Diario de León

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En el nicho enterrado de la guerra civil

Esther Álvarez publica con Eolas la novela ‘Tinta de limón’.

León

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Son muchas las novelas que se han escrito en torno a la memoria histórica. En ellas se narran episodios desconocidos de un pasado reciente,  con el fin de sensibilizar al lector en la vertiente más humana de un conflicto, cuyos errores y horrores se mantuvieron ocultos durante mucho tiempo. Destaca Esther Álvarez, autora de la novela Tinta de limón, que la contribución de estos textos en la recuperación de tantos años de olvido ha sido muy valiosa. «Es evidente que la gestión de la memoria histórica compete al historiador, pero creo que la narrativa también puede ser una potente herramienta con la que despertar la curiosidad por conocer hechos históricos ignorados, adulterados o silenciados», manifiesta. La escritora considera que escuchar vivencias personales, aunque sea a través de la ficción, da carne a las crónicas, a los datos, y «todos sabemos que la subjetividad es más conmovedora».

La escritora Esther Álvarez.

Añade que siempre le han interesado tanto la guerra civil española como la posguerra. «Por línea materna, soy nieta de un concejal de la Segunda República  encarcelado durante el franquismo, y por línea  paterna pertenezco a una familia conservadora adoctrinada en los llamados valores tradicionales», dice para explicar que su infancia la pasó entre las dos orillas del río. «Quería, por lo tanto, escribir una novela d que rompiese con los esquemas argumentales utilizados hasta ahora, en la que los personajes no fuesen superhombres, sino héroes de sus propias vidas, una novela dedicada a quienes perdieron la guerra, pero ganaron la historia».

Tinta de limón propone «resetear» aquel pasado, actualizarlo. Cree Esther Álvarez que la memoria, para ser tal, ha de ser un referente de valores pues, a su entender, de otra manera se convierte en una imagen estanca, sin vida, tan solo susceptible de guardar en algún rincón de nuestras conciencias. «Por ese motivo he procurado transformar una foto antigua en blanco y negro, en un relato con color, con movimiento, donde el pasado y el futuro se mezclan para mostrar una realidad en tres dimensiones, vigente», subraya.

La peculiaridad con la que Tinta de limón aborda la memoria histórica, radica en el hecho de ser un monólogo protagonizado por alguien que está muerto, Fidel Dopico Moldón. Fidel Dopico Moldón, miembro de una partida de la IV Agrupación Guerrillera de Galicia, habla desde su sepultura (situada bajo una carretera —la autopista AP-9, dirección La Coruña-Santiago de Compostela—). Junto a él yacen cuatro camaradas y un perro, asesinados también por las fuerzas de la represión franquista la madrugada del 9 de noviembre de 1946, cuando huían del campamento de La Espenuca, en Betanzos.

Con la información que llega del exterior hasta la fosa (en los trozos de revistas y periódicos que se cuelan por los sumideros y desagües de la carretera), el protagonista hará una denuncia explícita a aquel pasado y cómo el presente está gestionando aquel pasado.

Tal vez la parte más realista del texto sea el lugar desde el que Fidel Dopico Moldón narra sus vivencias. Lo hace bajo tierra, desde el mismo lugar donde, el gobierno de Franco y los que le sucedieron, decidieron ocultar parte de nuestra historia: enterrada en los libros de texto (aún hoy en el 40% de ellos se utiliza el término «alzamiento» en vez de golpe de estado, o «generalísimo» en vez de dictador), en la literatura, en los medios de comunicación, en las crónicas históricas o en cualquier tipo de manifestación artística. «Los personajes de Tinta de limón son fieles al perfil de los hombres y mujeres de los que me hablaba mi abuelo materno —colaborador de la guerrilla que operaba en los montes de Abegondo—», recalca la autora. Y constata que se ha esforzado en no engrandecerlos, en mostrarlos tal y como eran, sin pretensiones épicas. «Apenas tienen convicciones políticas, y los pocos idearios que conservan se aglutinan en dos: derrocar al franquismo y restablecer el estado de libertades». manifiesta. Para ello, les ha convertido en personas, más que en personajes, unidos por el vínculo del miedo, de la supervivencia, de la necesidad de huir del azote de la represión. «Según testimonio de mi abuelo, la mayoría de ellos adquirieron convicciones políticas a posteriori, en el monte, impulsados por el odio que sentían hacia un régimen que, autoproclamado fuente de ley, perseguía, mataba o torturaba a compañeros y familiares».

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