Diario de León

José Luis Puerto | Escritor

«Hay una profanación de lo más bello de la vida»

León

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Arrancar arte al arte; eso es lo que José Luis Puerto ha hecho a lo largo de su carrera literaria. Ahora, Calambur publica Los nombres de la mirada, una obra que incluye poemas de libros anteriores junto a otros inéditos. Pero todos tienen un denominador común: «en ellos hay una suerte de meditatio que los atraviesa, así como una emoción y una celebración de la creación del ser humano y de la vida, que, para ser plena, ha de estar atravesada por la verdad, la bondad y la belleza».

— ¿Sólo el arte es capaz de alumbrar un sentimiento o una emoción artística?

—No. También pueden despertar nuestros sentimientos y emociones la naturaleza, los demás, determinados ritos y ceremonias, así como los trabajos y labores..., porque en todo lo que es creación, sea del tipo que sea, puede haber también belleza. Pero casa época, cada sociedad, entiende la belleza de formas distintas, de ahí que tal territorio se esté ensanchando de continuo a lo largo de la historia.

—¿Cómo es el proceso de impregnación de la creación ajena para hacerla tuya?

—Es un proceso que nace de la curiosidad, del continuo anhelo de conocimiento, que pone en funcionamiento nuestra mirada, pero una mirada a la que impregna el corazón, los afectos, en definitiva todo el magma de lo psíquico que nos constituye. De ahí que, por ejemplo, al contemplar un cuadro, o un edificio, o una estela, o una fotografía..., hay un segmento de nuestra psique que vibra y nos impulsa a escribir.

—¿Ha cambiado la mirada artística a lo largo de los años? Me refiero, no a la estética sino a la ética del arte. ¿Cómo lo enfoca en el libro?

—Como decía anteriormente, el concepto de belleza evoluciona de continuo. Me interesa mucho una deriva de varios de los movimientos artísticos nacidos en las últimas décadas del siglo XX y que siguen vivos hoy, que saca al arte del museo y lo enraiza en la sociedad, en la naturaleza, en la plaza pública, en el mundo..., es una deriva antropológica del arte que se resuelve en instalaciones, en acciones y en otro tipo de recursos que nos desvelan un nuevo tipo de belleza. En mis poemas inspirados en el arte sí que hay alguno que se inspira en artistas y obras de este momento.

—¿Somos diferentes si no somos capaces de mirar?

—La mirada es una adquisición del ser humano, es una de las vías más hermosas que poseemos de indagación y conocimiento del mundo. Pero, por desgracia, vivimos en un mundo, que no favorece nuestra mirada crítica y creativa sobre la realidad, sino que más bien trata de cegarnos, para que no descubramos nada y sigamos los caminos trillados que marcan los distintos poderes.

— ¿Es lo mismo mirar que ver?

— Aquí puede haber una sutileza: considerar la vista como algo meramente mecánico y la mirada como un elemento que excede lo mecánico y nos lleva hacia lo psíquico. La mirada, como acabo de indicar, para ser tal, ha de ser crítica, reveladora, emotiva, racional también, ha de desplegar diversas herramientas auxiliares del conocer. Sin indagación, sin deslumbramiento del mundo, no hay mirada. Nos quedaríamos en el mero acto mecánico y fisiológico de ver.

Pese a todo, también habría que considerar esa estimativa común de que, en muchas ocasiones, miramos pero no vemos. Esto es, la mirada ha de ser algo más que meramente mecánica. Ha de ser psíquica, indagadora; como propone, por ejemplo, Claudio Rodríguez en su poesía.

«Me interesa la deriva de los movimientos que sacan el arte del museo y lo enraízan en la plaza pública»

—¿Cuando aparece la experiencia artística? ¿Es como una revelación o requiere de meditación y estudio?

—La experiencia artística y creativa surge cuando se conjugan varios componentes: la revelación e inspiración, sobre las que tanto se ha teorizado; pero también el trabajo, el conocimiento de las herramientas de la creación -sea del género que sea- intervienen en tal experiencia-; y una cierta disponibilidad (José Ángel Valente reflexionaba de modo muy hermoso sobre ello, al hablar del concepto de «punto cero», que proviene de la mística y de la metafísica), esto es, un estar disponibles para que se produzca en nosotros el «hágase» (el misterio cristiano de la anunciación es un buen paradigma de todo lo que decirmos y conecta, curiosamente, con la reflexión valentiana).

—¿Cómo elegiste las piezas sobre las que escribir?

—No las elijo, me eligen ellas a mí. En la contemplación de una estela, de unas ruinas, de una fotografía, de un lienzo, de un edificio conseguido... puede estar el motivo de un impulso que nos lleva a escribir, a crear a través de la palabra poética, mediante ese mecanismo de la ecfrasis, conocido ya desde el mundo clásico, y sobre el que ha escrito, entre otros, el catedrático leonés José Enrique Martínez, cuyo estudio introduce mi libro.

—¿Crees que hay tesoros artísticos que son incapaces de hacer surgir la poesía?

—Todos los tesoros artísticos pueden hacer surgir la palabra poética. Pero a cada creador lo motivará una u otra obra, porque aquí, en este diálogo entre las artes diríamos plásticas y la palabra creativa, las posibilidades son infinitas, ya que interviene la psique humana, que, como un abanico, se abre hacia direcciones infinitas.

—¿Estamos en un mundo demasiado banal, desacralizado y deshumanizado para la creación y la comunión con la belleza?

—Sí, en una sociedad tan materialista y pragmática en la que vivimos, marcada por el hedonismo y el beneficio material, los valores de la creación humana y del espíritu están en retroceso, incluso hay inifinidad de intereses para que desaparezcan, para arrinconarlos y despojarlos de vida. Es un proceso de desacralización y de profanación de lo más hermoso de la vida del ser humano, que nos está llevando, desde hace tiempo y en un proceso imparable, a una permanente deshumanización. Por ello, crear hoy es un acto de resistencia, por lo que tiene de resacralización del mundo, de la vida y de la sociedad, y ha de realizarse desde los territorios que podríamos llamar del afuera.

— ¿Qué obra de arte te ha conmovido o agitado de manera más dolorosa?

—Es muy complicado optar por una. Ahora, así, a botepronto, me surge una, es una fotografía de Robert Capa, que simboliza, tan trágica como expresivamente, nuestra guerra incivil: miliciano herido de muerte, que plasma tan intensa y despojadamente la caída del ser humano, que es uno de los emblemas más sobrecogedores de esa expulsión del ser humano del paraíso de la vida.

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