su prolongada y azarosa vida portando la corona castellana. Tras escasos instantes de lucidez, en los que los angustiosos espejismos le concedían pequeñas treguas, los recuerdos que se asomaban a su pasado le trasladaron al escenario de una existencia cargada de acontecimientos memorables, un reinado que se veía obligado a representar en medio de aterradoras alucinaciones que parecían exigirle un tributo que se resistía a sufragar. Por encima de todos los tormentos que le reclamaban reparación al viejo monarca, le sobrevino uno que jamás permitió desterrar de sus recuerdos. La exuberante hermosura de Rahel exigió estar presente en los instantes finales de su existencia, reclamó revivir un idilio que durante al menos siete años marcó a fuego el corazón de ambos amantes.

Así comienza Deslealtades y traiciones en el Reino de León. Así comienza un libro que es una invitación a leer León.

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